Puesto porJCP on Nov 26, 2012 in Autores
La República es una forma de estado. Al hablar de la República, no tenemos por qué relacionarla, ni mucho menos juzgarla, por ésta o aquella República concreta histórica o actual. En la pura teoría, se presenta como una forma de estado mucho más racional, democrática y moderna que la Monarquía. Hablar de Monarquía democrática es, según la clasificación de Aristóteles, una contradictio in terminis. De los 300 países que hay en el mundo 293 son repúblicas.
Si a la muerte de Franco las cosas se hubiesen hecho justamente y con honradez, España sería hoy una República. En primer lugar, porque cuando el golpe de estado de Franco y todos sus militares perjuros (como él, habían jurado lealtad a la República) estaba vigente un régimen republicano elegido por el pueblo. Se tendría que haber reinstaurado. Como España seguía dominada por los franquistas –el primer gobierno de la supuesta democracia lo compusieron exministros franquistas– tampoco se hizo un obligado y justo referéndum para que el pueblo español eligiese la forma de estado que quería. De haberse hecho, hubiese ganado la República. Las encuestas del momento arrojaban estas cifras: 47% de republicanos, 38 % de derechistas y 15% de falangistas. Pero entonces vino la traición de Felipe González y Santiago Carrillo que, siendo presidentes de sendos partidos republicanos, vendieron a la República, aceptando la instauración de la Monarquía a cambio de que legalizaran sus partidos. Por ende, el nuevo gobierno, tan franquista como el anterior –Suárez y todos sus ministros eran antiguos franquistas–, con vistas a las primeras elecciones, legalizó a todos los partidos, incluso a los de extrema izquierda, pero no a los partidos republicanos, por lo que éstos no pudieron presentar listas. Una canallada, una falsificación histórica, que parece mentira que no se recuerde más.
Cuarenta años de calumnias han predispuesto a muchos españoles contra la república, que ni siquiera saben lo que es; ni siquiera saben que es una forma de estado presidida por alguien que se ha ganado por sus méritos estar ahí y al que se puede echar si no cumple, y no por un fastasmón cuyo único mérito es llevar una determinada sangre, sea o no sea idóneo, y al que hay que llamar majestad inclinando la cabeza. Algo de la Edad Media, cuando se creía en el derecho divino de los reyes.
Yo no voy a decir que la República no cometiera errores. Pero constituyó el primer intento serio de modernizar este país que caminaba con dos siglos de retraso por la historia. La República otorgó el voto a la mujer, inició la Reforma Agraria (mientras la gente se moría de hambre, había cientos de enormes latifundios improductivos), acabó con el analfabetismo creando 37.000 escuelas, acabó con el caciquismo, legalizó el divorcio, reguló el estatus de los hijos de madres solteras, reformó la enseñanza y el ejército, y muchas cosas más, entre ellas y más importante, separó a la Iglesia del Estado, como Francia hizo en el siglo XVIII. La Iglesia siempre ha mandado en España –y sigue mandando bastante– con resultados nefastos.
En primer lugar, en los albores de esta situación, con la expulsión de los judíos, que supuso una sangría de la que aún no nos hemos repuesto. Salieron de aquí los mejores banqueros de Europa, que enriquecieron a Holanda. Por causa de esta expulsión, uno de los cinco más grandes filósofos de toda la historia, Baruch Spinoza (antes Espinosa; los otros cuatro son Kant, Hegel, Leibniz y Descartes) no fue español, sino holandés. Una serie de reyes igualmente retrógrados (entre ellos, Felipe II, que, entre otros errores, prohibió a los españoles ir a estudiar a universidades europeas) siguieron esta senda de oscurantismo, preocupados sólo por atender las consignas del papa y ser el brazo armado de la Iglesia. Así empezó España a ser un país atrasado, situado al margen de la Historia y a tener en el mundo fama de país de catetos. Algo que casi es todavía. Por las descritas circunstancias, España no ha aportado absolutamente nada ni al pensamiento ni a la ciencia de Occidente. Tómese cualquier libro –todos los libros— de sociología, biología, antropología, medicina, filosofía, ciencia de la literatura, estética, física teórica, astronomía, etc., consúltese la bibliografía al final y no se hallará un solo nombre español. España no participó ni en la Primera ni en la Segunda Guerra Mundial, es decir, que en dos ocasiones en que Europa se jugó su destino, nosotros no tuvimos nada que decir ni que aportar.
La República iba camino de remediar todo esto. Si no lo logró no fue porque fracasara por falta de calidad humana, política e intelectual de sus dirigentes, sino por las zancadillas que le pusieron la Iglesia, los militares, la derecha y la extrema izquierda. Ésta, liderada por Largo Caballero, creyó que, con la victoria de la izquierda en las urnas, había llegado el momento de hacer en España una revolución como la rusa. Y cometió toda clase de desmanes que luego el franquismo atribuyó a la República.
García Vinó.