Mañana cambiamos de coche. Con la llegada de Inés (nuestra sexta hija) ya no cabremos en la Chrysler Grand Voyager que nos ha acompañado los últimos cinco años durante 140.000 kms; y en Ureta Motor (Burgos) recogeremos una nueva Mercedes Viano de 8 plazas.
Hace años un joven rico encontró, en la puerta de su casa, como regalo el día de su cumpleaños, un precioso carruaje de madera de nogal, con herrajes de bronce, lámparas de cerámica blanca, asientos de terciopelo rojo y visillos de encaje. Todo muy fino y elegante. Subió a la cabina y comprobó que todo aquello estaba fabricado a su gusto y medida. Todo muy cómodo para él. Miró por la ventana y contempló el paisaje que se veía. Los interminables campos propiedad de su familia. "¡Vaya regalo tan chulo!" pensó. Y se quedó un rato disfrutando de las sensaciones.
Pronto empezó a aburrirse porque por la ventana siempre veía lo mismo. Y empezó a pensar que aquel regalo ya no era tan chulo. Hasta que pasó por allí su vecino y le gritó:
- ¡Hombre amigo! ¿no cree que ese carruaje le faltan los caballos?
¡Era cierto! Le faltaban los caballos. Así que el joven bajó del carro corriendo, fue hasta el establo, sacó dos bellos corceles y los ató al carruaje. Volvió a subir y les gritó: "¡¡Eaaaa!!". Los animales salieron al trote y el paisaje que se veía por las ventanas empezó a variar. El joven estaba encantado. Los caballos corrían y corrían cada vez más. El carro empezó a sufrir unas vibraciones fuertes y una grieta empezó a abrirse en un lateral. Los caballos le estaban conduciendo por caminos terribles, saltando por todos los baches, subiendo por las veredas... Había perdido el control del vehículo.
Alguien desde la calle le gritó: "¡¡Oiga!! ¡Que le falta el cochero!".
El joven frenó como pudo a los alocados caballos y decidió contratar un cochero. Un hombre formal y con mucha experiencia. Entonces el joven volvió a subirse al carro, se acomodó, le dijo al cochero dónde quería ir y entonces empezó a disfrutar del carro y de sus viajes.
Y a nosotros nos ocurre muchas veces algo parecido. Salimos de nuestra casa y nos encontramos con un regalo, nuestro cuerpo. Pero este como tal no sirve para mucho. Y necesitamos los caballos de los deseos, los anhelos, los objetivos, los afectos... Todo va bien hasta que en un determinado momento nos damos cuenta que esos deseos nos llevan por caminos arriesgados y peligrosos y entonces sentimos la necesidad de frenarlos. Y aquí aparece nuestro cochero: nuestra cabeza, nuestra capacidad de pensar racionalmente. El cochero es el que decide el camino, pero quien tira de nuestro carruaje son los caballos.
Por eso nuestro cochero tiene una doble responsabilidad. Por un lado reparar, cuidar y mantener el carruaje, que nos tiene que durar toda la vida. Si se rompe el carruaje se nos acaba el viaje. Y por otro lado tiene que cuidar, alimentar y proteger a los caballos, porque ¿qué sería de nuestra vida sin deseos, anhelos, objetivos, o emociones?