Pedro Paricio Aucejo
La miseria humana es signo manifiesto de la debilidad natural de nuestra condición en este mundo. La actitud de Dios al respecto es clara desde el principio: en lugar de dejar a la humanidad a merced del mal, diseñó su redención por parte de Jesucristo. Este Dios-hecho-hombre asumiría como propia en su corazón –para transformarla– toda la miseria que de suyo le era ajena. Por ello, las denominadas obras de misericordia, en tanto que ayudan al prójimo en sus necesidades corporales y espirituales, ocupan un lugar clave en el milenario depósito de nuestra fe. En este sentido, a la hora de satisfacer las carencias espirituales, no resulta irrelevante la acción de consolar y confortar a la persona afligida por el sufrimiento, aliviando así su vivencia de la pena.
Seguir el rastro de este ejercicio caritativo en las Cartas de Santa Teresa de Jesús es el propósito que se estableció la profesora Joan F. Cammarata (1950) en su estudio sobre el epistolario de consuelo en la mística abulense. Además de escribir sobre Garcilaso de la Vega y el discurso femenino en la España moderna temprana, esta hispanista norteamericana ha abordado la epistolografía femenina de nuestro país en el siglo XVI. En el caso concreto de las misivas de consolación de la Santa de Ávila –dirigidas a familiares y allegados, con ocasión del fallecimiento de alguno de sus seres queridos–, son fuente de información para la historia social y espiritual de su época, pero, sobre todo, reflejan la conciencia cristiana sobre la vida y la muerte¹.
Según esta autora, la carmelita castellana considera que la práctica de la consolación no es un deber cuya fuerza imperativa afecte solo a ella, sino que también apremia en su cumplimiento a personas religiosas, como es el caso del padre Jerónimo Gracián, a quien pide que consuele a doña Luisa de la Cerda en la pérdida de su hija Catalina. Y ello es así porque Teresa percibe esta acción como una obligación de amor y amistad arraigada en la más genuina tradición cristiana. Extraída del acervo de sus lecturas espirituales, la Santa elaboró su doctrina acerca del consuelo a partir de tres tipos de fuentes: de la epístola Ad Heliodorum consolatoria de San Jerónimo, de las Confesiones de San Agustín y del concepto medieval cristiano del ´contemptus mundi´ o desprecio de los bienes temporales.
Al entender que las aflicciones son una prueba de la Providencia, para alentar a las personas que se encuentran bajo sus efectos, la Santa emplea una argumentación similar en todas estas cartas, integrada generalmente por los siguientes elementos: tras la invocación al Espíritu Santo para que dé consuelo al afligido, le exhorta a no lamentarse mucho, pues ello significa el olvido de que la muerte no es el final de todo, sino que proporciona la ocasión de una vida mejor. Al estar este mundo tan lleno de miserias, Dios hace un gran favor al que le saca de él, le libra de sus peligros y le lleva al bien de la eternidad. Aconseja al deudo del fallecido que le encomiende a Dios en sus oraciones, que saque consolación del gozo de su gloria y que, desde ese momento, cuente con un intercesor más en el cielo para remediar las tribulaciones de esta vida.
Asimismo, Teresa alienta al desconsolado para que tenga confianza en Dios y le recomienda que ponga todo en sus manos, que se conforme con la voluntad divina en esta vida de corta duración, que soporte sus tribulaciones con alegría y permita que la resignación cristiana cure su pena. Es decidida partidaria de no pensar en las causas de la amargura, sino en las razones con las que puede consolarse: en esto se gana mucho, mientras que, en lo contrario, se pierde hasta el punto de hacer daño a la propia salud. Al pensar de una manera positiva, sin dejarse llevar por la pesadumbre, se encuentra consuelo para los dolores. La pena ha de ponerse en las manos de Dios, que, en el sufrimiento, consuela al afligido y le reconcilia con aquella, pues lo de este mundo pasa pronto y la ganancia que se obtiene con el otro es eterna. Más aún, en comparación con la pasión de Cristo, los sufrimientos humanos son de poca consecuencia.
En definitiva, para la profesora Cammarata, Santa Teresa desarrolló epistolarmente un papel de consejera moral y psicóloga informal con parientes y amistades que sufrían penas profundas. Mediante estos escritos terapéuticos trató de ayudarles, tranquilizarles y animarles. Y todo ello lo hizo desde la naturalidad de una actitud que aunaba en su persona los lugares comunes de la tradición cristiana de consolación con su propia experiencia espiritual del “muero porque no muero”.
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¹Cf. CAMMARATA, JOAN F., ´Epístola Consolatoria y Contemptus Mundi: El epistolario de consuelo de Santa Teresa de Ávila´, en Actas del XIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, editores Florencio Sevilla y Carlos Alvar, tomo I, 1998, pp. 301-308.Pedropedr