...y aletea su existencia eterna
para anidarse en mis quedrados faros.
Atrás deja a unos niños del mar
en la danza ebria que mora en los pueblos
esparcidos y asidos a las llamas
capaces de repeler a los lobos
que arramblan con su oscura oscuridad
los veranos de sempiterna espera.
Yace su indócil graznido en Sinop
-en la costa de un mar con su plumaje
como nombre y su voz como oleaje-
para acariciarnos la triste cara
cuya incertidumbre ahora se aclara
cuando elevamos pancartas y gritos:
«esta tierra no está ni estará en venta».
Atrás deja Gelevara Deresi,
ese nublado lugar de ida y vuelta
donde regaba, sobre la gravilla,
versos de intentos por ver aflorar
sonrisas en unas ajadas manos
o palmas abiertas en las miradas
de pordioseros que piden abrigos.
Atrás deja de ser un punto oscuro
pero su voz llueve y se filtra en mí.
Me susurra con complicidad
que la dulce miel como la leche
se ha desparramado, se ha perdido
tras la trémula espalda del tiempo.
Y con una abatida ternura
se lamenta de mi inútil postura
por recordar a quienes me olvidan.
El cormorán bate el viento, sonríe.
Tras su vuelo quedo como su espejo,
crujiendo pasos entorno al kilim
que he desplegado sobre un blanquecino
desierto padeciendo desamparo.
Me canta que ellos sobrevivirán
pero yo me quedo sobre la nieve.
Poem by W. (for Kâzım Koyuncu, in memoriam).