Hoy os traigo una de las lecturas más ligeras que he leído este verano. Divertida, realista... Seguro que más de una os identificáis con alguno de los tipos de madre que aparecen en el libro y que reconoceréis en otros a muchas mujeres de vuestro entorno. Porque esta novela no cuenta grandes hazañas, ni intrigantes aventuras. Habla del día a día de unas mujeres normales, de su conflictivo intento de compaginar trabajo (o la falta de él) y maternidad, de cómo se enfrenta la relación de pareja al hecho de ser padres, del nuevo "yo" que surge tras la maternidad... Vamos, ni más ni menos lo que muchas de nosotras contamos a diario en nuestros blogs.
"¿Qué opción tengo? (...) La perspectiva de volver a ser pobre o vivir dependiendo de alguien -que viene a ser lo mismo- me produce escalofríos en la espalda. Pero la de no poder ver a mi bebé más de dos horas al día me llena los ojos de lágrimas. ¿Qué clase de feminista soy para llegar a plantearme siquiera el dedicarme exclusivamente a mis labores? ¿Qué clase de profesional soy que duda en aceptar el puesto que tanto he codiciado? ¿Y qué clase de madre soy para mostrarme tan poco entusiasta ante la idea de pasarme los días con mi propia hija?"
Dos amigas del instituto que llevan años sin verse, se reencuentran, ya treintañeras, en Facebook. El perfil de Émilie presenta a una idílica madre a tiempo completo que vive a las afueras de París en una casa con jardín. Por su parte, Morgane aparece como una exitosa profesional del mundo de la publicidad, con una vida glamourosa que comparte con su apuesto y también exitoso novio. Pero las apariencias engañan. La realidad es que Émilie, que dejó de trabajar para cuidar de sus hijos, se encuentra insatisfecha con su vida. Adora a sus hijos, pero ha perdido muchas cosas por el camino. Para empezar, a sí misma: jamás tiene un minuto para ella y odia la dependencia económica que tiene de su marido. Además, su relación de pareja se ha enfriado considerablemente, la idílica casa de campo necesita urgentes reformas y el caos parece dominar su vida doméstica. Por su parte, Morgane acaba de descubrir que está embarazada, lo que pone en peligro, no sólo su codiciado ascenso, sino su mismo puesto de trabajo. Pero, además, descubre que el embarazo y la maternidad reales nada tienen que ver con lo que había imaginado y que sus prioridades están cambiando rápidamente. Todo es inmensamente más difícil de lo que parecía.
Las dos mujeres retomarán su amistad (que esconde un oscuro secreto de sus tiempos de instituto) y se ayudarán mutuamente a enfrentarse a nuevos retos. De esta forma, Émilie ayudará a Morgane a afrontar su maternidad y ésta ofrecerá su experiencia a Émilie para ayudarla a encontrar trabajo. Y, así, entre pañales sucios, reuniones escolares, jornadas laborales de doce horas, suegras metomentodo, nauseas, ecografías, obras que jamás terminan, entrevistas laborales y jefes machistas sin sentido de la empatía, estas mujeres van conociendo nuevas facetas de sí mismas y descubriendo sus objetivos vitales. Todo ello con dosis de humor, no exentos de cierta crítica social. El avasallamiento que sufre Morgane por parte de distintos médicos y enfermeras pone de manifiesto muchas de las carencias del sistema de salud francés (y no deja en muy buen lugar a los profesionales del mismo) y lo mismo sucede con Émilie y el sistema educativo, reflejado en el colegio y los profesores de su hija mayor.
Émilie y Morgane son las dos voces principales, pero en el relato aparecen otros tipos de madres, cada una con sus propias ideas de crianza y con tipos de familia muy diferentes, y todas tratadas con la misma comprensión. Sin embargo, todas tienen algo en común: la culpa. Sí, porque debajo del humor con que Schiappa plantea el relato, podemos encontrar una denuncia sobre la situación de la mujer en el mundo occidental: la incapacidad de conciliar la vida laboral y familiar y de cumplir todas las expectativas sociales, llevan irremediablemente a la culpabilidad. Las mujeres de esta historia se sienten culpables por todo: por no poder dedicar todo el tiempo necesario a sus hijos, pero también se sienten culpables por anhelar una vida profesional y su independencia económica . Se sienten culpables porque sean otras personas (niñeras, educadores) las que críen a sus hijos y perderse cada detalle de su crecimiento, pero también se sienten culpables por estar en casa con sus hijos y, en realidad, desear encontrarse en una oficina... o en la otra punta del mundo. Se sienten culpables por no ser capaces de mantenerse atractivas, tener una casa de ensueño, cumplir con todas sus tareas domésticas, pasar más tiempo que nadie en la oficina, hornear tartas para las reuniones de padres, ganar más dinero, pasar más tiempo con los niños... La culpa es el gran tema del libro y, por eso, he optado por escoger en la apertura de esta reseña una cita que lo refleje.
Por otra parte, las parejas de las protagonistas representan también dos tipos opuestos de paternidad. Franck, el marido de Émilie, presenta la cara más tradicional: se desentiende del hogar y de los hijos, apenas presta atención a su mujer..., mientras que Basile, el novio de Morgane, refleja a ese nuevo tipo de hombres que comparten las tareas del hogar y que viven la paternidad con gran intensidad. De hecho, Basile está tan implicado en su nuevo rol, que desarrolla más síntomas de embarazo que su propia novia, lo que provoca momentos bastante divertidos.
En definitiva, una novela ágil y entretenida, que se lee rápido y que seguramente arrancará a más de una madre una sonrisa de complicidad. Tiene momentos de humor, pero no es tan cómico como sugerían la portada y el argumento. Vamos, que no estás a carcajada limpia todo el rato, pero seguro que muchas mujeres nos encontramos (y me incluyo) muy identificadas con lo que piensan y sienten los personajes.
¿Te ha gustado este post? No te pierdas nada y suscríbete por email. Recibirás gratis una Guía de lectura para niños de 0 a 3 años :