Obama comparece ante los medios después de la matanza de Charleston / EFE
“He tenido que hacer declaraciones como ésta demasiadas veces, comunidades como ésta han tenido que sufrir tragedias como ésta demasiadas veces”. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama empezaba así un nuevo discurso sobre control de armas hace una semana, después de que Dylann Storm Roof asesinara presuntamente a nueve personas en una iglesia afroamericana de Charleston, en Carolina del Sur. “Gente inocente ha sido asesinada porque alguien que quería hacer daño no tuvo problemas para coger un arma“, subrayaba Obama para añadir un nuevo argumento a sus alocuciones: “como país, tenemos que reconocer que este tipo de violencia no ocurre en otros países avanzados, no con esta frecuencia”.
No es baladí. A un país al que le cuesta mirar más allá de sus fronteras, le conviene hacerlo en un tema tan importante como el control de armas. En 2008, 12.000 personas murieron por arma de fuego en EEUU, cifra que sólo supera México, mientras en Japón, país con una regulación similar, murieron sólo 11, como recordaba el New York Times en un editorial. En España, la cifra asciende a 90 personas.
La cultura de las armas de fuego está ligada a la construcción del país. Como me decía Carme Colomina, investigadora del Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona (CIDOB) para otro reportaje sobre regulación armamentística en Europa, en la memoria de los ciudadanos perdura el mito de “la historia de los primeros colonos que huyeron de la persecución en Europa y conquistaron su propio territorio”. Así, en un país donde el ciudadano desconfía de que el Estado le proteja, se impone una especie de autogestión de la seguridad que, con el individualismo atroz que conlleva el sistema capitalista, llega a límites paranoicos, como hemos podido ver cada vez que sucede una nueva matanza. Cuando se produjo de la escuela de Sandy Hook, en la que murieron 27 personas, de ellos 20 niños, algunas voces hablaban de que estas tragedias se podrían evitar si se armara al profesorado.
Obama tiene razón. No pasa en otros países del primer mundo porque el camino para acceder a un arma es mucho más largo y complicado. Mientras EEUU encabeza el ránking mundial de número de armas de fuego en manos privadas, con entre 270 y 300 millones -el país tiene casi 320 millones de habitantes- según la Organización para la política de Armas, Alemania tiene “sólo” 25 millones y España, 4,5. “Ni el Estado más restrictivo de EE UU se acerca al más permisivo de la UE”, decía en cuanto a regulación Markus Wilson, de la Organización para la Reducción de la Violencia Armada. A lo que Francisco Yermo, experto en control de armas de Oxfam, añadía que “el comercio de plátanos está más regulado que el del armamento ligero, el mercado más mortífero del planeta”.
La única manera viable de evitar que las matanzas con armas de fuego se sigan sucediendo cada X meses al otro lado del Atlántico es complicar el acceso a las armas y según Amnistía Internacional, aumentar las condenas por tenencia ilícita. La ONG ha comprobado que en los países donde las penas son más altas, la tasa de crímenes es más baja. En Estados Unidos, basta con tener una identificación personal y una licencia de armas para comprar un revólver. En los Estados más restrictivos, como Nueva York o California, el vendedor debe llamar a la policía y comprobar si el comprador tiene antecedentes penales recientes para entregarle o no el arma. Ya está. En cambio, en Polonia, quien tiene un arma de fuego debe pasar un análisis psicológico cada cinco años. En ese país hubo 0,1 asesinatos por cada 100.000 habitantes en 2008.
Obama tiene razón. Pero se enfrenta a las grandes empresas armamentísticas, un lobby con muchísimo poder en el país y a la mentalidad de su población. Le queda un año y medio escaso para aumentar el control. O menos, antes de que se produzca la siguiente masacre.
Seguir a @eeclaramunt