Llevo toda mi vida presumiendo de no haber sufrido ninguna enfermedad ni nada grave en lo que a mi salud se refiere. Soy de las que siempre ha presumido de no llevar correctores dentales ni gafas. Tengo que reconocer que últimamente esto ha cambiado. Llevo unos 6 meses teniendo que visitar diversos médicos debido a pequeños imprevistos. Nada grave ni alarmante.
Algún amigo me ha insinuado que a veces nuestra salud física se resiente si maltratamos nuestra salud emocional. No pretendo ir de Coelho por la vida, pero parece que es por ahí donde he fallado. Descuidé en algún momento aspectos emocionales y este descuido rebotó en mi salud física. Tiene sentido. Esta vez el estrés, los nervios y la ansiedad han llegado demasiado lejos.
De alguna manera, centrándome en intentar sanar heridas emocionales he conseguido dañar parte de mi salud física. Quizás tendría que haber buscado soluciones más compatibles. He aquí la relación con el concepto en el que voy a centrar este post.
El concepto sobre el que voy a reflexionar hoy es uno que aprendí en mis primeros años de carrera. Hablo del coste de oportunidad.
En economía, el coste de oportunidad designa el coste de la inversión de los recursos disponibles a costa de la mejor inversión alternativa disponible, o también el valor de la mejor opción no realizada. Así lo acuñó Friedrich von Wieser en su Teoría de la economía social, publicada en 1914. A partir de ahora aplicaré este concepto a mi zona particular de reflexión. Veamos qué podemos hacer con esto.
Sin ir más lejos, hace unas semanas realicé un bonito viaje con buenos amigos. Descubrí, en esos días, que siempre hay que renunciar a alguna cosa. Siempre. No podemos tenerlo todo. A veces salir fuera de tu entorno, encontrar nuevos rincones y experimentar nuevas sensaciones te permite disfrutar de pequeños momentos que nada ni nadie pueden estropear. Y aunque de los viajes uno siempre llega diferente, inevitablemente también hay una vuelta a la realidad, a la rutina. Lo que se quedó en casa en tu ausencia es uno de los costes de oportunidad del viaje. En otras palabras, el coste de viajar es la renuncia a estar en casa, porque aun no se ha inventado la forma de poder estar en dos sitios a la vez. Y creedme, yo lo he intentado. De hecho, durante mis días de viaje me preocupé de no descuidar lo que dejaba en tierra. De poco sirvió.
Algunos prefieren reflexionar sobre la zona de confort. Está muy de moda animar a los demás a caminar hacia la zona de no confort, una zona de aprendizaje nueva, más dinámica. Es una zona zona nueva en la que nos sentimos vulnerables aunque, a la vez, sentimos un chute de adrenalina ansiosos por descubrir lo nuevo que nos depara. Decidir ir hacia esa zona desconocida siempre conllevará un coste de oportunidad. Solo se trata de aceptar la renuncia, dar el paso y apostar por lo que viene.
Reconozco que tras haber entendido el concepto no he logrado evitar centrarme en todas las cosas a las que renuncio cada vez que decido ir a por algo. Es la consecuencia de hacerse mayor quizás. Poco a poco olvidas ese carpe diem que tanto gritabas en tus años de adolescencia, cuando nada tenía consecuencias, cuando el coste de oportunidad estaba de rebajas porque no sentías renunciar a nada cada vez que decidías hacer algo. Ahora me doy cuenta que me lo pienso todo demasiado y que, poco a poco, anulo esa inocente espontaneidad que me caracterizaba.
Ataques de risa incontrolados, impulsos desafiantes, llantos desesperados por no poder salir de casa un viernes debido a los exámenes trimestrales, eso era hacer las cosas sin analizar más que el mismo momento. Decidir ser espontánea y hacer justo lo que quería, sin pensar mucho, comprendía costes de oportunidad que ignoraba. Me importaba más lo que podía ganar que lo que podía perder.
Ahora no. Ahora me ahogo pensando en todo lo que puedo perder y no me permito imaginar todo lo que me queda por ganar. Creo que una de las razones es que ahora tengo mucho más que perder que hace 15 años. Cuando no, tengo más conciencia de lo ganado y de lo perdido y de cuánto me ha costado ganar y cuánto me ha supuesto perder.
Ya que hemos empezado analizando un concepto que se suele usar en terreno económico, usaremos otro que también pertenece al mismo terreno: la inversión. Como trabajadora, aunque mis jefes todavía no lo hayan captado, no me canso de defender que yo no soy un coste para mi empresa. Soy una inversión. Soy una apuesta (y de las buenas).
Lo mismo sucede si analizo este término en el ámbito personal. Apostar por quedarse conmigo no debe significar un coste para nadie, aunque sí debe suponer una renuncia a todo lo que implica “no estar conmigo”. Si la persona que se queda a mi lado no me considera una inversión (y de las buenas) mejor que se marche. Lejos.
Decidir invertir, y hacerlo, siempre conlleva un coste de oportunidad. Siempre conlleva una renuncia a la que cada uno debe enfrentarse y aceptarla con humildad. Cualquier decisión irá acompañada de una renuncia. Todo no se puede tener. Hay que decidir, invertir, asumir los costes asociados y mantenerse firmes el tiempo que haga falta.
Se trata de, con humildad, conocer los límites de cada uno. La humildad es una virtud que permite tener los pies en la tierra y ser conscientes, en todo momento, de nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Ella nos ayudará a decidir de acuerdo a nuestras posibilidades. Tomar conciencia de los costes de oportunidad que vamos asumiendo durante nuestra vida, y aceptarlos, nos permitirá sentirnos satisfechos con cada una de las decisiones que tomemos.
Imagen: Amio Cajander