Revista Festivales

EL CORAZON DE LAS TINIEBLAS MILONGUERAS 3 (UN BARCO DONATIANO POR EL PARANA) - Por Catulo Bernal

Por Sonriksen
Hacer una milonga en un lanchón fluvial con un dudoso estado de conservacion, cobrar una tarifa y mantener a todos los que han sido casi engañados por la novedad  del tango aventura contentos con la morondanga es una magna tarea. Eramos veintiún pasajeros, de los cuales 5 no podíamos contarnos entre los danzantes  pues viajábamos para llegar al impenetrable Paraguayo.   24 almas entre tripulación,  turistas milongueros, nuestro grupo de misioneros en busca del Tucumano Pastura y  25 si la ardilla del hombre de la caja de huevos que parecía un personaje Londoniano  se cuenta como un alma.  Todos  intentando en vano mantener el compás y la compostura mientras las bravías aguas pos tormenta nos sarandeaban y los restos del temporal impactaban de lleno en el casco.  Si a ese movimiento le agregamos la  calidad escasa de las viandas que comenzaron con pan de queso y mandioca quemado,   sanguches de mortadela con  bordes irregulares y   acompañamiento bebestible  de vino de mesa y cerveza  en bidones, nos daremos una idea aproximada de la situación.  Mientras una minoría bailaba al compás de D'arienzo, los demás se turnaban en peregrinación al baño.  Huguito Flin y su socio Jimi Gray estaban preocupados. "No contábamos con tanto caudal, tanto ramaje. En las excursiones siempre hay uno que lo pasa mal, pero los demás se divierten a costa del infeliz. Con el temporal las milongas estarán cerradas.  No se si encontraremos milongueros en los muelles. Tendremos que pescar para salvar el viaje. "  Romulo Papaguachi, que siempre lleva una especie de farmacia andante por sus achaques  les sugirió entonces que disolvieran algunas pastillas antimareos en los bidones. Los dos granujas aceptaron.   A ambos lados del río se veían embarcaderos apenas iluminados con lamparas pobres, indicio de pescadores noctámbulos.  No les hacia mucha gracia nuestra reunión jaranera.  Estábamos cerca de la orilla santafesina y aunque nos tiraban piedras no llegaban a impactarnos.  Cada tanto nos cruzábamos con algún barco anclado en mitad de la corriente que nos obsequiaba objetos arrojadizos y amables insultos.   A la natural inclinacion del abrazo entorpecida por los bandazos del barco hubo que agregar entonces una calistenia de esquive en los bailantes, ya sosegados de retorcijones  luego de la ingestión de las pastillas de Romulo.  Favorecida por una cabeza de pescado una de las parejas fue a parar luego de un giro directamente al río. "Hombre al agua, hombre al agua" grito Gray, queriéndose quitar a la vez  zapatos y  calcetines.  Flin paró el barco.  El indio se tiró con  silenciosa eficiencia a rescatarlos.  Pareció que lo lograba, pero desistió al ver las carcajadas de los dos  que felices en el agua se le resistian, agarrados a unos cabos que les impedían irse corriente abajo. Estábamos en un remanso a 35 grados y muy pronto la tanda de Troilo fue abandonada por todos los asistentes que estaban tirándose también al Paraná para aliviarse del calor y de extraños sofocos que sentían.  Romulo Papaguachi miraba confundido su pastillero sin rotular y al ver su cara culpable supe ni el sabia lo que habíamos diluido en los bidones.  Para contribuir al caos general  uno de los muchachos agarro un reflector y se puso a iluminar las aguas mientras sonaba "se va la vida, se va y no vuelve".  Flin se puso a tirar, a modo de concurso, botellas de sidra y vino Toro Blanco al agua para quien fuera rápido en atraparlas. Vimos un par de italianos desaparecer para volver mucho mas tarde con las botellas y trozos de camalotes.   Flotando descorchaban el barato champán con mano y dientes  ante la reprobacion de una pareja francesa de cara avinagrada a los que la excursión no les hacia gracia ninguna.  Fue entonces que comencé a percibir extraños zumbidos que no identifique hasta que me di cuenta que nos estaban disparando con gomeras y tapaculos las clásicas bolitas de paraíso. El del reflector recibió un gomerazo en plena nuca y se le cayó el farol al agua con un siseo. Pudimos ver en el arco que trazó un bullir animal en el agua y varias lanchas que se acercaban. "A cubierta, a cubierta" grito Flin mientras Pitón Pipeta y un servidor se empeñaban en devolver con certera puntería los proyectiles náuticos que nos habían ido endosando. En tanto los bañistas habían visto el ecosistema acuático y subían como podían  por la pequeña escalerita carcomida. En  el pandemónium general los izamos como pudimos recibiendo  las bolas de paraíso  en  nuestras carnes.   El  enemigo pescadero parecía multiplicar la munición.  El hombre francés avanzo decidido hacia la caja de huevos, pero la ardilla, con sus pequeños dientitos le salto a la cara haciéndolo retroceder .  Sonaba a todo estruendo "el Porteñito" de Ángel Vargas y no alcanzaba para tapar los gritos agudos del Francés.  El Capitán que había estado hipnotizado recuperó la sangre fría y arrancó el motor.  El indio sostenía de los pelos a uno de los italianos en el agua, mientras otro disparaba un potente chorro de sidra a los agresores.  Desde una barca alguien grito: "al abordaje".  De los tres que saltaron, uno se quedo en el camino por su gordura, hundiéndose con un pacú en la mano,  el otro se sostuvo colgado  de la barandilla de popa  hasta que las muchachas le apuntalaron los dedos a taconazos y el tercero volvió a caer en su barco intersectado por la desesperacion del francés.  La ardilla  cumplido su cometido volvió a su lugar encima de la caja de huevos. La mujer del Francés  saltó a donde estaba su compañero y los abandonamos.  "Mejor - comentó uno de los milongueros - Desde que zarpamos estaba quejandose".  Prontamente nos alejamos de la batalla perdiendo un par de bolsas con zapatos,  algunas milanesas de vianda y los calcetines manchados de Gray  que se hundieron en el abismo marrón. Sin la iluminacion del farol   el dijey comprendió que  era hora de Puglieses, Disarlis y Berones.  Y mientras íbamos río arriba con el animo desosegado  y el bajón de las pastillas de Papaguachi, sentí que el Tucumano Pastura había estado allí propiciando el caos, como hacia con sus clases en las milongas y  con nuestros productos malversados por su mala industria. Y que la oscuridad que se había comido la luz del farol de camping comenzaba a rodearnos.

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