Revista Opinión
Asombrado con las revelaciones de las que estaba siendo partícipe, no podía menos que preguntar:
-Pero, sin duda, algunas cosas de las escritas en el evangelio serán ciertas. Dime que, por supuesto, al menos serías nacido de virgen. Con otro nuevo gesto de aburrimiento, dijo Jesús: -¿De virgen? ¡Claro, por qué no? ¿Pero quién? ¿Yo solo, o acaso también mis demás hermanos? -¿Hermanos? –Dije yo. Obviamente te refieres a tus fieles… Aquí respondió Juan el Anciano: -Os hago partícipe, nuestro querido invitado, de que esa palabra tiene cierta ambigüedad en el lenguaje de vuestra fe. -¿Se refiere a la palabra “hermano”? –Pregunté. -A esa me refiero, en efecto. -¿A qué ambigüedad se refiere, sabio Juan? -A una que en mi materna lengua griega no admite dudas. Veréis: en griego, la palabra “hermano”, entendida como hermano de sangre se dice de una forma, y el “hermano correligionario” se dice de otra. Pero alguien cogió los textos griegos para traducirlos, y decidió eliminar a los hermanos carnales de Jesús, de formas muy engañosas. -¡Vaya! Pero ¿Aparece algún dato que nos pueda ser útil para llegar a tal conclusión, en alguno de los cuatro evangelios canónicos? –Pregunté con interés. -¿En alguno? –Contestó Benedicto – ¡En los cuatro! Está ahí, ante los ojos de todos. Lo que pasa es que esa maldita masa borreguil que tan bien nos sirve nunca tuvo ojos para ver lo que su propio libro sagrado les estaba diciendo. Y ahora, tras siglos de tradición, estas mentiras se han tornado verdaderas e inamovibles, para regocijo de mi gran casa. Como decía mi bienquerido Goebbels, si repites una mentira las suficientes veces, ¡esta acaba convirtiéndose en verdad…! Es genial que la virginidad de María se inventase y quedase fuertemente establecida durante el siglo XIX, y que la Inmaculada Concepción se añadiese a mediados del XX. Si embargo, ¿Quién, hoy en día, puede imaginarse a María copulando carnalmente con el Enviado o, mismamente con José, para tener a Jesús? -¿Me está diciendo –interrumpí –que, aunque se demuestre que algo concreto es falso, nada se puede hacer?
-Eso digo, en efecto –aclaró Benedicto. La fe se torna tan dura e inamovible con el tiempo, que no hay nada que pueda colocarse en su lugar, aunque sea una evidencia muy contrastada. ¡Esa es la explicación para que existan hoy millones y millones de personas que crean que el Universo tiene menos de diez mil años, cuando esa burrada no debería caber en la cabeza de nadie! ¡Esa es la grandeza de la fe! ¡La fe incluso desafiando a las evidencias! ¿No es absolutamente virtuosa? ¿No es, esa fe contra viento y marea, un altísimo y bello don del hombre religioso? ¡El sublime y perfecto don de la obediencia ciega y apasionada!
Continuará el próximo sábado 28 de diciembre