Revista Historia

El cóccix, la pequeña cola que nos une a los animales

Por Ireneu @ireneuc

El cóccix, la pequeña cola que nos une a los animales

El cóccix, la pequeña cola que nos une a los animales

El cóccix humano

Un rasgo que diferencia al ser humano de los animales, aparte de la supuesta -porque no siempre es así- mayor inteligencia del hombre respecto al resto de seres vivos es que la mayoría de ellos tienen cola, mientras que nosotros no. Bueno... obviando que en estos momentos habrá alguna mente enferma pensando en lo que no debiera pensar, esto que parece una verdad absoluta, en realidad no lo es tanto. De hecho, tanto hombres como mujeres tenemos una cola como las de los gatos, perros o caballos... pero en miniatura ¿lo sabía?
En el ser humano existen toda una serie de órganos vestigiales que son fruto de la evolución de la especie durante los últimos miles o millones de años. Durante este período de tiempo, el hombre, como animal parte de la biosfera terrestre, se ha tenido que ir adaptando a un medio ambiente cambiante, por lo que ha tenido que hacer adaptaciones genéticas, que han llevado a la creación de estrategias nuevas (ver La intolerancia a la lactosa: cuando la solución se vuelve un problema) y a la creación de nuevos órganos o al descarte de otros que, en el fondo, habían perdido su importancia.

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Esqueleto de perro

Dentro de este último grupo se encontraría la cola o rabo, extensión de la columna vertebral que en los animales que la tienen, se utiliza básicamente para mantener el equilibrio cuando están corriendo a cuatro patas. Una utilización perdida en los hombres y grandes simios, los cuales han abandonado la posición cuadrúpeda permanente en pos de una posición bípeda temporal (Gorilas, chimpancés...) o definitiva como en el caso del hombre.
En el ser humano, el hecho de adquirir una posición erguida implicó la pérdida de la cola, ya que no era necesaria para mantenerse en pie. No obstante, en el devenir de la evolución, esta no ha acabado de desaparecer del todo y se ha convertido en los huesos del cóccix. O dicho de una forma más popular: la rabadilla del culo.

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5 vértebras vestigiales

El cóccix está formado por 5 pequeñas vértebras óseas articuladas -tienen cierto movimiento- que se disponen como continuación de la columna vertebral a partir de los huesos de la pelvis, diferenciándose de las vertebras de la columna porque no son atravesadas por la médula espinal y porque las tres últimas pueden estar soldadas en una sola, reduciéndose entonces a 3.

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Una fractura de cóccix es molesta

Estas vértebras del cóccix, que por sus dimensiones (poco más de 5 cm), pasan totalmente inadvertidas para nosotros excepto cuando nos caemos patinando, serían el resto de aquel rabo de los cuadrúpedos. Para verlo más claramente, simplemente tendríamos que ver una columna vertebral humana en horizontal, compararla con un esqueleto de perro y ver cómo la curvatura del cóccix humano correspondería a la curvatura que toma el inicio de la cola del perro.

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El cóccix aguanta ligamentos

Sin embargo, la naturaleza no pega puntada sin hilo (ver El no tan inútil apéndice humano) y, a pesar de que en la actualidad no hace su función estructural como lo haría en un cuadrúpedo, aún es útil, ya que sirve como anclaje a diversos músculos de las nalgas -ayudando a mantener la posición bípeda- así como soporte para diversos nervios importantes.
Éste uso relativamente importante, según parece, es lo que ha permitido que se conserven estos huesecillos relictos. Huesecillos que, a pesar de su tamaño, son la señal inequívoca de que no somos un producto divino, sino unos parientes más o menos espabilados y pelones del resto de seres vivos que pueblan -aún- el planeta Tierra.

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La cola humana ha perdido la función de los cuadrúpedos


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