Este es ya el quinto libro que leo de Almudena Grandes después de Las edades de Lulú, Inés y la alegría, Castillos de cartón y Malena es un nombre de tango. Y puedo decir que es el que más me ha gustado, más incluso que Inés y la alegría o Malena es un nombre de tango. Tengo que reconocer que las casi mil páginas de este libro me han costado, casi tres semanas, pero no por falta de ganas o porque la historia no me gustase, sino por falta de tiempo debido al trabajo y a los exámenes de la universidad. Pero, aun así, lo que pensaba que se iba a convertir en algo negativo, ya que me daba miedo que me costase demasiado tiempo leer esta novela, que se me eternizase en las manos, al final se ha convertido en algo positivo, y el tiempo que he pasado en compañía de Raquel Fernández Perea, Álvaro Carrión Otero y sus respectivas familias no ha sido ningún suplicio, sino una auténtica delicia.
La historia me ha fascinado, me ha hipnotizado y me ha seducido desde el principio y hasta el final y no me ha sobrado ninguna de las casi mil páginas. Al contrario, cuando acabé el libro el domingo a la noche me dio muchísima pena terminarlo y tener que despedirme de sus personajes. Todos entrañables e inolvidables. A unos se les coge cariño, a otros se les odia, pero a ninguno se le juzga, porque todos tienen sus motivos, sus razones, sus fantasmas y sus sueños para comportarse como se comportan. Porque todos luchan por algo tan simple y tan difícil como sobrevivir, seguir hacia adelante, olvidar el pasado, pelear por el presente y por el futuro. Pelean día a día, con todas sus fuerzas por algo tan sencillo y tan complejo como vivir. Ni más, ni menos.Eso es lo que hace Raquel Fernández Perea, una joven ejecutiva que trabaja en Caja Madrid, divorciada, sin hijos, es hija y nieta de republicanos exiliados en Francia y conoce muy bien la historia de su familia, de su abuelo Ignacio y de su abuela Anita, de sus padres, de cómo todos ellos sobrevivieron a la Guerra Civil y a un exilio en Toulousse y en París. Sabe quién es y está orgullosa.
Pero no lo sabe todo. En su pasado, en su vida, en su historia también hay lagunas, misterios, secretos. Por ejemplo, no sabe qué ocurrió un sábado por la tarde de 1977, cuando acompañó a su abuelo a casa de unos desconocidos con los que sabe que existe una deuda pendiente. Aunque no sepa cuál, ni por qué, ni desde cuándo, ni qué consecuencias puede tener en su familia y en ella misma. En su presente, en su futuro. Y está dispuesta a todo con tal de descubrir cuál es esa deuda y saldarla. Quiere cobrar esa deuda pendiente. Por ella, por su abuelo, por su familia. Por todos. Por nada. Por su parte, Álvaro Carrión Otero acaba de enterrar a su padre, Julio Carrión, un empresario prestigioso, poderoso y rico gracias al franquismo. Ni él, ni su madre ni sus cuatro hermanos saben exactamente de dónde proviene la fortuna de su padre, la que acaban de heredar. Pero tampoco les importa. Prefieren no saber, no descubrir, no conocer, no hacerse preguntas, no buscar respuestas. Álvaro vive feliz así, tranquilo, satisfecho con su vida, le gusta compartirla junto a Mai, su mujer, y Miguelito, su hijo. Le apasiona su trabajo como profesor de Física en una universidad y como director de un museo de ciencias. No necesita nada más. Pero su vida cambia precisamente en el entierro de su padre en Torrelodones, donde descubre a una joven desconocida que les contempla a él y a toda su familia desde la distancia. Las apacibles y tranquilas vidas de Raquel y de Álvaro se cruzan, por una casualidad, por culpa del destino, por las vueltas que da la vida, y ambos se sentirán atraídos, sin que puedan hacer nada para evitarlo. Y poco a poco, lenta pero intensamente, se darán cuenta de que sus vidas, sus historias, sus familias, sus pasados no solo se proyectan y se reflejan en sus propias vidas, en su presente, en su día a día, en quiénes son y en quiénes quieren ser, sino sobre todo se entrecruzan una con otra. Esta es una historia que nos habla de Historia, con mayúsculas, de la Guerra Civil, un tema recurrente en Almudena Grandes. Pero lo hace de una forma especial, inolvidable, intensa. Este libro no ha sido lo que me esperaba. Pensaba que iba a encontrarme más pasado, más Historia, más viejas historias, recuerdos, vivencias, fantasmas, anécdotas de exiliados republicanos. Y me ha sorprendido muy gratamente descubrir que no es una historia pasada, sino muy actual, que comienza en marzo de 2005. Porque, al contrario de lo que yo pensaba, no es una historia presente que vuelve al pasado, sino una historia pasada que llega hasta el presente, hasta nosotros, con toda la fuerza, la pasión, la intensidad, la potencia y el desgarro de las historias que nunca pasan, que nunca se olvidan, que nunca nos abandonan. Es una historia de amor, de pasión, de sexo, de reencuentros, con los viejos fantasmas y con los nuevos, con viejos conocidos y con desconocidos que son capaces de poner nuestra vida patas arriba. Es una historia familiar, de amores y odios, de secretos, de silencios, de preguntas que nunca obtienen respuestas, de palabras que nunca se pronuncian, por miedo, por egoísmo, por conveniencia. Pero, por encima de todo, es una historia de personajes, que sufren, que lloran, que odian, que huyen de la muerte con la misma intensidad con la que salen a su encuentro, que aman, que desean, que olvidan, que recuerdan, que mienten, que engañan, que traicionan y son traicionados. Personajes pobres y ricos, republicanos y franquistas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, capaces de lo mejor y de lo peor. Porque son humanos. Como nosotros. Y precisamente por eso son capaces de hacernos sentir tanto y tan fuerte y de dejarnos con el corazón helado.