En la personalidad del coleccionista hay elementos patológicos evidentes como el fetichismo (el amor al objeto por el objeto mismo) (…). Todo coleccionista revela también un cierto desequilibrio psíquico, una carencia afectiva o una insatisfacción vital (…) que a unos les lleva al fútbol, a otros al templo, a los de más allá al alcohol y otras drogas, y a muchos nos impele a acumular objetos de la misma especie, los más posibles (…), porque una colección nunca está completa. Estoy de acuerdo con Estrella de Diego cuando afirma: “Ni Freud ni Lacan dedican al coleccionismo la atención que parecería merecer, tal vez porque ellos mismos fueron coleccionistas”. Todo psiquiatra sabe que el coleccionismo es un trastorno obsesivo compulsivo, pero Freud dejó de estudiar el tema cuando se convirtió él mismo en coleccionista, igual que nunca investigó la adicción al tabaco ni la onicofagia (otro vicio suyo, según me informa Jon Juaristi). Y es sintomático que Freud empezara a coleccionar cuando murió su padre. (…) El coleccionista típico es varón –ya hablaremos de las bibliófilas-, mayor de cuarenta años, sedentario, soltero, solitario, con cierto desahogo económico (el coleccionismo es un lujo), sensible, perfeccionista, fetichista, bulímico –comprador compulsivo- de objetos, con tiempo libre (de ocio) y un poco inseguro: podría hacer muchas cosas, por ejemplo apuntarse a una ONG, buscarse una novia o comprarse un perro, pero decide coleccionar, pues el objeto de colección es el “animal doméstico perfecto” según Baudrillard. (…) Hay coleccionistas de la especie celosa –no enseñan sus tesoros así los maten; ni siquiera desean que se sepa lo que tienen-, aunque el problema de la mayoría es justamente el contrario: adquirimos piezas sobre todo para provocar el reconocimiento y la admiración (o más crudamente: la envidia) de nuestros colegas. Hay, pues, un componente exhibicionista en la mayoría de los que coleccionan (…). Pero no son estas las únicas cualidades del coleccionista, por lo general un ser pacífico y bondadoso, que no se mete con nadie y difícilmente rompe un plato (sobre todo si es de Sèvres). Un genio como Darwin, tras ser pésimo estudiante, a través del coleccionismo llegó a formular la capital teoría de la evolución de las especies. Y es que, en general, los coleccionistas son personas socialmente útiles, pues rescatan muchas piezas del olvido y la destrucción, las mejores de las cuales suelen terminar –por una u otra vía- en los museos y bibliotecas, a disposición de todos.Francisco Mendoza Díaz-Maroto, 2002La pasión por los libros. Un acercamiento a la bibliofilia.
Revista Opinión
Siempre que un libro relativamente valioso o de su gusto (por su contenido, por su encuadernación, por su año de edición, por su autora o autor) esté cerca o por debajo del valor de mercado y tenga el dinero para comprarlo, el coleccionista compulsivo creerá tener el deber moral de comprarlo. Nunca sabe cuándo va a tener otra oportunidad. Lo más probable es que nunca, sobre todo si el precio está rebajado. Pero si logra mantener su compulsión dentro de unos límites razonables, se alejará cuanto pueda del fatal error que supondría coger dinero del futuro. El endeudamiento en estos casos, aunque sea con familiares y amigos, ha de verse como algo excepcional. Un recurso si acaso de periodicidad anual o semestral, nunca mensual, menos aún semanal. Y es que a la gente no le gusta dar ni aun cuando saben que se les va a devolver, especialmente si es para comida. Normalmente lo harán si no hay más remedio, pero no es lo que más ilusión les hace en la vida. Los préstamos entre conocidos crean en el prestamista incertidumbre, miedo a la repetición, síndrome del alimentador de palomas. Por eso, si la elección es entre comer mejor pero sin libro y comer peor (temporalmente) pero con libro, sin duda nuestro coleccionista elegirá lo segundo. Dos más dos cuatro, lo irracional sería no comprarlo, solo un loco lo cambiaría por hidratos de más, Hacendado tampoco está tan mal... son algunos de los razonamientos que hará. Recuérdese que coleccionista modesto puede serlo casi cualquiera en el primer mundo. Estar en el paro o por debajo del salario mínimo o ser pensionista o estudiante nunca ha impedido la aparición de nuevos coleccionistas compulsivos, sobre todo si no tienen hijos. No podrán rellenar su biblioteca con un incunable pero tal vez sí con una primera edición de 1984. Lo primero no les quita el sueño por su implacable inalcanzabilidad, pero lo segundo... Doscientos cincuenta euros son un sacrificio posible de vez en cuando. Veinticinco mil euros, por el contrario, son palabras mayores.