Ocurre
en demasiados aspectos de nuestro entorno. Lo mismo en la vida personal de
muchos de quienes nos rodean como en la sociedad en la que vivimos, en la
política, en las finanzas y hasta en las escuelas y universidades que han
formado y forman a las generaciones recién llegadas y en las del relevo.
Los valores por el desagüe
Como
consecuencia de ello hemos tirado por los desagües de la comodidad, del
materialismo y del seguidismo borreguil los valores que hicieron posible desde
siempre el avance de la humanidad y el
control de su propio futuro.
Consustanciales del ser humano, virtudes como el afán de superación
basado en el trabajo y el espíritu de sacrificio; la previsión y el ahorro como
garantías del día de mañana; la solidaridad social como distinción personal; o el respeto como obligación moral
con nuestros semejantes procurando no robar ni mentir salvando las carteras y almas ajenas, ahora
están en un lamentable y generalizado desuso.
Herramientas del corto plazo
Sustituyéndolas
nos encontramos con la búsqueda del enriquecimiento rápido mediante las muy
diversas técnicas del pelotazo económico, sin reparar en métodos ni en
damnificados por ello. También con el lúdico
‘carpe diem’ correspondiente pensando que en el mañana todo nos vendrá
dado por añadidura a nuestra condición de ciudadanos por lo que no es necesario
prever nada. Y con el pensamiento de que
a los necesitados ya los atenderá el Estado o las organizaciones sociales más
variopintas con recursos de no se sabe dónde. Finalmente, también y sobre todo,
con el grado de soberbia suficiente para
creernos en posesión de todos los derechos necesarios para ser cada día más
guapos, fuertes, altos, poderosos y sabios a costa de lo que sea.
La tontuna social igualitaria
Así,
en cuanto a las personas, nos hemos acostumbrado a tener por normal y exigible
un igualitarismo absurdo prescindiendo de referentes como el esfuerzo y el
mérito, la creatividad o la capacidad de emprendimiento y riesgo o de
prudencia. Para que nadie se enfade pensando que eso no va con él, recuerdo
simplemente tres hechos muy comunes: la inversión temporal en viviendas sobre
plano, o suelo, durante el boom pasado para ganar dinero rápido y lirondo; el ansia en situar a hijos y cercanos en la
mamandurria creada alrededor de aquél, bien en empresas públicas o en la propia
Administración; y creernos con el derecho inalienable de por vida a disfrutar
de educación, sanidad o pensiones
seguras pase lo que pase. Quien está libre de esas debilidades, además de mi
felicitación mis disculpas.
El
engaño social más tonto al respecto de esa creencia ‘del todo para todos sin mirar
quién lo sostiene y cómo’, es el que
confunde tal engañifla con los valores de una sociedad democrática.
Empresas, banca, política y educación
Tanto
en el mundo de las empresas como en el de las entidades financieras, nos hemos
llevado el desengaño más bestial comprobando estos años pasados que muchas de
aquéllas no supieron medir sus fuerzas ni las del mercado endeudándose hasta el
infinito con las ansias desmedidas de acaparar cada vez más actividades
mercantiles o mercados pensando que se movían en un mundo de bienes y posibles
ilimitados, y en que nadie era más guapo ni listo que sus dirigentes.
Y
en la banca y cajas de ahorro otro tanto de lo mismo, con el agravante de que
el combustible de estas instituciones es el dinero ajeno, o pasivo, y el del
olvido desnaturalizado e irresponsable de que lo ponían en peligro financiando
su activo a medio y largo plazo normalmente – las hipotecas y facilidades
crediticias para todo- con recursos de clientes o créditos interbancarios a
corto. De locos. Y todo ello, sazonado casi generalizadamente con la malísima
ambición de ser también protagonistas directos de los supuestos pelotazos
compitiendo con sus clientes porque, como hemos reiterado, la lujuria económica
es la que más adicción crea.
Cuando
han llegado las vacas flacas ya vemos lo que ha pasado. Los confiados clientes
y los contribuyentes han pagado la cuenta de tan criminal despilfarro. Y ello
sin tener en cuenta los casos donde han habido abusos y delitos graves que
merecen comentario aparte.
En
cuanto a la política nos encontramos en parecidos páramos morales. Se han
sustituido los valores estratégicos a medio y largo que deberían presidir toda
actuación pública por el corto plazo, como síntesis de todos los contra valores
señalados. Así, los partidos se han convertido en maquinarias depredadoras de
elecciones teniendo como único objetivo situar a sus mandamases y paniaguados
en cuantos más y mejores puestos de representación mejor a costa de lo que sea.
Se miente, se defrauda, se promete en falso, se vive lo mejor posible, se
pastelea para seguir en el palmito, etc.
Los
políticos profesionales mayores han sustituido a los estadistas en la cumbre de
la cosa pública y los menores a las
personas vocacionalmente servidoras del bien común, con escasa vergüenza y
mediocridad.
Mención
especial para las escuelas de todo tipo y universidades, donde la formación de
cerebritos entrenados para todo lo anterior ha sido paradigmática. El plazo
corto de las materias imprescindibles para ello hace tiempo que sustituyeron a
las humanidades y a la ética. Todos con ordenador y tirantes y a ganar pasta
gansa.
Las estafas y el consenso
Y
ahí entran todos. Los que deberían bajar impuestos, subiéndolos estafando a sus
votantes; los que deberían hacer lo contrario, ídem de los mismo pero a la
inversa; los nacionalistas metiendo a sus seguidores y a los que no en
callejones sin salida por sus egos personales. Y los que no están cómodos en un
sistema liberal hablando de volver al trasnochado socialismo real echándole la
culpa de todo al decimonónico capitalismo salvaje.
En fin, que más que nunca es necesaria una evolución personal, social y
política pensando a medio y largo plazo, dejando el corto sólo para resolver
cuestiones puntuales. Como la ruina poliédrica de ahora, donde el añorado
consenso de la Transición sería mano de santo.