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Con esta crisis están saliendo expertos en macroeconomía hasta debajo de las piedras. En la radio, en la televisión, en los periódicos, en las librerías, en las universidades, en la barra del bar, en el desayuno de la oficina. Sin ir más lejos yo el otro día me encontré a uno saliendo tras el bastoncillo de limpiarme la oreja. Y no hay ni uno, oigan, ni uno que no advirtiera de la que se nos venía encima. Eso sí, cada vez datan sus supuestas advertencias un poquito antes. Si se descubre que la crisis comenzó en agosto de 2008, estos expertos venían advirtiendo desde abril. Si resulta que no, que la crisis comenzó en diciembre de 2007, pues ellos habían hecho informes en octubre. El caso es que nunca les pillas fuera de juego. Cosas de la autocorrección del Word, imagino, y de la mala defensa de cuatro en zona que debemos tener los ciudadanos. Siempre hay un pensionista que tira mal el fuera de juego y habilita al economista para marcar en solitario delante del portero.La velocidad con la que salen expertos en macroeconomía es tan solo comparable a la tasa de crecimiento de los economistas escépticos. Un economista escéptico por lo general ha tenido responsabilidades políticas sobre la economía en los últimos 20 años. Durante todo ese tiempo ha sido un firme creyente de la libertad de los mercados, de que la eficiencia económica sólo se podría alcanzar si los poderes públicos no intervenían en absoluto. Que dices, si piensas que lo mejor que puedes hacer en tu trabajo es no hacer nada, pues tampoco hacía tanta falta tu puesto ¿no? Ahora, sin embargo, no sabe en qué creer porque con esta nueva sensibilidad que ha desarrollado se ha dado cuenta de que “la gente sufre”, y ya no hay “testiculina” que aguante defender a los mercados. Ahora, desde la tranquilidad que da la jubilación de su cargo público, el economista escéptico riñe a los mercados. Entre ambas etapas, eso sí, tuvo oportunidad de ser economista intervencionista. Fue el breve lapso de tiempo entre agosto de 2008 y enero de 2009 en que el pánico cundió entre los grandes especuladores financieros y aceptaban intervención estatal en forma de reglas y normas a cambio de que no les dejaran caer como a Lehman Brothers.
En España ninguno cayó. Puede que Estados Unidos, Irlanda, Islandia y otros países tuvieran que ver cómo grandes bancos cerraron. Pero eso fue porque son unos imbéciles y unos incompetentes. Aquí en España el sector bancario tenía músculo. Los locales de las calles de “este país” estaban repartidos equitativamente entre las franquicias inmobiliarias, las sucursales bancarias y los bares. Era el milagro español, hermano, donde un pensionista cualquiera podía comprarse su tercer piso, invertir en el mercado de activos y comer de menú del día todo sin salir de su calle.
Ahora que las franquicias inmobiliarias cierran sin ton ni son, que a las sucursales bancarias sólo entran los del 15M a protestar –acompañados del antidisturbios de turno- y que los bares de la esquina cierran arrastrando la hipoteca familiar en su caída dicen esos analistas económicos de los que antes hablábamos que estábamos viviendo una ficción.
La farsa en la que vivíamos, afirman, es culpa mayoritaria del que se creía que podía comprarse un piso y del que iba a la oficina bancaria a contratar cualquier producto sin preocuparse por lo que hacía. Oigan Uds. ¿es que no sabían que eran unos muertos de hambre? ¡Sean responsables y pónganse de uno en uno para pasar a pagar!
Mientras los bancos y cajas españoles pasaban los exámenes más duros elaborados por el BCE –es decir, Alemania- resulta que en realidad los comités de dirección de las entidades financieras estaban organizando la mayor estafa a gran escala que se ha visto en este país. Y todo con la connivencia de las autoridades políticas.
En 2009 a los bancos y cajas se les obligó a recapitalizarse por su precaria situación. Esto lo podían hacer mediante dos maneras. (1) Emitiendo acciones, es decir buscando nuevos inversores en su empresa. Este modelo habría recapitalizado la entidad, pero también habría aumentado el número de propietarios y, por tanto, dispersado el voto en la Junta de Accionistas –que es como la asamblea de cualquier sociedad anónima. (2) La otra manera de capitalizarse consistía en la emisión de opciones preferentes. Estas opciones son un producto financiero que en esencia lo que hacen es dar un dinero de por vida a la entidad financiera a cambio de que cada año dicha entidad te ingrese un % acordado de interés. La única manera de deshacerse de esa opción es vendérsela a alguien. Hasta la entrada en vigor de un mercado de opciones preferentes –este año- dichas opciones se vendían a un precio fijo, independientemente del valor de la entidad. Es decir, se trataba de comprar algo parecido a las acciones, pero cuyo precio no tenía fluctuación en relación a la situación de la entidad ni otorgaba el derecho de control en la Junta de Accionistas. Un chollo, vamos. No sé cómo no me lancé a comprar en su momento.
Este producto ya se venía colocando a grandes inversores y pequeños ahorradores. Para estos últimos implica perder su ahorro. Su contratación estaba basada en la falta de información que los trabajadores bancarios ofrecían a los clientes. E incluso en la ignorancia de los vendedores sobre lo que vendían. Una mala praxis camuflada en los límites de la legalidad mediante un reconocimiento de información firmado por el cliente –exactamente igual que en la contratación de la mayoría de las hipotecas, donde el cliente firma el compromiso de contratar el préstamo antes de ir al notario a que legalmente le informen. Mientras las retirada de las opciones preferentes se podía realizar con su colocación a otro cliente –es decir, desengañar a un cliente para engañar a otro- la máquina seguía su ritmo. Sin embargo con la recapitalización de 2009 las entidades financieras emitieron tantas opciones preferentes, hasta 13.000 millones de euros, que colapsaron el sistema. La diferencia entre el flujo económico de preferentes de un año a otro es de tal calibre que se hace muy difícil pensar que no era una estafa a gran escala consentida por las autoridades del gobierno central y autonómicas.
Esta información la tenemos ahora. TV3 emitió un reportaje en su programa “30 minuts” –es como el Informe Semanal de la televisión catalana- sobre este problema. El tono del mensaje, duro y crítico con la gestión que se hizo en 2009 y la escasez e inutilidad de respuestas que tanto las entidades como las autoridades políticas están ofreciendo. Un reportaje comprometido con los afectados, pero que al tiempo deja una duda en el aire a cualquier observador un poco alerta.
En este mundo donde los expertos económicos salen por todas partes, donde los economistas –ahora- escépticos se han retirado de la vida pública y donde los periodistas comprometidos hablan de estafas en tiempo pasado, ¿dónde están las estafas del día de hoy? Igual que cuesta imaginar que la estafa de 2009 sobre las preferentes no era conocida por los analistas de los políticos hegemónicos, también cuesta imaginar que no hubiera ningún periodista con capacidad de decisión y enterado de estos movimientos. Y tampoco hicieron nada.
Cada día que se da un nuevo paso hacia la intervención, o cualquier otra catástrofe para el ciudadano de la calle, salen expertos diciendo que ellos ya lo habían avisado, periodistas comprometidos que cuentan la historia dramática que ya no tiene solución mientras el decisor político se retira a sus aposentos –con o sin cargo en el consejo de administración- esperando la entrevista de su vida y sabedor de que ni a él ni al compañero de la entidad financiera les llegará jamás la hora de rendir cuentas. Y mientras los bancos españoles ya han sido rescatados dos veces. Una por los ciudadanos a través de las opciones preferentes. Y la otra también por los ciudadanos, a través del préstamo bancario de la Unión Europea que vamos a pagar entre todos. Pero eso ya nos lo contarán avezados periodistas dentro de un par de años.