Revista Libros
Anagrama nos deleita una vez más con una deliciosa obra de lectura, consulta y referencia, esta vez sobre el arte del coleccionismo. Se trata de una obra un tanto arriesgada para este mundo virtual en el que todo está cambiando para poder ser representado por ceros y unos, y el único tacto al que se aspira es al de la pantalla, fría, indolente y manoseada.
El encargado de guiarnos entre estantes y expositores es Philipp Blom, historiador hamburgués que ya figuraba en los catálogos de Anagrama con los ensayos “Encyclopedie”, “Años de vértigo” y “Gente peligrosa”. ¿Quién no ha sentido alguna vez la pulsión de coleccionar y codiciar objetos de cualquier índole y condición?
Una pulsión innata
Todo comienza en la niñez, cuando el instinto natural de poseer y almacenar objetos inanimados se ve alimentado por el bombardeo de publicidad que provoca que el niño sienta deseo por determinados artículos y haga todo lo posible por conseguirlos.
Es así como se fabrica un nuevo consumidor en esta sociedad mercantilizada, desde la más tierna infancia: álbumes de cromos, muñecos con la etiqueta “coleccionable”, piedras, sellos, quizá pequeños insectos... todo vale. Según Philipp Blom (que observa el coleccionismo desde multitud de puntos de vista obteniendo una obra poliédrica y genial) se colecciona, entre otras cosas, para atesorar algo que permanezca, y vencer o ahuyentar así a la muerte, “para un más allá anticipado, como si la muerte no existiera, o quizá para convencerse de que no existe”. En este sentido, relata la historia personal de un bibliófilo empedernido que cuando se acercaba al límite de su esperanza de vida comenzó a desprenderse de sus libros, como técnica de preparación personal a su posible muerte inminente.
Volviendo a la idea del coleccionismo en este mundo actual tan lleno de interferencias, el simple gesto de romper y tirar el dispositivo informático personal, con todo su contenido, y tirarlo a la basura, serviría para desprenderse en un solo gesto de toda una vida de almacenaje de libros, discos, fotografías, cartas de amigos y amantes y cualquier cosa susceptible de ser almacenada en impulsos eléctricos (o en un sucedáneo de sí misma, por tanto): hasta este punto es práctico el humano moderno.
Philipp Blom afirma que coleccionar es también “llenar el vacío”: que ese vacío presione los límites del alma, el aire de una estantería o los circuitos de un disco duro, es otro asunto: cada uno sabe bien dónde le duele.
Grandes coleccionistas
“Toda colección es un teatro de recuerdos.”
Esta historia del coleccionismo se articula siguiendo la estela de grandes coleccionistas reales, más y menos conocidos, como Walter Benjamín, filósofo y bibliófilo alemán cuyas reflexiones sobre el orden y el caos aplicadas al coleccionismo ilustran algunas de las mejores citas de esta obra; la colección de curiosidades, obras pictóricas, medallas, plantas y libros de Sir Thomas Browne, que incluía libros sobre el arte del coleccionismo; William Randolph Hearst, estadounidense magnate de la prensa y caprichosísimo coleccionista y que inspiró a Orson Wells el personaje protagonista de “Ciudadano Kane”, atesoraba miles de objetos de los que apenas disfrutaba; el botánico Carl von Linneo implantó la organización sistemática en su clasificación vegetal, y gran parte de esa colección de plantas aún permanece en un sótano fortificado de Burlington House, Picadilly.
Y así, miles de coleccionistas a lo largo del mundo satisfaciendo sus deseos adquisitivos en la medida de sus posibilidades, o de la incontinencia de sus propios impulsos.
También se habla aquí de los falsificadores, que habitan en una cercanía incómoda con los coleccionistas. De la pérdida repentina de interés al conseguir el objeto de deseo. De que el objeto más importante de una colección es siempre el siguiente. Lo que hace Philipp Blom, a fin de cuentas, es sacar a la luz los trapos sucios de la intimidad del ser humano, de ahí el subtítulo del libro. Las colecciones son una extensión del coleccionista, que deposita en ella sus miedos, sus deseos, sus pasiones, sus instintos y su más meticuloso cuidado.
El coleccionismo como excusa
Philipp Blom expresa una idea que flota como una sombra a lo largo de todo el libro: la del coleccionista que ve cumplido en el desarrollo de su tarea el deseo de permanecer en soledad. Así, el coleccionismo es observado desde otra perspectiva, más psicológica y en la que podremos vernos más o menos reflejados.
Hay pocas personas inmunes al culto a los antepasados y a la magia de la proximidad física a lo largo del tiempo: tener una moneda romana en la mano mientras nos preguntamos qué habría podido comprarse con ella; visitar lugares históricos; ver el violín de Mozart, un manuscrito de Beethoven, un poema manuscrito de Shelley, las pantuflas de Churchill, una pelota de béisbol con el autógrafo de Babe Ruth o una carta escrita por un gran hombre sobre cuestiones superficiales e íntimas. Estos objetos parecen contener el pasado, son testigos mudos de la historia, y llevan con ellos la inmediatez del tacto preservada a lo largo de los años y siglos.
Son estas reflexiones tan literarias y humanas las que hacen de este libro algo más que una simple historia del coleccionismo: un libro magnífico al que no se le puede sacar ninguna pega.
Reseña publicada originalmente en El Mar de Tinta.