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El club de los mentirosos - Mary Karr

Publicado el 10 octubre 2017 por Rusta @RustaDevoradora

El club de los mentirosos - Mary Karr

Periférica & Errata naturae, 2017 (trad. Regina López Muñoz)

Cualquier familia compuesta por más de un miembro es una familia disfuncional. En otras palabras: en el barco donde tan sola puedo sentirme, en realidad, vamos todos.

Elijo esta frase -escrita por la autora en un prólogo de 2004, casi diez años después de la publicación del libro- para encabezar la reseña porque condensa tanto la esencia de la obra como la empatía que esta genera en el lector. Hay publicaciones que se leen, por así decirlo, desde la barrera: como un espectador que las analiza (y las disfruta) en frío, sin despeinarse. Sin embargo, hay textos que, además de dejarse leer, . Y, con ello, establecen una complicidad y lo empujan a remover sus propios asuntos, a mirarse a sí mismo y no solo al libro, porque el contenido, en cierto modo, le atañe, le interpela. El resultado es una lectura en la que uno se siente como cuando se apalanca en el sofá y pone los pies en la mesilla: cómodo, desinhibido, sin complejos. Así me he sentido al leer acompañan. Estos libros no tratan al lector como a un invitado, acomodándose a él, sino que le hacen partícipe de sus trapos sucios, sus turbulencias El club de los mentirosos (1995), de Mary Karr (Texas, 1955), un memoir tan descarnado como hilarante que se convirtió en un fenómeno en Estados Unidos, donde se considera un referente del género. Permanecía inédito en castellano hasta ahora.

Mary Karr relata su infancia, primero en una localidad petrolera de Texas, luego en Colorado, luego en Texas de nuevo. Estamos en los años sesenta, en ese sur tan sucio, en el seno de una familia que encarna esa sordidez: el padre, bebedor, suele divertirse con su cuadrilla (llamada el "club de los mentirosos") en el bar; la madre, una mujer con varios matrimonios a sus espaldas, afronta sus propias crisis personales, además de renuncias que no se atreve a desvelar; por último, Mary y su hermana, dos niñas que, en semejante ambiente, aprenden a espabilarse solas a muy temprana edad. Sí, la infancia de la autora estuvo marcada por el desorden reinante en su entorno: el alcohol, la violencia, los brotes de locura, la inestabilidad general. Podría tildarse de una infancia "macabra". Aun así, no se lamenta. En absoluto: no cuenta la épica de una mujer que superó las adversidades, sino de una chica plenamente integrada entre los suyos, que es capaz de mirar a su familia con transparencia, riéndose de todo y sin lloriquear. En toda familia hay tragedias, episodios vergonzosos y momentos de risas; pero, sobre todo, existen unos códigos compartidos que solo ellos entienden, que hacen únicas sus vivencias (el "léxico familiar", como diría Natalia Ginzburg); el logro de Mary Karr es haber plasmado el "alma" de su familia. Terca, embrutecida... y muy socarrona.

(Los propios cuadros se me grabaron a fuego con esa intensidad tan característica de la niñez. Cuando, años después, tropezaba con las pinturas auténticas en los museos, solía apoderarse de mí esa sensación que te asalta al entrar en tu antiguo colegio, la de volver a ser pequeño en un mundo descomunal e incontrolable, pese a que la escasa altura de las fuentes revela todo lo contrario, que ahora eres un gigante. Cuando a los dieciocho años tuve delante la Habitación en Arlés de Van Gogh, el cuadro me pareció ridículamente pequeño, y sin embargo extremadamente familiar.)

¿Dónde está el truco? La voz, siempre en la voz. El título no solo alude a los amigos de su padre, sino que todos los miembros de la familia pueden asimilarlo. Comenzar unas memorias hablando de las mentiras de su familia, admitiendo aquellos sucesos sobre los que han corrido un tupido velo, es una declaración de intenciones. "Comprobamos que las heridas cicatrizaban mejor si las dejábamos al aire [...]. Nuestras catástrofes, tan lejanas, se volvieron asumibles. Es lo que los griegos llaman catarsis" (p. 7), reflexiona la autora. Al pensar en este libro me vienen a la mente palabras como "naturalidad" o "confianza"; cualidades difíciles de medir, poco amigas de la teoría literaria, poco objetivas. No obstante, definen el tono de Mary Karr y la voluntad con la que afronta este libro: transparencia, sacar a la luz la verdad después del tiempo de las mentiras, la contención y los secretos incómodos. Como dice Lena Dunham en el epílogo, "Antes, la tradición dictaba que había que silenciar estas historias [...]. Pero el rechazo de Karr a reprimirse, su rechazo a mentir, nos señala que esos tiempos ya han quedado atrás. De aquí en adelante se hará la luz" (p. 515). Y lo cuenta, además, con humor, con gracia. Tiene algo de Lucia Berlin, otra gran escritora de su propia vida, en su capacidad para narrar con chispa unas experiencias que en la práctica resultaron dolorosas. Es reseñable el uso del paréntesis (a veces párrafos enteros): me he visto con frecuencia subrayando precisamente estos pasajes, estos apuntes al margen que en teoría no son lo principal, y que sin embargo comprenden algunas de las cavilaciones más lúcidas, las observaciones más interesantes. Es en lo pequeño, en el detalle, donde más se desnuda.

Durante décadas, los demonios personales de mi madre habían sido un misterio para mí, al igual que su pasado. Pocos mentirosos natos emprenden conscientemente la senda de la verdad, ni siquiera quienes creen de una manera axiomática que dicho camino acabará por liberarlos. Varias veces volé a Texas con el firme propósito de abrir la puerta metafórica del pasado. Pero la resistencia con que me encontraba era tan invisible como implacable. Incluso papá, en la época en que aún podía hablar, se negaba. Ponía cara de soy-un-pobre-viejo-chocho y decía: "Joder, cariño, no me acuerdo de nada de eso".

En el (brillante) elenco de personajes, la figura de la madre va ganando fuerza a medida que pasan las páginas. No es la típica mujer "sometida" por el patriarcado que mantiene a flote la familia mientras el marido se emborracha, sino una persona curtida, dura, que ha hecho lo que ha querido y no obstante padece sus propias presiones autoimpuestas. No, no es una "madre coraje" (cómo detesto esta expresión); es una madre imperfecta, cómo no, y su hija comparte abiertamente sus depresiones, los periodos en los que no pudo hacerse cargo como es debido de ella y su hermana. Esos temas que antaño se silenciaban, que tanto ensombrecían la reputación de una mujer, más aún de una madre, y que en estas páginas se exploran como una parte más de la vida, aceptándola sin añadir dramatismo ni trivializar el sufrimiento. Es asimismo destacable cómo la narradora se abre al mundo de los adultos (y al secreto de su madre) escuchando a hurtadillas, dando forma al hilo de lo que nunca le contaron a partir de palabras sueltas, de verdades a medias que oye aquí y allá. Así es como tan a menudo se descubren las revelaciones: con pedazos que no cobran sentido hasta el final.

Y entonces fue como si un agujero negro me tragara entera. O, más bien, como si el agujero siempre hubiera estado dentro de mí y me hubiera devorado poco a poco a lo largo de esos años sin que yo me diera cuenta. Me rendí sin más. ¿Qué término era el que usaban los médicos? Ah, sí: implosionar. Implosioné.

Quizá el mayor mérito de Mary Karr ha sido abrir la puerta a una forma desacomplejada de entender el género del memoir: la historia de su familia no constituye una mera línea cronológica de acontecimientos, sino que se edifica sobre las sombras, las grietas, esos espacios de desorden que suelen omitirse en las representaciones culturales dominantes. "Qué raro [...] que pensemos que lo "normal" es que los árboles tengan hojas, cuando en realidad durante seis meses al año están completamente pelados" (p. 374), comenta. Algo parecido ocurre con el hogar: qué raro es atribuir unos determinados roles a cada miembro cuando, en la práctica, todos se desdibujan y dan lugar a situaciones a veces cómicas, a veces brutales, a veces tiernas. Porque en una infancia cabe todo, incluso en una infancia tan poco convencional como la de esta autora. Después de su publicación, mucha gente se le acercó para contarle sus propias trifulcas familiares; esta reacción nos da una idea del sentimiento de identificación que provocan sus memorias (no con los hechos específicos, sino más bien con el "misterio" inextricable de cada familia). Todos llevamos a un mentiroso dentro, y esta obra invita a reconciliarse (y a reírse) con él.

Citas en cursiva de las páginas 13, 218-219, 493 y 504.


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