Revista Opinión
Puerta del Sol, Madrid, mayo de 2011
Me encuentro por las calles con amigos a los que hace ya tiempo que no veía. Se entabla con frecuencia una conversación parecida: "¡qué bien!", "ya era hora", "me emociona mucho", "estuve ayer en Sol"... Tienen un brillo especial en los ojos cuando lo dicen. Es más, hay quienes afirman que da gusto andar por la calle en estos días, que parece que nos miramos de otra manera. Veo por las pantallas del mundo, que son las de Internet, no las de los medios institucionales y empresariales de comunicación, que esa otra manera de mirar, de compartir un decir 'basta', está llegando lejos. Veo la bandera española y las palabras 'Spain' y 'Spanish' por todas partes. Y, sí, también me emociona. Percibo cómo de nuevo se abre dentro del pecho, en el espacio del sentir, la conciencia de ser 'pueblo', 'gente común y humilde', como dice el diccionario.
Han pasado muchos años, demasiados, desde que vivimos aquella etapa de cambios y revoluciones en el mundo que vibró con intensidad durante algo más de una década, durante los años sesenta y setenta. El movimiento hippie, el mayo francés, la guerra de Vietnam, el golpe de estado en Chile, la revolución de los claveles en Portugal, la transición en España tras la muerte de Franco, y otras resonancias. Creo yo que en España el proceso de anhelo de cambio culminó con la contundente victoria del PSOE en las elecciones de 1982. Pero no se trataba sólo de sustituir a los representantes de la sociedad en las instituciones, sino de saberse y sentirse ciudadanos, de compartir las calles y las conciencias en libertad, de no seguir a ciegas los dictados del poder, de ejercer cada día la dignidad de ser humano.
Ha habido desde entonces, desde hace décadas, un periodo de deterioro continuo en la conciencia colectiva, en el sentido de lo común. Una decadencia alimentada por un progreso que seguramente hemos asimilado muy mal. Nos fuimos adormeciendo, probablemente arrullados por las estrategias sibilinas del poder, en una apatía indiferente, en un aislamiento individualista y desconfiado, y abandonamos o delegamos, indolentes, casi todas nuestras energías. Nos creímos propietarios, poseedores de todo tipo de cosas, incluso de certezas, de seguridades, del futuro. Pero no es así, nunca fue así... Y el precio que pagamos por ello fue perder el sentido de la calle, de la participación, el juego en la plaza, el uso ampliamente plural de los pronombres.
Cada día reemprendemos un viaje en el que intentamos sobrevolar sin vértigo el abismo de la incertidumbre. Nada es seguro, nada permanece, y el valor de nuestras vidas es precisamente esa permanente transformación, ese aprendizaje. El 15 de mayo brotó en las ciudades la desazón interior intuitiva y prolongada de varias décadas de engaño. Autoengaño a veces, engaño del poder siempre: vota, compra, paga y calla. La injusticia y la insolencia de los injustos preñó las conciencias de nuevas indignaciones. Y ahora la calle está pariendo un corazón, pidiéndole prestadas algunas palabras al maestro Silvio Rodríguez, "y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir en cualquier selva del mundo, en cualquier calle". Seguros de nada, salvo de la necesidad de decir "no", "lo único que el pueblo sabe", según afirma Agustín García Calvo.
Hoy acaba mayo. Hay dudas en las plazas... ¿Hay que seguir con las acampadas? ¿Qué podemos hacer para que esto continúe? ¿Y ahora qué? Y se revisan los manifiestos, los escritos, los discursos. Quizás inseguros ante la fragilidad del nuevo espacio de conciencia conquistado. Pero lo más importante ya está hecho, y no tiene vuelta atrás de ninguna manera. Todos lo sabemos, todos lo sentimos. No es esencial permanecer acampado, que puede generar cansancios y deterioros de otro tipo. Claro que habrá que decidir sobre propuestas y estrategias para ofrecer una alternativa de gestión a una sociedad enferma que agoniza en las garras de todo tipo de falsedades y corrupciones. Lo haremos en asambleas más o menos organizadas, en los barrios, en los pueblos, ahora que estamos aprendiendo, nuevamente, a mirarnos a los ojos de otro modo. Claro que será bueno celebrarlo todos juntos, siempre de nuevo, de vez en cuando. Podemos quedar todas las veces que queramos. Y, además, siempre nos quedará Internet... Lo más importante es mantener este mayo del 2011 en el corazón. Y confiar en ello. Porque los vínculos humanos verdaderos se apoyan en la confianza. No nos dejemos engañar por cualquier estrategia de desconfianza. La desconfianza es uno de los mecanismos del sistema, un negocio de los poderosos, como estamos viendo. Confiar activamente es un arma intensa en nuestras manos, nos hace fuertes. De uno en uno tenemos que asumir sin más nuestra aportación cotidiana: sonreír, trabajar, ser cuidadoso, soñar, aprender, ayudar, no aceptar temores impuestos, compartir... Y estar atentos, también de corazón, a ese nuevo espacio que entre todos estamos recreando.
Cierto, existe el egoísmo, el ego tan visible siempre... Existen las interpretaciones parciales, sesgadas, erróneas o interesadas de la vida. Pero la vida sigue siendo lo que es, y eso es lo que compartimos. No importa si la imagen de la Puerta del Sol se prolonga en el tiempo. Ese trabajo ya está hecho, y durará para siempre. Compartir la conciencia no es una cuestión de presencia física, sino más bien de actitud moral. Siento llevarle la contraria a algunos luchadores, pero no existe ninguna victoria final. De hecho no hay ningún final en el futuro, porque si lo hubiera sería tan solo alguna forma de muerte. La vida es ahora, siempre ahora. Y es así como nos estamos encontrando y reconociendo en las calles y plazas la gente humilde y común. Compartiendo nuestro corazón con el corazón del pueblo.