Es rubiales, simpática, un poco geniuda y la reina de la casa con permiso de su hermano mayor. Ha entrado en nuestras vidas como un huracán, en realidad como queríamos que entrara, mirándonos con esos grandes ojos de un color indefinido que ríen solos. Después de seis años y cuatro durmiendo casi bien, nos hemos tenido que volver a acoplar. Y eso que dicen que los nueve meses de embarazo sirven para mentalizarse, para hacer hueco en tu cabeza y en tu corazón, para tenerlo todo a punto. Pero es mentira. Llegan como un torbellino y se instalan sin pedir permiso. Hace un año estábamos expectantes, nerviosos, asustados, ilusionados, contentos, cansados…. Sabíamos que su llegada era inminente y lo hizo el día de San Fermín. No pudo escoger mejor fecha. Y eso que parecía tranquila. Pero tiene espíritu de jota, de fiesta, de algarabía. Pura alegría.
A lo largo de todo este tiempo, Raúl, su hermano, se ha encargado de recordarnos que son dos. No ha sido fácil verse destronado. Tiene sentimientos encontrados. Y tiene razón: por una parte le hacemos mayor de golpe (y sigue siendo un niño) y por otra, le arañamos tiempo que siempre le ha pertenecido para atender a la “enana”. Mi niña ha hecho un año. Rocío es ahora una personita con un carácter más que definido y bebe los vientos por su hermano y él le corresponde. Ahora está todo en su sitio. Me gusta verles reírse, apretujarse, quererse. Son el complemento perfecto.
