Desde los tiempos de los visigodos hasta la actualidad, y exceptuando las etapas de dominación árabe, francesa y republicana en nuestro país, los obispos han vigilado a reyes, presidentes y ministros para no perder su poderosa posición económica e ideológica, hasta el punto de definir incluso la identidad nacional española, vinculando el patriotismo con el catolicismo, ya que a su juicio, todos los que no seamos seguidores de la Iglesia de Roma no podemos ser considerados como auténticos españoles.
Esta concepción, base del nacional-catolicismo practicado por los sectores políticos conservadores y derechistas (y a veces no solamente ellos) parecería que hubiese ido menguando tras la llegada de la democracia a nuestro país, pero ofensivas confesionales como la del nuevo currículo de la asignatura de religión en la enseñanza pública demuestran como seguimos viviendo, con los matices que se quiera, en un estado pseudo-religioso controlado desde la sombra por las sotanas.
Este empeño de la Iglesia por infiltrarse siempre en el sistema educativo y mantener la influencia sobre las mentes de los más jóvenes no es casual, y tiene directa relación con el hecho de que la jerarquía eclesiástica lleva más de dos milenios manejando la propaganda de forma magistral (de hecho el propio término proviene de una bula papal del siglo XVII). La propaganda, como proceso persuasivo de diseminación de ideas y valores sobre otros individuos o grupos a través de manipulaciones psicológicas, siempre ha encontrado en la infancia y en la juventud un campo abonado perfecto para plantar una doctrina, y la Iglesia obviamente no ha sido una excepción. Desde los tiempos del paleocristianismo, el adoctrinamiento de las nuevas generaciones ha sido una constante, y no por casualidad, tres de los principales sacramentos suelen tener lugar en dicha etapa (bautismo, comunión y confirmación). Como señalan todos los psicopedagogos, el cerebro del niño es como una esponja a lo largo de todo su desarrollo intelectual, por lo que la imposición de dogmas durante estos años clave deja siempre una huella imborrable en el inconsciente, la cual de un modo u otro arrastrará la persona durante toda su vida.
El nuevo currículo de la asignatura de religión (que todos los colegios públicos están obligados a ofertar) trata de volver a llevar la catequesis a la enseñanza, sustituyendo a la razón por la fe, enfrentándose al evolucionismo e incluyendo el rezo obligatorio como parte de la evaluación de la asignatura, que para colmo de males, puntuará para la nota media final de cada ciclo, lo que vinculara el catolicismo a la posibilidad de obtener una beca o no. Según lo publicado en el último Boletín Oficial del Estado (BOE), los alumnos de religión tendrán que aprender que el origen del mundo es divino y que el ateísmo lleva a la infelicidad del ser humano. También, se eliminan los polémicos debates sobre el aborto o la eutanasia, así como los temas dedicados a otras creencias religiosas como el budismo, el hinduismo, el judaísmo o el islam, lo que nos hace retornar al oscurantismo de la época en la que solamente se admitía la existencia de una sola religión verdadera, la cual el Estado debía amparar por leyes justas mientras perseguía a todas las demás.
Nadie niega que el estudio de las religiones sea importante para comprender la historia del ser humano, todo lo contrario, pero su enseñanza debe enfocarse desde una posición laica y no religiocéntrica. en una asignatura sobre la historia y cultura de las religiones, que muestre desde un marco teórico científico y riguroso como a lo largo de la historia los seres humanos han creado distintos sistemas ideológicos basados en lo divino para tratar de explicar los fenómenos ocultos, instaurar pautas de comportamiento y dar legitimidad a las estructuras políticas. Una asignatura que dé a conocer a los alumnos todo el legado artístico y la riqueza cultural que los distintos credos nos han legado a las generaciones del presente, pero en todo momento, los profesores deben enfocarla desde una posición de distancia sobre las distintas religiones, y educando para el respeto entre todas ellas. La escuela pública debe presentar a los dioses como lo que son; mitos creados por el ser humano al servicio del propio ser humano, no al revés. Y además, los docentes de dicha materia deberían obtener su capacitación por medio de una oposición pública, no siendo nombrados por el episcopado.
En resumen: aunque nos encontremos en pleno Siglo XXI y llevemos más de trescientos años luchando por sustituir las tinieblas del oscurantismo por la luz de la razón, los líderes políticos conservadores de nuestro país aún se resisten a aceptarlo (y por desgracia no solo ellos, ya que veinte años de gobiernos socialistas han demostrado como también los políticos de izquierdas acaban siendo cómplices de este confesionalismo). El nuevo currículo de la asignatura de religión es más que una simple concesión a la Iglesia: es un verdadero insulto a la inteligencia humana, y lo que es peor, un grave peligro para las futuras generaciones que van a educarse aprendiendo que venimos de una costilla, que una paloma inseminó a una virgen y que los no creyentes estamos condenados a las llamas del fuego eterno. En cualquier caso, esta nueva ofensiva nacional-católica debe ponernos más que nunca en guardia a los sectores que defendemos una enseñanza laica en nuestro país.
Llega el momento de coger el toro por los cuernos, de revocar el concordato con la Santa Sede y de recuperar la plena soberanía educativa (al igual que hicieron los franceses hace ya más de un siglo) eliminando el catecismo de la enseñanza pública.