El contraste

Dos fotografías tomadas de la prensa; la primera recoge la imagen de un niño herido por un ataque suicida en Afganistán; la segunda una mujer disfrutando de la intensa lluvia que el huracán Isaac dejó en Tampa, Estados Unidos.

Cuesta reflexionar, a través de las instantáneas, la diferencia sustancial de nacer bien o mal; mientras el chiquillo es culpable de haberlo hecho en un país dividido por el odio que se alimenta de fanatismos religiosos, la otra creció en la tierra de las libertades, a la que acuden apresuradamente muchos antiimperialistas s resolver sus problemas de salud. El primer mundo actual se diferencia de los imperios antiguos en la localización de sus esclavos, que pasaron de compartir ciudad con sus dueños, a extender su miseria en territorios muy alejados cuyas imágenes nos llegan a través del ordenador, sin la crudeza que ofrece la realidad en estado puro. Podríamos poner muchos más ejemplos, pero las dos fotografías de esta entrada fueron tomadas de una publicación entre las seleccionadas de la semana. Lo mismo aparecía el chiquillo mal herido que un campo de refugiados, ambas al lado de bailarinas espectaculares que ofrecían su espectáculo sobre un tanque de neón, y la heterogeneidad mostrada tiene algo de perverso. Una sociedad que pueda experimentar indiferencia ante este tipo de contrastes es una sociedad enferma, a la que los eufemismos del cero siete por ciento solo pueden servir para lavar conciencias adormecidas o para justificar reivindicaciones a determinados grupos cuyos intereses suelen estar bastante lejos de las heridas que un inocente sufre tras el atentado de un loco.