

Se cuenta todo sin escatimar, desde sus escarceos con las drogas hasta su misoginia como rebeldías ante un mundo que avanza sin contar con un dinosaurio chapado a la antigua. Con la extinción de una persona así, en ocasiones se la mira como a través de un diorama de un viejo museo, en una mezcla extraña entre fascinación, envidia y estupefacción.También sirve de excusa para ver las diferencias entre el mundo del periodismo y los números que se manejaban respecto ahora. Lo que cobraba un crítico y, sin embargo, lo que nos cuesta a otros ahora mismo escribir sobre nuestra mayor afición. El cambio entre pagarte todas las dietas y compartir un Airbnb con 6 personas en un festival, o ir al mejor hotel de san Sebastián con todos los gastos pagados. Una brecha generacional abismal, que, aunque solo se comente en el mundo del cine, no deja de ser una de las pocas veces cuyos hijos viviremos peor que nuestros padres y Boyero es la prueba viva de ello.

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