Revista Opinión

El conflicto ucraniano. Otro duro ejemplo más de la realpolitik

Publicado el 22 febrero 2014 por Juan Carlos
El conflicto ucraniano. Otro duro ejemplo más de la realpolitik
Para entender lo que sucede en Ucrania, debemos remontarnos hasta noviembre de 2013, cuando Yanukóvich, presidente del país, decide rechazar un acuerdo con la Unión Europea. El apoyo de Ucrania era importante, ya que es la más destacada de las 6 repúblicas exsoviéticas que participan en la llamada Asociación Oriental. Pero, ¿por qué Ucrania rechazó ese acuerdo? La razón oficial es que la adaptación de la legislación ucraniana al marco europeo tendría, según Kiev, un coste de 160.000 millones de euros, mientras que la UE solo ofrecía una compensación de 1000 millones. Esa cantidad llevó al primer ministro ucraniano Nikolái Azárov a afirmar que era “limosna para un pedigüeño”. Por tanto, ¿esa decisión acercó Ucrania a Rusia? Es importante señalar que, incluso en el momento del rechazo, ya existían manifestaciones de detractores y partidarios del gobierno de Yanukóvich. Los detractores, agrupados en un bloque pro-europeísta, demandaban, entre otras cosas, la aprobación de ese acuerdo.
No obstante, en diciembre, ese acercamiento a Rusia acaba teniendo lugar. Moscú anuncia un plan de ayuda de 15.000 millones de euros para Ucrania, cuya primera acción es la compra de bonos ucranianos (deuda) por valor de 3000 millones de euros. Ello hizo anunciar al jefe del Gabinete ucraniano que "El año 2014 lo vemos como el del restablecimiento de nuestras relaciones comerciales y económicas ante todo con Rusia". Esto indica que Ucrania, en base a su soberanía, decide efectivamente acercarse a Rusia y alejarse, al menos temporalmente, de la órbita europea.
Era necesario recoger brevemente el contexto político del conflicto, porque ello ayudará a entender la conformación de los dos bloques enfrentados. Por un lado, están los pro-europeos, apoyados por grupos de extrema derecha como Svoboda o Bratstvo. Mientras que, enfrente se encuentra el Gobierno ucraniano y sus simpatizantes, quienes son abiertamente pro-rusos, debido a que el partido que está en el poder es el Partido de las Regiones, de Yanukóvich. En consecuencia, ello nos indica que se trata de un conflicto cuyas repercusiones traspasan las fronteras ucranianas. La UE y los Estados Unidos tenían intereses en que ese acuerdo diera sus frutos, pero han comprendido que mientras esté Yanukóvich en el poder muy difícilmente se podrá firmar.
De esta manera, en Ucrania están teniendo lugar unos violentos enfrentamientos entre ciudadanos y su gobierno. Una situación que Europa y los EE.UU. saben aprovechar. Evidentemente, como corresponde a la corrección política, pidieron el cese de los enfrentamientos y animaron al Gobierno a negociar con la oposición, así como a escuchar las demandas de sus ciudadanos. A priori, son unas peticiones sensatas, pero lógicamente se pueden plantearse con una intención: debilitar al Gobierno (pro-ruso), y así aumentar las posibilidades del ansiado acercamiento de Ucrania a la UE. Esa maniobra implicaría un distanciamiento de Rusia, lo que repercutiría en los intereses geoestratégicos de EE.UU. y Rusia. Ucrania, ahora mismo, es una pieza clave en estos intereses.
Al hilo de lo expuesto anteriormente, es interesante observar cómo se está presentando el conflicto. Y es que cuando las políticas de un determinado gobierno colisionan con intereses occidentales, es habitual que se difundan imágenes de manifestaciones (alentadas o espontáneas) en las que el régimen político de turno aparece atacando a sus propios civiles. Así es posible hacer parecer a ese régimen como despótico, lo que sirve para legitimar una demanda de cambio de gobierno. Más allá de la certeza o falsedad del escenario construido, da la impresión de que es una técnica habitual, puesto que también se ha utilizado en Libia, Siria y Venezuela.
Las similitudes con el caso ucraniano saltan a la vista. Las manifestaciones están siendo respondidas con excesiva dureza por el Gobierno de Kiev, quien parece ser que está masacrando a su pueblo. Honestamente, no me siento capacitado para aceptar o rechazar la veracidad de este hecho, ni tampoco pretendo subestimar el posible drama humano que se puede estar viviendo ahí. Sin embargo, no deja de resultar llamativa la vehemencia con la que se presentan las hipotéticas represiones de civiles en países cuyos intereses entran en conflicto con los de Europa o EE.UU., y como se minimizan vulneraciones de derechos humanos en otros lugares. Nada en política es casual.
Además, no hay que olvidar que en Ucrania existe un precedente relativamente reciente de cambio de gobierno, sin que mediaran para ello las reglas habituales. En 2004, Yanukóvich ganó también las elecciones, pero se le achacó un supuesto fraude electoral. De modo que, para forzarle a dimitir y convocar otras elecciones se llevaron a cabo una serie de actos, que se conocen como la Revolución Naranja. Gracias a ella se aupó al poder, en las nuevas elecciones, a una coalición liderada por Yulia Timoshenko y Víktor Yúshchenko. Fue un Gobierno que contaba con la simpatía de Europa y EE.UU., pero por desavenencias internas duró muy poco.
Ante ese panorama, Yanukóvich no tardó en regresar al poder, aunque ya se había sentado un precedente, que ahora probablemente se intenta imitar. De hecho, las exigencias del nuevo pacto recientemente firmado entre Yanukóvich, la oposición y los ministros de exteriores de Alemania, Polonia y Francia, contemplan, entre otros puntos, lo mismo que en la Revolución Naranja, un adelanto electoral que podría cambiar el gobierno. Si ello acaba sucediendo, no debería ser difícil preveer lo que pasaría: la firma del ansiado acuerdo con la UE y el distanciamiento de Rusia. La realpolitik vuelve a dictar sentencia, y en su haber solo se recogen los principios de la geoestrategia más pragmática, y no los dramas humanos que pueda ocasionar.
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