Revista Literatura
Si le adjudicamos un color a las estaciones, no me cabe duda que el color del otoño es el marrón. Por eso de las hojas secas que el viento arrastra por las calles para desdicha de los barrenderos. Tampoco le he dado muchas vueltas al asunto, que no tengo yo hoy la cabeza para un centrifugado. Aunque también podría ser el rojo, por esos atardeceres que Velázquez reprodujo en muchos de sus cuadros con genial maestría y precisión. Sea como fuere, le pongamos el color que le pongamos, la paleta es amplia, tiene donde escoger, es otoño y los psicólogos y psiquiatras tienen las agendas repletas de citas. Me ha salido el Woody Allen interior, vaya, terminaré tomando veinte manzanillas diarias, pero no de Sanlúcar, que es más divertida, claro. Ya lo he dicho alguna vez, pero me repito, ahora saco el ajo que todos llevamos dentro, no me gusta el otoño, nada, ni un gramo, tal vez por eso me pese como una tonelada. Y me aplasta y me aplasto, transformando mis días en esos días en los que todo nos cuesta tanto y tanto y no sabemos porqué. Es el nublado, nos decimos, es el cambio de horario, argumentamos. Hablando del cambio de horario, me gustaría saber quién se inventó semejante invento, ese artefacto horario cómplice de las más variadas y diversas depresiones y de las compañías eléctricas. ¿Es necesario, es tan grande el ahorro, a quién le gusta, no se puede quitar? Preguntas sin respuesta o que responde la factura de la luz. Vamos a enfadarnos un rato: revise la letra pequeña de la factura, los conceptos que se suman, compruebe su consumo real y después dispóngase a vociferar como si le hubieran pitado un penalti en contra en la final de la Champions. Eso sí, le pido que no se ensañe con el teleoperador o teleoperadora de turno, que no tiene la culpa de nada y solo se limita a cumplir con lo mandado, me temo que entre los gritos que les gritamos.Eso es muy español, me temo, lo de los gritos telefónicos, digo. Hay quien le grita a la voz del GPS, de verdad, que yo lo he visto, y hasta más de una vez. Y nos sale esa vena machista que llevamos metida, desgraciadamente, en la sangre; muchos los siglos de misoginia reconcentrada. Porque la mayoría de nuestros GPS tienen voz de mujer. Algo habría que decirle a los fabricantes, que yo creo que lo hacen a conciencia, y no solo porque ellas tenga una voz más armoniosa o agradable que nosotros, por pura sociología, me temo. Pero volvamos al posible color del otoño... sigue leyendo en El Día de Córdoba