Algunos viajes nos dejan una huella profunda que sólo el tiempo y la conciencia de lo vivido nos permite entender. Éste ha sido el caso del viaje que María José y yo hemos terminado de hacer por India y Nepal. Tras un día de "convalescencia" física y, sobre todo, mental, ya me encuentro en condiciones de hablar acerca de algunas experiencias curiosas que acaso interesen a nuestros lectores. Por FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
No se trata de relatar un viaje, un largo viaje que ha atravesado el norte de la India desde el Oeste hasta el Golfo de Bengala, con una reparadora estancia de cuatro días en Nepal. Más bien, quiero describir algunas impresiones, seguramente muy subjetivas, que en mi caso han configurado la visión contradictoria y vital que traigo de lo que hemos visto. Acaso, la primera sensación, al margen del inicial golpe de calor y humedad al salir del aeropuerto, fue el color de la verde espesura en Nueva Delhi. Al amanecer, abrí la ventana de nuestra habitación, situada en un hotel un tanto alejado del centro de la ciudad, y pude ver un paisaje que se me antojó irreal. Los británicos, tras dejar Calcuta como capital, diseñaron una nueva ciudad junto a la vieja Delhi, con inmensas avenidas ajardinadas que en cierto sentido recuerdan algunos lugares del centro de Londres. Nueva Delhi es hoy una ciudad inacabable que ha conservado aquella magestuosidad capitalina, y marca un claro contraste con la vieja Delhi, que al marcen de la mezquita y el Fuerte rojo no deja de ser más que un amasijo de pequeñas calles concurridas y sucias. El color verde tenía al amanecer un tono que me recordó inconscientemente a un conocido cuadro del pintor francés Gustave Moureau, precisamente la obra titulada "El triunfo de Alejandro Magno". En particular, asocié los grises que emanan de la frondosidad y cierta indefinitud. Moureau recreó en esta obra un paisaje irreal, un sueño orientalizante. Alejandro no pudo avanzar hacia el Este, como sí hicimos nosotros, que volvimos a España desde Calcuta. Su entrada en la India marcó, por lo demás, el límite geográfico de un inquieto imperio. Moureau, como pintor de finales del siglo XIX, intentó plasmar su visión de un Oriente misterioso e infinitamente bello, tan acorde a la estética de su tiempo. Sé que es cuestionable la comparación del color de Nueva Delhi con la obra de Moureau. Pero esta fue mi primera impresión de la India. Quizá no fui capaz de verla con mis propios ojos y tuve que recurrir a la gramática del arte occidental. Pero fue así precisamente como pude comenzar a apropiarme de una realidad que me era tan ajena. FRANCISCO GARCÍA JURADO