Revista Cine
Alonso Ruvalcaba propone:
El montaje de la juerga:
Este cliché dice así: nada mejor para retratar una pedota que una secuencia de montaje. Puede ser cierto. Por pura antigüedad el recurso merecería una estatua en Reforma: ya en So this is Paris de 1926 hay un fiestón de aquellos apresurado por un montaje febril. Por supuesto que en la gran película del alcohol (Días sin huella, 1945) hay uno, con el pobre Don Birnam en la eriza en busca de una casa de empeños. Un año después encontramos el recurso en los delirios del buen borracho Martin Blair en Él ángel negro. Para los ochenta ya era materia prima para la parodia. Los Simpson, que a la hora de recocer lugares comunes no tenían par, propusieron dos montajes así en los noventa: el del viaje de azúcar de Bart y Millhouse y el de la “borrachera más grande de la historia” (“the bender to end all benders”) de Krusty en The last temptation of Krust (T9E15). Darren Aronofsky, ese repetidor de clichés, lo hizo con toda naturalidad en Réquiem por un sueño... como tres veces. Breaking bad es conocida, también, por su propensión a la montage sequence. Por supuesto que tienen una de fiesta enloquecida chez Jesse Pinkman al ritmo de Unga Bunga Bunga. (El capítulo es Thirty-Eight Snub de la T4, 2011.) Y, bueno, en Community, volteadores de clichés, está esta, excelente, que refiere no sólo a la interminable lista de montajes de borracheras sino a la escena del baile en The Breakfast Club, ochentenazo favorito del gran Abed. También es de 2011:
Ya para acabar les diré esto: ningún montaje alcohólico o de cualquier otra droga, ni en serio ni con ironía ni como parodia ni como saludo o guiño, ha logrado alcanzar el delirio de este, que está en Moontide de 1942. Aguas: