Hoy os vengo a presumir…
Hoy, desfilando desde aquel tercer piso con el apuro de siempre, va aquella misteriosa figura envuelta en la sencillez necesaria para deleitar a cualquier persona con buen gusto. Con buen gusto y con cojones.
Con ese andar de pasarela que el tiempo me vuelve lento. En un lapso imperceptible a un ojo cualquiera, pero que en la eternidad de mi memoria va tatuado en calidez. Va de estampa, va de fina… Va de coneja.
Hoy es un día de lluvia cualquiera con el tono gris necesario. Con un despilfarre de suspiros ahogados de quienes la ven andar. Con aquella cadencia de pantalon azul y zapatillas para correr.
Como enemigo tenemos ansiedad, horarios y tiempos. Como aliados, sencillez, descaro y altanería. Esa misma que de insolente nos inventó de novios en una casualidad, sin aviso. En un acto totalmente improvisado por la vida.
En aquel momento en un restaurante de Barranco mientras dos corazones temblaban sin razón aparente.
Dichoso y con el pecho inflado, viene ahora a presumir su más hermosa colección en esta vida…
Dichoso aquel de la taza de café frío. Ese mismo que viste poco cabello y arrugas en los ojos, los mismos que te sorprendieron secretamente un día de hace algunos meses.
En sus andares de arrogancia desmedida viene presuntuoso, galardonado. Viene con ganas de ser admirado, venerado y envidiado por aquel cruce de destinos de hilo rojo. Treinta años tarde, pero dichoso de ti.
Embelesado por tus gestos, tu mirar y tus manías. Las mismas que muchas veces coinciden con las mías, catapultandose en una sensual batalla de necedad. Una guerra que termina, de pronto, cuando decido dejarme el ego a un lado.
Una vez en la que, sin advertirte, me reinvento cualquier faceta mientras aguardo la oportunidad. Con paciencia, con ímpetu… Con descaro simulado en una carcajada.
En un piropo de mejillas rojas por añejos actos de galantería. Aguardando ansiosamente a que aparezca una más para nuestra presumida y mágica colección.
Sí, aguardando una más de tus sonrisas.