Revista Cultura y Ocio

El concepto de ficción, por Juan José Saer

Publicado el 18 agosto 2024 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
El concepto de ficción, por Juan José Saer
 El concepto de ficción, de Juan José Saer

Editorial Rayo Verde, 346 páginas. Escritura de los textos entre 1965 y 1996; esta edición es de 2016

En el verano de 2023 leí El limonero real (1974), que era el último libro de la obra narrativa de Juan José Saer (Serodino, Argentina, 1937 – París, 2005) que me faltaba por leer. Decidí entonces acercarme, a finales de 2023, a sus libros de ensayos. De esta forma, le solicité a la editorial Rayo Verde, que está acometiendo la valiente empresa de reeditar a Saer en España, que me enviara El concepto de ficción para poder leerlo y reseñarlo.

El concepto de ficción reúne textos escritos por Saer entre 1965 y 1996. Algunos aparecieron en diarios. Algunos otros son simples notas de lectura personajes, donde Saer habla consigo mismo sobre el oficio de escribir. El orden de este libro es el inverso al de la escritura, salvo en algunos casos en los que, para dar unidad temática al conjunto, se decidió cambiar algunos textos de lugar.

«Nunca sabremos cómo fue James Joyce» (pág. 13) así empieza el primer texto (que Saer no quiere llamar ni «ensayo» ni «artículo»), donde Saer afirma que los biógrafos de Joyce acaban metiendo ficción en sus obras. «Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario que la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuando a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral.» (pág. 15) «Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha.» (pág. 16)

Uno de los textos que más me ha gustado del libro es el segundo, el titulado La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina. El escritor polaco vivió veintitrés años en Argentina y se relacionó con los escritores argentinos relevantes de la época. Llegó a conocer a Borges, pero no se resultaron simpáticos. Me ha interesado esta idea: una parte de la literatura que habla sobre Argentina no ha sido escrita en español. Durante algunas décadas en Argentina llegó a haber más ciudadanos nacidos fuera del país que en él y, nos dice Saer, parte de la que podría llamarse «literatura nacional» (un término al que critica) ha sido escrita en polaco, francés, inglés… En este sentido destaca la historia del ingeniero francés Alfred Ebelot que fue contratado por el gobierno argentino en 1875 para cavar una fosa de 500 kilómetros que frenara las invasiones indias. Ebelot escribió artículos en francés, para un periódico de Francia, pero, dice Saer, interpela a los argentinos y a la formación de su país.

En otro texto se habla de la pasión de Borges por la literatura inglesa, de la que, según Saer, destaca a algunos escritores de segunda fila, y su fobia por la francesa. Pierre Menard, considera Saer, es una crítica velada a Paul Valéry, una crítica a un plagiador.

Uno de los autores a los que más relee Saer es a William Faulkner, y elogia Santuario.

«Zama es superior a la mayor parte de las novelas que se han escrito en lengua española en los últimos treinta años, pero ninguna buena novela latinoamericana es superior a Zama.», así elogia a la gran novela de Antonio Di Benedetto en la página 55.

En gran medida estos textos representan un recorrido por gran parte de la literatura argentina. Así, en la página 67, llegamos al Martín Fierro de José Hernández, que no se consolidó como la gran obra nacional hasta que la reivindicó como tal Leopoldo Lugones en una conferencia de 1913, hasta entonces se considera que había sido una obra celebrada por demasiada gente inculta.

Saer también homenajea a su amigo el poeta Juan L. Ortiz, al que considera uno de los grandes de la literatura argentina, aunque siempre se moviera en los márgenes. De hecho, en él está basado el personaje de Washington Noriega, habitual en sus novelas.

Sobre Roberto Arlt dice que le parece falsa la afirmación de que escribía mal, una acusación que alcanzó a autores como Shakespeare, Cervantes o Faulkner.

Saer carga contra la cultura oficial, «Si aceptamos la definición de literatura oficial como toda aquella literatura que es excedida y englobada por el sistema de pensamiento al que adscribe», «La verdadera literatura manifiesta o modifica aspectos más oscuros y complejos de la condición humana» (pág. 118), «Donde quiera que esté, el escritor escribe siempre desde ese lugar que lo impregna y que es el lugar de la infancia.» (pág. 122)

Saer habla del Facundo de Sarmiento, donde piensa que el repudio a la barbarie coexiste con la fascinación, como en el Martín Fierro también existe esa fascinación. Me ha resultado curiosa la idea de que para Borges el Martín Fierro, que es un poema, se podía leer como una novela, y que para Sabato el Facundo, que es un ensayo, también se podía leer como una novela.

Saer da una lista de grandes autores argentinos (en los que piensa que «el saber ocupa») y cita a los siguientes: Sarmiento, Lugones, Martínez Estrada, Macedonio Fernández, Juan L. Ortiz y Borges. Me ha gustado que en esta lista aparezca Martínez Estrada, porque hace no mucho me compré un libro con sus cuentos completos y este comentario ha hecho que me entren más ganas de leerlo. También Saer cita la más conocida parte ensayística de la obra de Martínez Estrada.

Saer dedica varios artículos a hablar de la Nouveau Roman francesa, y llega a afirmar que muchas de las obras destacadas de la narrativa occidental del siglo XX (Proust, Kafka, Musil, Svevo, Gadda, Virginia Woolf, Faulkner, Pavese, Beckett, etc.) cumplen con la idea de que su principal propuesta formal es rechazar lo habitualmente considerado como novelístico.

Es bonito el artículo en el que ensalza la obra de Felisberto Hernández, basada en recuerdos, sobre todo en Tierras de la memoria, Por los tiempos de Clemente Collins o El caballo perdido. Me gusta la especulación sobre que Felisberto llegó a leer a Sigmund Freud y esa influencia se ve en sus escritos.

Saer evoca su casa cuando tenía ocho años y su madre y sus hermanas escuchaban la «novela» en la radio, palabra que para él cambiará de significado cuando lea a Joyce o Faulkner a los veinte años.

Hay un artículo sobre Freud, en el que Saer sostiene que sus teorías son en gran medida literarias y, por esto, buscaba comparaciones y metáforas en el campo de la literatura y no de la ciencia.

Saer habla de La invención de Morel y del prólogo que le escribió Borges, donde dice que este último se equivoca porque escribe que esa narración es una reivindicación de la novela de aventuras, como si así fuera la de Bioy Casares, en contra de la novela psicologista, que es lo que realmente es La invención de Morel según Saer.

«El problema capital que se plantea la literatura es el de cómo representar. No el de qué representar, sino el de cómo.» (pág. 215), parece que en 1972 Saer ya hablaba de la irrelevancia de los spoilers en literatura.

Saer critica la última etapa creadora de Borges, El hacedor y El informe de Brodie, que le parece más simple que la anterior y no exenta de banalidad. Recuerdo que Piglia también hablaba de que la calidad literaria de Borges bajó mucho cuando se quedó ciego y tenía que dictar sus cuentos en vez de escribirlos. Aunque Saer parece más establecer una relación entre la decadencia literaria y las ideas políticas de Borges.

Saer se muestra crítico con la supuesta capacidad educativa de los medios de comunicación de masas (radio y televisión).

«La afirmación de Borges de que no se puede no ser moderno es un sofisma inteligente, pero deja de lado el detalle fundamental de que para un escritor hay un modo preciso de ser moderno, que consiste en saber qué es lo que ha hecho la literatura hasta el momento en el que él comienza a escribir y tratar de enriquecer formalmente esos resultados.» (pág. 233). Saer también piensa que ha ocurrido lo contrario: que, por ejemplo, la prosa de Borges ha influido en la forma de redactar revistas en Argentina.

Saer dedica un artículo a Lovecraft y afirma que no es un escritor de primer orden, pero en él ve el diagrama perfecto de la literatura fantástica. «El problema con la literatura fantástica consiste en saber si nos propone una evasión infinita o un enriquecimiento razonable. Cuanto más maravilloso es el mundo que se nos propone, pero es la literatura a través de la cual nos la proponen. Las maravillas de Lovecraft son inferiores a sus demonios. Las maravillas me distraen del punto de partida, de lo real. Los demonios me lo revelan. Las maravillas más discretas son las más convincentes: el Gran Teatro de Oklahoma, de Kafka, en el cual todo el mundo tiene su lugar» (pág. 256)

A Saer no le convence la crítica literaria sociológica, ya que para él la literatura no es un mero documento social.

Saer reivindica la novela policial diciendo que no hay literatura que no sea de evasión,ya que la gran literatura nos evade a través de un acto de confrontación con las experiencias de nuestra vida imaginaria. Durante varias páginas Saer parece elogiar a Raymond Chandler, para al final de artículo dedicarle un dardo envenenado: «El más pequeño de los escritores americanos de la generación perdida es sin duda más grande que Chandler, pero ningún autor de novelas policiales, ni siquiera Hammett, ni Cain, es superior a él.» (pág. 295). Saer apunta que las novelas policiales trabajan sobre esquemas preestablecidos y, por tanto, al final parece quitarle logros a Chandler.

El libro contiene una sección final, titulada Una literatura sin atributos, que ocupa unas 40 páginas, y que presenta textos que se publicaron originalmente en francés.

Saer afirma aquí que tres peligros acechan a la novela latinoamericana: el primer es presentarse como latinoamericana. «El error más grande que puede cometer un escritor es el de creer que el hecho de ser latinoamericano es una razón suficiente para ponerse a escribir.» (pág. 309). Otro problema es del “vitalismo”, que supone que el subdesarrollo económico lleva a una relación privilegiada con la naturaleza. Y aquí carga con el realismo mágico. A Saer no le gusta la obra de Gabriel García Márquez.

Otro riesgo es el “voluntarismo” que considera a la literatura como un instrumento inmediato del cambio social.

El escritor latinoamericano no debe darle al mercado europeo el exitismo que este le pide.

«Creo que un escritor en nuestra sociedad, sea cual fuere su nacionalidad, debe negarse a representar, como escritor, cualquier tipo de intereses ideológicos y dogmas estéticos o políticos, aun cuando eso lo condene a la marginalidad y a la oscuridad.» (pág. 317)

Hay aquí un artículo sobre literatura y exilio en el que Saer afirma que «Borges se convierte en un escritor oficial no por las singularidades de su obra, sino al contrario por la interpretación abusiva que el poder político hace de su liberalismo al hacerlo coincidir con las abstracciones totalitarias». Así para el poder la obra de Borges es sagrada, y criticarla se convierte en terrorismo, pero esta obra rechaza un dogmatismo semejante y Saer considera que es una obra ocupada en el sentido militar del término.

Borges tiene prejuicios teóricos muy fuertes contra la novela, dice Saer, porque rechaza el realismo inmediato, banal. Sin embargo, toda la obra de Borges invita a la epopeya, que es el origen de la novela.

Saer apunta, en una entrevista final, que el escritor solo debe representarse a sí mismo. Los elementos extraartísticos, nacionales, sociales… deben ser secundarios para él.

Algunos de los artículos de El concepto de ficción son realmente sesudos y el lector debe estar atento para captar todas sus sutilezas. Esto ocurre así, sobre todo, en los textos más antiguos y, según Saer se va haciendo mayor, parece que su estilo se vuelve más claro. Quizás algunas de sus reflexiones –sobre todo las que tienen que ver con la Nouveau Roman francesa– se han quedado algo anticuadas, pero no así la mayoría de ellas, que siguen siendo de plena actualidad y muestran su compromiso con el arte literario.

El concepto de ficción es un libro inteligente y que gustará a todas aquellas personas interesadas en la literatura de Saer, en particular, pero también en la literatura en general.


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