Leer capítulo III
Tras esta difícil explicación, pues no soy diestro en el lenguaje económico-administrativo, me dirigí hacia Juan el Evangelista.
-Juan, me encantaría preguntarle cómo fue su amistad con jesús, durante los acontecimientos que narró en su evangelio. Respondió él:-¿Amistad con Jesús? ¡No, por Zeus! En absoluto tuve amistad con él, querido invitado. Pues habéis de saber que, al contrario de como es creído en el ámbito del que venís, yo no soy Juan Zebedeo, discípulo de Jesús; sino Juan el Anciano. Viví en la Grecia de finales del siglo primero y principios del segundo. Jamás viajé a Tierra Santa y, por lo tanto, nunca tuve el placer de conocer al eternamente joven profeta que nos acompaña aquí. Al menos hasta que ambos fuimos citados a estas reuniones, claro es. Asintió Jesús.Sorprendido, pregunté:-Pero entonces ¿sus relatos no son de primera mano?-¿De primera mano? ¡Desde luego que no! ¡Vuestra ingenuidad es atrevida, bienamado hablante! Ningún texto de los que circulan por manos ortodoxas hablan de experiencias obtenidas de primera mano, no hay evangelio oficial que haya sido escrito por conocedores de Jesús. -Pero, entonces, ¿Cómo podría explicarse su veracidad? –Inquirí.-¿Veracidad? –Interrumpió Jesús, con cara de pocos amigos –¿¿Cómo narices puedes pensar en la veracidad de todo ese montón de fábulas cargadas de esoterismo y superstición?? ¡Nadie ha podido describirme tan mal como los evangelistas, y nadie ha podido entender los Evangelios peor que la Iglesia Católica!-Pero –dije, dirigiéndome ahora hacia Jesús – ¿no crees que es verdad que esos libros fueron escritos para extender tu doctrina fielmente?Respondió Jesús con una cara de mayor indignación, aunque esta vez mezclada con aburrida resignación:-¿¿Fielmente?? Pero, ¿es que nadie en el puñetero mundo quiere enterarse de que yo no quise crear una doctrina? No es sólo eso… ¡Yo traté de eliminar el sacerdocio judío! Es más, dejé bien claro que Dios no habita en los edificios construidos por la mano del hombre y, aún así, la gente se empeña en ir a la Iglesia, a adorar un maldito símbolo que me representa a mí en el peor momento de mi vida.-Ah, pero es que ¿no aceptas como tuyo el símbolo de la cruz? –Pregunté. -¿Pero cómo narices voy a aceptarlo como mío? ¡Ese es el símbolo de los que me sentenciaron, en todo caso! Aunque, en verdad no me extraña, llamándose la Iglesia “Apostólica Romana”. ¡El que esté con los romanos no puede estar conmigo! ¡Es absurdo! Parece que los que dicen ser seguidores míos se regocijan llevando mi suplicio colgado al cuello. Como algún pensador ha dicho, si hubiese muerto hace veinte años, en vez de una cruz ¡los niños llevarían colgada al cuello una silla eléctrica!
Continuará el próximo sábado 14 de diciembre