
El acuerdo inmediato de los dos grandes partidos para cambiar la Constitución en quince días, poniendo un techo sólido al endeudamiento y el déficit, es la mejor prueba de que España no es una democracia sino una sucia partitocracia ajena a los ciudadanos y al bien común, que ignora reiteradamente los deseos y sueños de los ciudadanos y que sólo aprueba y decide lo que conviene a la casta gobernante.
Los ciudadanos españoles llevan años pidiendo reformas constitucionales y legislativas que conviertan a España en una verdadera democracia, pero los dos grandes partidos siempre lo han impedido. España necesita equilibrar su ley electoral, que valora más unos votos que otros, eliminar la financiación pública de los partidos políticos, que convierte a esas instituciones en mafias financiadas por los impuestos, en contra de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, la separación efectiva y lka indeoendencia real de los grandes poderes del Estado, sobre todo de la Justicia y del Legislativo, ambos dominados por el Ejecutivo y por los partidos políticos, la instauración de listas abiertas y otras muchas reformas destinadas a eliminar la corrupción y la dictadurs de los partidos sobre unos ciudadanos que, en democracia, deben ser los soberanos que deciden.
Zapatero ha gobernado tan mal y ha generado tanto rechazo y odio entre los españoles que ha arruinado no sólo la economía, sino ambién la cohesión, a su partido, a la política y hasta el mismo sistema, que hace aguas por todas partes. Cada día son más los que piensan que su protegido Rubalcaba, cómplice en todos sus errores y traiciones, ha sido una mala opción y que mucho mejor cadidato habría sido Almunia, ajeno a los dramas de Zapatero y crítico de algunas de sus medidas económicas.
El PSOE está descubriendo con gran pesar que la receta Rubalcaba no sirve para frenar la enorme derrota que sufrirán de manos de unos ciudadanos que quieren vengarse del socialismo por haberlos llevado hasta la ruina económica, la corrupción masiva, la desesperación y la tristeza. Ante ese panorama, muchos socialistas que ya se sienten viejos y cansados, suficientemente enriquecidos, sienten la tentación de escapar de esa humillante derrota que se acerca.
Los desertores saben mejor que nadie que el PSOE está inerme ante el fracaso que le amenaza y que el partido, después de haberse transformado en una oficina de colocaciones y en un imperio dedicado al reparto de poder y de beneficios entre los suyos, carece de lo único que permite atravesar el duro desierto de la derrota con garantías: las ideas y los principios. El partido se ha olvidado de los grandes valores, de los ciudadnaos, del servicio y de lo que es su esencia: la ayuda a los pobres y desamparados. El PSOE, en manos de Felipe González y, sobre todo, de Zapatero, se ha transformado en una ofradía de sátrapas que sólo buscan poder, dinero y brillo. Con ese bagaje, la travesías del desierto será una auténtica desbandada, una experiencia terrible que diezmará al partido y amenaza con convertirlo en una formación maldita.