Revista Cultura y Ocio
El cristianismo sostiene que la gracia santificante es necesaria para alcanzar la salvación, no bastando la mera justicia del hombre. El judaísmo cree que la inmortalidad y salvación del alma es una consecuencia de su naturaleza simple y la justicia del hombre.
Concuerdo respecto a la inmortalidad, pero discrepo respecto a la salvación. Si el hombre pudiera exigir su salvación a Dios, como obligándolo por un contrato, debería darse una declaración de voluntad de Dios en este sentido, pues obligar a alguien sin mediar su consentimiento o una falta por su parte es injusto. Ahora bien, no hay falta alguna en Dios; luego sólo su voluntad puede obligarle. Sin embargo, como observó Pedro Abelardo, no encontramos en todo el Antiguo Testamento una sola promesa de inmortalidad hecha por Dios a su pueblo. Se promete a Abraham una gran descendencia y una tierra en la que habitar, mas nada se dice de la resurrección de la carne ni de las moradas celestes. La consecuencia de este razonamiento es que Dios no está obligado a salvar al hombre debido a que el alma humana sea naturalmente inmortal y obre con justicia, esto es, crea en en Dios y le rinda el culto que le corresponde.
Por tanto, el judío se engaña y mide sus propias fuerzas con las de Dios cuando cree merecer ser salvo, mas no por ello vincula a Dios más allá de sus palabras. El nombre de Israel significa proféticamente "el que contiende con Dios". Y si bien Jacob obtuvo del ángel la bendición de su existencia terrena, quedó cojo a resultas de la lucha, es decir, omitió la salvación eterna. Su astucia triunfó sobre la decrepitud de Isaac, que había oscurecido sus ojos, y fracasó ante el Padre de las Luces. La cojera de Jacob simboliza el pecado original de la humanidad y su dependencia de Dios a resultas de él, en contra de lo que cree el judaísmo.
El judío cree asimismo que no hay nexo entre el alma pecadora de Adán y el alma de los justos que de él descienden. Así, no obstante hereden la mortalidad y debilidad de los primeros padres, pues ésta procede del cuerpo, no heredan su culpa, que sólo al alma se debe.
Esta consideración es también errónea. Aunque Dios cree el alma en cada cuerpo, Dios no recrea la humanidad en cada individuo humano. De lo contrario, todo hombre constituiría una especie única, como sucede con los ángeles, lo que es absurdo. Por consiguiente, cuando Dios crea el alma humana lo hace según la especie preexistente, reproduciendo en ella todo lo que en la especie es universal e invariable: por un lado, los dones que liberalmente recibe en su naturaleza, a saber, su racionalidad y semejanza con Dios, que son dones infinitos, pues no se agotan en el tiempo; por otro lado, la deuda que ha contraído con Dios por su desobediencia, que es asimismo una deuda infinita por la dignidad del acreedor y la gravedad de la ofensa.
Quien hereda pura y simplemente adquiere tanto los bienes como las deudas del causahabiente. Adquirir los activos y rechazar los pasivos exigiría un acto de voluntad que no puede darse en quien todavía no existe ni tiene uso de razón. Pues bien, el ingreso del hombre en la existencia es su heredad, a saber, la suma de bienes y deudas transmitidos por sus padres, sin que el asenso del que es engendrado tome parte en esta transmisión. De ello se sigue que a todo hombre que empieza a existir puedan imputársele los dones infinitos y la deuda infinita de sus padres, adquiridos en un mismo lote indivisible.