Revista Filosofía

El Crack (1.929) pone la Cara B de la Gran Guerra

Por David Porcel
Primera canción: La aspiradora sobre Francia

Y no quedaron ni los recuerdos, y aquellas palabras que te repetiste, una y otra vez, cuando volviste del frente han quedado vacías.

 Y las condecoraciones se marchitan, se oxidan entre tus dedos y el viejo uniforme de campaña se esfumó dejando una nariz de payaso.

 Te pegaste cuatro años matando al enemigo y ahora desearías ser uno de ellos, nada más cruel que ser un perdedor en un país victorioso.

 Mal asunto, habrá reproches, nadie querrá escuchar tus cuentos, chirrían, escuecen, sólo conseguiste salvar el pellejo y eso a nadie le importa.

 Y tu garganta se estrecha, te ahoga, cuando vas a contar aquel día de sudor y bayoneta calada, ¿para qué sirvió tu lucha?.

 De los muertos nadie duda, allí están sus monumentos, pero tú estás vivo, a saber por qué, y esta es tu obra, la nada.

 Tu sitio estaba allí, en ese agujero, donde había ratas y esperanza, un futuro por el que morir, en el que creer y ahora los tuyos deambulan muertos de hambre y no hay nadie a quien disparar.

 Y fue su guerra la que te succionó el alma, al son de la marsellesa, y te devolvió la cáscara, una individualidad envasada al vacío, hueca, rodeada de alaridos, oscuros, sucios.
El Crack (1.929) pone la Cara B de la Gran Guerra

“Todos miraron expectantes a ver qué brotaba de aquella tierra ensangrentada. Y no creció nada, se hizo la nada. Y después llegó el Diablo” Samuel

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