Revista Literatura
Qué pesaditos, maleducados e ignorantes son los de siempre con sus insultos hacia Andalucía y los andaluces. Un día es Esperanza Aguirre, otro Ana Mato, no nos olvidemos de Montserrat Nebrera, que también tuvo su día, y ahora le ha tocado el turno a este cónsul de tres al cuarto y de trayectoria incierta. Hace unos años, en un sarao, alguien me dijo que tenía muy “poca gracia bailando” para ser andaluz. Así, haciendo amigos. También recuerdo sutiles comentarios, rebosantes de educación y de sensibilidad, del tipo: “se te entiende muy bien para ser andaluz”, “yo no sé cuándo trabajáis con todas las fiestas que tenéis” o “me ha sorprendido mucho Andalucía, yo creía que todo iba a estar mucho peor”, que tal vez sea la que más me ha ofendido. ¿Mucho peor? ¿Estuvo alguna vez rota? Gracias a las películas y series de saldo, gracias a la ignorancia y a la intolerancia, los andaluces nos encontramos en el podio de los típicos tópicos, los estereotipos, las obviedades y las infamias. Buena parte de las “chicas de la casa”, chicas/mujeres siempre para más inri, suelen ser andaluzas, así como el gracioso de la panda es supuestamente andaluz y, por supuesto, el vago, el fiestero y el cateto, también es andaluz, por descontado. En cierto modo, es como creer que todos los catalanes son unos independentistas y unos peseteros o que todos los vascos se pasan el día bebiendo txakolí o levantando piedras, cuando no le están pegando una paliza a la Guardia Civil. O como pensar que todos los gays son “unas locas”, todas las lesbianas “unas camioneras” o como dar por sentado que a todos los negros les gusta el rap, que los italianos se pasan el día comiendo pasta y que los rusos desayunan vodka. Es lo que tiene el enanismo mental, la ignorancia y la incultura, tal y como ha demostrado este cónsul calamitoso y grosero, que tan lamentablemente nos representa fuera de nuestras fronteras y que, encima, pagamos entre todos.