Revista Opinión

El coleccionista de epitafios (reedición)

Publicado el 23 octubre 2013 por Miguelmerino

El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de la cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo

Pedro Páramo, Juan Rulfo

Güelmy Norime era coleccionista de epitafios. Cada vez que llegaba a un lugar por primera vez, visitaba su cementerio y menudeaba entre tumbas y nichos leyendo todas las inscripciones y anotando en un cuaderno aquellas que le llamaban la atención.

No buscaba epitafios geniales. Ni de gente famosa. Sólo aquellos que le llamaran la atención por uno u otro motivo. Algunos ejemplos anotados en su cuaderno:

¡Qué dulce es morir cuando se ha vivido bien!

Sus hijos Francisco, Carlos, Ramón y Soledad le dedican este recuerdo (menos Eusebio, que no dio nada.)

Doña Bienvenida Pi, por recobrar su salud, vino de América aquí… Y su fin fue el ataúd.

¡Marianita!  Nos dejaste a los cinco meses. ¡Qué pronto empezaste a darnos disgustos!

¡Miguel! No respondes a tus padres. ¡Qué espantoso silencio! *

Aunque debido a esta afición y a que su querencia natural era la soledad, podría parecer un hombre hosco, no era así. Se trataba de una persona afable. Incluso de buen humor y con tendencia a la broma. No obstante, en cuanto le era posible hacerlo sin herir susceptibilidades, se retiraba a sus cuarteles de invierno. Por eso, los que no lo habían tratado lo tildaban de huraño y antipático. Quizás sólo se trataba de alguien que no sabía bien cual era su papel en esta comedia.

Un día llegó a un pueblo del sudoeste en el que nunca había estado. Desde el primer momento tuvo una sensación deja vu extraña. Estaba seguro de no haber recalado jamás en ese pueblo, pero le resultaba familiar. Pensó que sería por la similitud con otros pueblos de la comarca y no le dio más importancia. No obstante, caminó con seguridad, y sin tener que preguntar a nadie, hacia el cementerio y como acostumbraba, deambuló entre nichos y tumbas, anotando aquellos epitafios que le llamaban la atención.

Es curioso, pero a pesar de la meticulosidad con que hacía esta tarea, se le escapó un  epitafio que había en un  nicho, en la tercera fila de arriba. Este epitafio rezaba así:

Aquí yace Güelmy Norime (1957-1993), aunque nunca creyó que había muerto.

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Todos los epitafios aquí transcritos (a excepción del último), han sido recogidos del libro: Tus amigos no te olvidan, de Luis Carandell, Maeva Ediciones, 1999


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