Revista Cine
Una gran historia no hace una gran novela. Es posible que una mala historia tampoco haga una mala novela. Y no es del todo inverosímil que una buena novela tenga como armazón una historia mediocre. Por eso siempre desconfío de de los autores que aseguran que escriben porque les encanta imaginar otros mundos y otras vidas.
Quiero creer que un escritor que se precie no se va a pasar semanas, meses y años ante la pantalla en blanco para un día, simplemente, ver por escrito todo aquello que ha imaginado. Todos sabemos que hay algo más tras ese trabajo, y que semejante esfuerzo tenía otro objetivo, por mucho que a veces ni el propio autor sepa cuál era.
Naturalmente, y sin ánimo de juzgar, a muchos lectores les basta con la historia. Saber si la señorita Bennett se casa o no, si al final entierran o no a la señora Bundren, o qué será de la relación entre Lolita y Humpert Humpert puede mantenernos más o menos en vilo, si bien el propio Nabokov tendría unas palabras más severas para ese tipo de lector. Personalmente, creo que la combinación de historia apasionante + quéséyo relevante y profundo da como resultado el libro perfecto, ése que place tanto al lector pueril del que nos habla Nabokov como al pedante que te suelta "no has entendido al autor".
Poster de la adaptación que hizo William Wyler
Es fácil leer El coleccionista como un thriller psicológico, en primer lugar, supongo, porque en cierto modo lo es. La trama, aparte de sencilla, es bastante conocida. Frederick Clegg es una persona retraída que lleva una vida gris como funcionario en el ayuntamiento. No tiene otro interés que las mariposas, que colecciona con pasión. Un día, sin embargo, ve a Miranda Grey y decide que debe poseerla (y en este caso este verbo no significa exactamente lo que uno pensaría). Es en ese momento cuando se inicia la historia, y desde las primeras páginas nos familiarizamos con la teóricamente trágica infancia de Clegg, huérfano desde niño, aunque demasiado traumatizado por ello, mientras asistimos a sus planes para Miranda: secuestrarla, ocultarla en el sótano y tenerla allí para siempre.
Ésta fue la primera novela de John Fowles, y es posible que, en su ansia por llegar al quéséyo del que hablaba antes, descuidara un poquito la historia. Trama, argumento, sorpresas, todo ello se lo reservó Fowles para sus obras siguientes, entre ellas El mago y La mujer del teniente francés. En la que nos ocupa, el argumento no es más que un vehículo para llegar al meollo del asunto, y Fowles se encarga de hacer el viaje sin interrupciones ni paradas innecesarias. Para ello, se saca un as de la manga, o, dicho de manera más literaria, un prosaico deus ex machina: las quinielas. Gracias a ellas, Clegg, narrador de la primera mitad de la novela, tiene todo lo que necesita para poner en marcha su plan: dinero y una mente perturbada. Compra una casa en mitad del campo, la adapta para la estancia de su huésped, persigue a ésta hasta conocer e incluso anticipar sus movimientos, y la secuestra.
Frederick, Ferdinand, Calibán
Miranda es estudiante de arte, inteligente, bellísima y chica de buena familia. Clegg, por su parte, es normalito tirando a feúcho, y de familia de clase trabajadora. Culturalmente, además, es un auténtico filisteo, por lo que el conflicto está servido. Y es que estar encerrado en un sótano hasta el fin de tus días es una putada, pero si además tenemos que estar en compañía de alguien sin sensibilidad artística, esos años pueden hacerse muy largos.
A partir de ese momento, los lectores "de trama", por llamarlos así, se centran, supongo, en el ¿se escapará o no se escapará? ¿Se enamorará? ¿La matará él a ella o ella a él? Y con esas intriguillas, el autor tiene el suficiente oficio para mantener su interés hasta el final. Pero es el duelo entre Miranda y Frederick, y entre lo que ambos representan, el meollo al que de verdad quería llegar Fowles. Clegg se presenta a Miranda como Ferdinand, con lo que tenemos a los dos enamorados de La tempestad. Bien pronto, sin embargo, Miranda empieza a referirse a él como Calibán, que en la obra de Shakespeare era, hasta la llegada de Próspero y su hija Miranda, el infrahumano amo y señor de la isla.
El calibanismo es uno de los temas de la obra. Si habéis leído canibalismo, no vais del todo desencaminados, pues algunos expertos dicen que Shakespeare estaba jugando con dicho anagrama para describir al salvaje. Pero el calibanismo de El coleccionista no consiste en alimentarse de carne humana sino de la creatividad, la imaginación, la libertad y el placer ajenos, y recrearse en la mentira, la envidia, las ganas de hacer daño y el rencor. Así, tenemos, una evidente crítica a la mentalidad autosatisfecha del pequeñoburgués, crítica que cobra una gran dimensión política, mucho mayor quizá de lo que el propio Fowles podía imaginar.
Calibán, propiamente dicho
Por lo visto, algunos acusaron al autor de fascista, por sugerir, según ellos, que no nacemos iguales, y que siempre habrá una minoría ilustrada que estará por encima de las masas incultas y violentas. Si a eso le añadimos que la novela está protagonizada por un malo de clase baja y una víctima de familia bien, podemos imaginar que las críticas debieron de ser brutales. Vamos, que en España no habría sobrevivido. Se me ocurre, no obstante, que tales acusaciones no son más que otro ejemplo del calibanismo descrito en el párrafo anterior. De hecho, el lector puede compadecerse de la terrible situación de Miranda, pero difícilmente se identificará con un personaje tan arrogante: "Soy tan superior a él", dice en un momento dado Miranda de su captor. Del mismo modo, el lector nunca se pone en la piel de un chiflado frío, calculador e ignorante como Frederick, pero sí llega a entender, dentro de su locura, sus motivaciones. Las cosas nunca son tan sencillas como las quieren ver los calibanes, y para demostrarlo, entra en escena G.P., el bohemio, provocador y mujeriego artista por el que Miranda siente absoluta admiración.
G.P. nunca sale de las páginas del diario de Miranda, pero podemos considerarlo un personaje tan importante como los otros dos. Y es precisamente G.P., quien antaño fue comunista, el que ahora se ríe de Miranda por ser laborista. Los laboristas, dice, nos trajeron a la Nueva Gente, que es el modo en que él se refiere despectivamente a esa zafia nueva burguesía. Miranda, por su parte, piensa que el deber de toda persona digna es ser de izquierdas, para, a continuación, definirse como una de Los Pocos, esos seres justos, idealistas y creativos cuya obligación es hacer frente a la insoportable vulgaridad de la multitud. Los calibanes no tienen sentido de la ironía. Las Mirandas a veces tampoco.
La novela, en suma, pese a estar construida sobre una trama que aparentemente no tiene mucha sustancia, es estupenda y, aparte de mantener la tensión hasta el final, toca, como veis, unos temas de lo más jugosos. Y eso que nos hemos dejado por lo menos la mitad en el teclado. En su defensa ante las acusaciones de fascista, Fowles dio quizás demasiada información sobre cuál era su intención al escribir la obra (podéis leerlo aquí), pero como ésta es tan buena, siempre tiene más que ofrecer. El coleccionista se puede leer no sólo como una novela política además de un thriller psicológico, sino también como una reflexión sobre lo que significa amar a otra persona, o, mejor dicho, sobre lo que los calibanes entienden por amor. Y eso ha hecho que de repente me haya acordado de algunos (y algunas) calibanes que han pasado por mi vida... porque sí, yo también soy uno de Los Pocos.
John Fowles
Y no quiero despedirme sin lanzar una pregunta: ¿quiénes son los calibanes de la España de hoy?