Siempre me llamo la atención, el momento silencioso y a la vez un parloteo, susurrante y cómplice entre ellas. Hace tiempo que vengo preguntandome donde nacen mis ganas de escribir, mi relación con el tejido y el bordado.
Hoy pensé en mi madre después de leer en un texto sobre arte, hubo algo que llamo mi atención.
Decia: «Si la escritura y el silencio se reconocen una a otra, en ese camino que los separa del habla, la mujer, silenciosa por tradición, está cerca de la escritura.
Mi madre era una silenciosa interlocutora, puedo decir que el elemento femenino de la escritura es la madre.
Las mujeres invertian gran parte de su tiempo en diálogos, que se interrumpía para seguir con el quehacer cotidiano.
Ellas imprimen al hogar el espacio artesanal, obsesivo y vacío de su tarea diaria. Cocer, bordar, cocinar, limpiar, cuantas maneras metafórica de Escribir. Es parte del sentido común, comparar un texto con un tejido. Un poema y el bordado.
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Cuanta sabiduría hay en la cotidianeidad, muchas mujeres canalizaban en la plática o en las tareas domésticas su sentir. Pudieron crecer textos, obsesivos y femeninos, pero nada de esto está registrado, hoy toca transmitirlo, la oralidad es lo maternal por excelencia. Es la que enriqueció nuestro inconsciente.
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En la última conversación que tuve con mi madre, le dije: Que voy hacer sin vos, y élla dijo, con su dulce y tranquilizante voz: escribir, escribir, naciste para ayudar con tus palabras, utiliza ese don y no dejes de escribir.
A mi madre, por ser mi materia literaria, por darme la expresion del fluir, el idioma de la pasión y la dulzura.