Revista Cultura y Ocio
RBA editores. 179 páginas. Edición de 2009, texto de 1979.
En el blog del escritor peruano Iván Thays, Moleskine literario, leí hace unas semanas una lista de los escritores latinoamericanos más influyentes de la pasada década, según el criterio de Gustavo Faverón (a quien no conozco). En ella encontré nombres de autores que son para mí un referente: Roberto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa, Mario Vargas Llosa, Junot Díaz o César Aira; junto con otros que me sonaban, pero de los que no he leído nada: Edmundo Paz Soldán, Mario Levrero y Antonio José Ponte; y otros dos autores de los que, al menos que recuerde, nunca había oído hablar: la chilena Diamela Eltit y el brasileño Rubem Fonseca. Me llamó la atención este último nombre, Favarón le llamaba “el padre de los Guillermo Fadanelli y los Pedro Juan Gutiérrez”, a estos dos sí los he leído y ambos, aunque sobre todo Gutiérrez, me parecen autores de pegada contundente.
Encontré este conjunto de relatos, El cobrador, en el Fnac de Callao. Lo he acabado de leer hace unos días y la impresión ha sido fuerte, me llego a cuestionar: ¿cómo es que no me había sonado de nada este nombre, Rubem Fonseca, hasta hace unas escasas semanas? Nos llegan a España un gran número de escritores argentinos, mexicanos, cubanos… menos de algunos otros países de Hispanoamérica y de otros nada -no recuerdo a ningún escritor de Panamá o de Costa Rica-. Y nos llega también muy poco o casi nada de Brasil, lo que no puede más que achacarse a un tema idiomático y a la necesidad de realizar la inversión en las traducciones, y no a un tema de calidad creativa. Además del escritor de bestsellers Paulo Coelho, yo sólo conocía hasta ahora de Brasil a Jorge Amado, del que he leído dos novelitas muy breves. Desde ya la literatura brasileña se liga para mí al nombre de Rubem Fonseca.
Fonseca es hijo de inmigrantes portugueses en Brasil. Estudió derecho y trabajó de policía (aunque gran parte como portavoz del cuerpo), y sólo a partir de los 38 años empezó a escribir, una interesante edad para haber adquirido ya un gran bagaje de experiencias. En 2003 le fue otorgado el premio Camoes, el equivalente al Cervantes en las letras portuguesas.
El cobrador está formado por 10 relatos. En el primero, Pierrot en la caverna, un escritor misántropo se cuelga al cuello una grabadora donde irá desgranando atropelladamente los detalles de su relación sexual con una vecina de 12 años.”Querer hacer frases hermosas es tan miserable como querer ser coherente” (página 25), escribe Fonseca tras una reflexión sobre los ricos en las novelas de Scott Fitzgerald. Epatante, relato crudo y lleno de desasosiego.
En H. M. S. Cormorant en Paranaguá, la voz narrativa pertenece a un adolescente enfermizo y esquizoide con ínfulas de poeta. Entre brumas de los bajos fondos repletos de prostitutas y borrachos, el joven conversa con un Byron proyectado de su mente, y se reflexiona acerca de la violencia esclavista sobre la que se asienta la sociedad brasileña. El relato está ambientado en 1852.
En El juego del muerto, la violencia se filtra en la vida cotidiana de tres amigos que se dedican a realizar apuestas sobre las cosas más absurdas. Una narración que conduce ineludiblemente a la violencia y la muerte.
Encuentro en el Amazonas quizás sea el cuento que más me ha gustado del conjunto. Aquí la persecución detectivesca de un personaje sobre otro entronca con la búsqueda absurda e irreparable de lo que siempre se nos escapa en nuestras vidas. Los policías y los delincuentes se confunden, como en los relatos de detectives salvajes o metafísicos de Bolaño. Muy intenso cuento sobre un viaje por un río de Brasil, con gran atención a los detalles, a las descripciones de los personajes secundarios que entran y salen de plano, muy plagado de vida, una vida que también habrá de conducir a la muerte. Se describe así al mono de un zoo: “Sus manos parecían las mías. El rostro y la mirada del mono tenían el aire de desilusión y de derrota de quién perdió la capacidad de resistir y soñar” (página 61)
Camino de Asunción es otro texto histórico donde se recrea un episodio de la guerra del Chaco, y que me ha recordado a los relatos gauchescos de Borges. Una nueva reflexión sobre los gérmenes de una sociedad violenta.
En Mandrake conocemos a un personaje de Fonseca que aparece en más novelas y relatos. Mandrake es un abogado especializado en salvar a criminales, un cínico profesional. “Recordé los rostros de los asesinos que conocía. Ninguno de ellos tenía cara de asesino”, nos dice Fonseca-Mandrake en la página 102.
En Crónica de sucesos se nos describen escuetamente 3 posibles informes policiales o periodísticos sobre casos de violencia. Muy breves e impactantes.
En Once de mayo, un viejo nos habla de la institución para ancianos en la que se encuentra recluido, de las vejaciones que él y los otros internos sufren y de un patético intento de rebeldía. El relato se convierte en metáfora de la lucha del individuo frente a las dictaduras.
En Comida en la sierra el domingo de Carnaval, entramos en el jardín de una casa de acaudalados, y asistimos a un episodio poético de rencor social.
En El cobrador, quizás el relato más brutal del conjunto, un psicópata se dedica a matar a casi cualquier persona con la que se cruza, preferiblemente de la alta sociedad, pues todos le deben cosas y él está dispuesto a cobrárselas: “Leo los periódicos, para saber qué es lo que están comiendo, bebiendo, haciendo. Quiero vivir mucho para tener tiempo de matarlos a todos.” (página 161).
El lenguaje de Fonseca es contundente pero no vulgar, su narrativa es rápida, nerviosa, su mirada está siempre en movimiento y consigue arrancar la esencia a cualquier personaje que focalice de una forma clara y que implica un gran derroche de vida. Una contundente reflexión sobre la violencia, las desigualdades, la vida, la literatura…
He comprobado hoy que en la biblioteca que frecuento en Móstoles tienen Agosto, la que la crítica apunta como su mejor novela. La acabaré leyendo.