Revista Coaching

El complejo de Dios y los problemas sin respuesta

Por Andresubierna

“En tiempos de cambio, los aprendices heredarán la tierra, mientras que los sabelotodos se hallarán perfectamente equipados para desenvolverse en un mundo que ya no existe.” Eric Hoffer. Para introducir el tema sobre el que quiero invitarte a reflexionar, te propongo primero que veas el siguiente video. Para acceder a los subtítulos en español, selecciónalos luego de darle “play”.

Pondré mi propio ejemplo y si miro atrás me tiento a encontrar unos cuantiosos ejemplos de creerme sabelotodo, de soberbia, de creer que yo sabía como debían ser las cosas. Tenía que saberlo todo y si no, aparentar saberlo. Sentía simpatía sólo por aquel que pensaba como yo y también por quien no pensaba como yo pero al final admitía mi postura, y me confirmaba que yo tenía la razón.

Debatir, convencer y arengar eran las actividades de un típico abogado devenido en un incipiente político. Ese era mi mundo, el de las creencias absolutistas y de un aprendizaje transaccional. Tomaba lo que me convenía para conseguir tal o cual objetivo.

En mi mundo no se admitía ni la prueba, ni el error, no la duda, sólo las certezas. En mi mundo, el que sabía ganaba, llegaba y el que dudaba perdía. En el mundo de la política y la abogacía debíamos “convencer” aún a sabiendas de que nuestra postura no reflejaba razón alguna. Convencer era ganar. No había lugar para probar, ni para errar. Simplemente había que lograr resultados. Ganar a cualquier precio. Saber la respuesta.

Para terminar cito el texto de aquellos que, en 1657, creyeron hablar en nombre Dios y maldijeron a Baruch Spinozza:

Con el juicio de los ángeles y la sentencia de los santos, anatematizamos, execramos, maldecimos y expulsamos a Baruch de Spinoza, con asentimiento de toda la sagrada comunidad, en presencia de los libros sagrados con los seiscientos trece principios allí inscriptos, pronunciando contra él la maldición con la que Elisha maldijo a los niños, y todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. … Que sea maldito durante el día y maldito durante la noche; que sea maldito en su acostarse y en su levantarse; maldito en su salir y maldito en su entrar. Que el Señor nunca jamás lo perdone ni lo reconozca; que la ira y el desprecio de Dios ardan de aquí en adelante contra este hombre, lo carguen de todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley, y borren su nombre de debajo del cielo.

¿Cuántas veces hemos excomulgado de nuestra esferas de relaciones a aquellos que pensaban distinto y creyéndonos Dios no perdonamos su prueba y error, ni admitimos que ellos tienen su propio camino y su propia verdad? ¿Cuántas veces hemos caído en la trampa de las certezas?

Por Víctor Raiban.


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