Tras un día encerrado en la jaula de mi recreo, le puse el collar a Diana y salí a la calle. Necesitaba, la verdad sea dicha, desintoxicar mis neuronas de tanta miseria moral. Olvidar, por un instante, los problemas cotidianos y caminar. Caminar sin rumbo a ninguna parte. Caminar y escuchar el silencio de lo urbano. Mientras caminaba, me vino a la mente el posible fichaje de Belén Esteban por parte de Carlos Herrera. Un fichaje, como saben, suscitado por la discusión acalorada que mantuvieron, el otro día, la "princesa del pueblo" y Jorge Javier Vázquez. Más allá de la legalidad del fichaje. Más allá de que existe libertad de expresión y que toda opinión es respetable. Más allá de todo eso, hay una cosa que los expertos llaman "credenciales". Sin credenciales, sin títulos y experiencias que avalen los discursos, la opinión pública se convierte en palabrería.
Lo banal se impone en nuestra sociedad. Los agentes tradicionales de la información - la escuela y la universidad, entre otros - han perdido su poder. El poder del experto ya no es el mismo que ayer. En días como hoy, existe una prostitución del conocimiento que invade los mentidores de la calle y los medios de comunicación. Cualquier persona justifica su opinión con el recurso: "lo he leído en Internet". Un mantra que tira por la borda el mérito y el esfuerzo del especialista, del experto. Tanto es así que los médicos, profesores y cualquier profesional son cuestionados por la doxa, la opinión informal. Voces como Fernando Simón, por ejemplo, son puestas en tela de juicio por miles de individuos huérfanos de credenciales. Este crepúsculo de los expertos sitúa a la sociedad en una zona de riesgo. De riesgo porque se cuestionan, entre otras cosas, las encuestas de los sociólogos, los diagnósticos de los médicos y las sentencias judiciales. Y de riesgo porque hemos vuelto a la Epoché, una duda que dificulta el camino hacia la verdad.
El posible fichaje de Belén Esteban, por parte de Carlos Herrera, pone en evidencia el crepúsculo de los expertos. Los medios de comunicación son, en parte, cómplices de esta decadencia de las credenciales. El éxito de Belén no es otro que el reflejo que produce su discurso en miles de espectadores. Un discurso sin el formalismo de los expertos, sin tecnicismos políticos y cargado de emoción. El mismo que podría articular Manolo, el carpintero de mi pueblo o Jacinto, el barrendero de Madrid. La divulgación de lo banal, por parte de los medios, contribuye, de alguna manera, a la invisibilidad de los politólogos, por ejemplo. Esta exaltación de lo banal, de gusto por lo llano, pone en evidencia la España del griterío, del insulto y la peineta. Una España, como les digo, que hace daño a su intelectualidad. Esta España, banal, se convierte en una marca deficiente de cara a la galería internacional. Ante esta evidencia, es necesario que surja una exigencia social. Una exigencia que ponga freno a la mediocridad.