La historia del terrorismo de Estados Unidos contra Cuba colmó su punto más horrendo con el crimen de Barbados, el 6 de octubre de 1976, en el que 73 personas inocentes perdieron la vida.
Ese día terroristas de la peor cepa, respaldados por el gobierno norteamericano, hicieron estallar en pleno vuelo el avión CUT 1201, de Cubana que cayó al mar en las costas de Barbados.
En la aeronave viajaban 11 jóvenes guyaneses, que venían a Cuba para estudiar medicina, cinco funcionarios de la República Popular Democrática de Corea y 57 cubanos, entre ellos 16 esgrimistas, algunos en edad juvenil, junto a sus entrenadores, técnicos y responsables.
Ellos representaban lo mejor de la Isla en sable, espada y florete, y venían llenos de júbilo, después de conquistar todas las medallas de oro del cuarto Campeonato Centroamericano y del Caribe de Esgrima, celebrado en Caracas, Venezuela.
Veintiún años era el promedio de edad de los 16 atletas que perecieron en ese acto de inmunda barbarie.
El más "veterano" era el floretista Jesús Méndez Silva, con 30 años; la más joven, Virgen María Felizola, con 17. En total siete no alcanzaron vivir más de 20 años.
Regresaban a su país llenos de orgullo por haber representado dignamente los colores patrios y deseosos de nuevas incursiones internacionales donde demostrar su talento.
El floretista Leonardo McKenzie, el sablista Alberto Drake Crespo y las integrantes del equipo juvenil de florete femenino fueron algunos de los medallistas.
McKenzie, uno de los que más cualidades deportivas poseía, seguramente habría regalado muchos éxitos a la afición, pero eso ahora es solo especulación, pues los terroristas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, junto a los venezolanos Hernán Ricardo y Freddy Lugo, lo impidieron.
Muchos de estos deportistas estudiaban carreras universitarias, y quizás habrían llegado a ser eminentes arquitectos como era el sueño de Ricardo Jesús Cabrera, o bióloga, que era el objetivo de Nancy Uranga Romagoza, quien además estaba embarazada.
También pudo haber salido el poeta oculto que llevaba dentro José Ramón Arencibia Arredondo, pero nada de eso lo sabremos, manos criminales se encargaron de interrumpir alevosamente sus sueños.
La muerte de aquellos jóvenes tuvo una repercusión directa en la esgrima de la mayor isla del Caribe, pues interrumpió un ciclo competitivo que demoró en restablecerse.
Varios años duró la sequía de medallas en la esgrima cubana que tuvo que esperar hasta la plata por equipos conquistada en el Campeonato Mundial de Francia-1982.
El atentado fue una estocada por la espalda, un zarpazo a traición, o más bien, un golpe bajo organizado y efectuado por elementos de la peor calaña con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia.
Estos atletas dejaron de existir en la flor de su juventud y ni tan siquiera pudieron compartir la alegría de la victoria con los suyos, porque la bomba segó sus vidas.
Los principales responsables salieron impunes, Posada Carriles se "fugó" de la cárcel y Bosch fue absuelto no porque se probara su inocencia sino debido a que el tribunal, "adujo detalles administrativos" acerca de la traducción del inglés al español para desestimarla.
Bosch falleció este año en Miami sin arrepentirse de sus actos y Posada Carriles camina libremente por las calles de esa ciudad impune y amparado por el gobierno estadounidense y la mafia cubano-norteamericana, entidades que niegan el reclamo venezolano para hacer justicia.