Revista Cine
El cuadro de dorian gray (1890), de oscar wilde. la corrupción de un ángel.
Publicado el 14 junio 2010 por MiguelmalagaAnte el estreno de una nueva versión cinematográfica de esta obra, firmada por Oliver Parker, es un buen momento para asomarse a la obra original.
Oscar Wilde fue ante todo un escritor estético. Sus obras de teatro mostraban personajes arquetípicos que pronunciaban frases muy ingeniosas, pero que mostraban poca profundidad psicológica. "El cuadro de Dorian Gray" resulta revolucionaria en este aspecto pues Wilde abunda en los pensamientos, sentimientos y miedos del protagonista.
Dorian Gray es un joven tocado por la fortuna, un querubín de la alta sociedad que tiene la facultad de caer bien a todo el mundo. Pero el día en que su amigo, el pintor Hallward, remate un magnífico retrato suyo va a conocer al tentador lord Wotton, que le instigará a seguir una vida de placeres refinados, dedicados únicamente a moldear a su persona. Para Wotton la vida de Gray ha de ser una obra maestra basada en los supremos valores que posee: belleza, juventud y fortuna.
Gray, un joven honesto y algo cándido cae embelesado en las palabras de su nuevo mentor y desea en ese momento que los estragos de la edad y de la vida con el paso de los años no recaigan sobre él, sino sobre el cuadro. Sus deseos van a verse cumplidos. A partir de ahí la existencia del protagonista va a parecerse a la del doctor Jeckyll de Stevenson: una apariencia intachable y angelical que esconde secretos cada vez más terribles. Su acciones desviadas van a ir dándole al cuadro una apariencia horrible.
Oscar Wilde refleja a la perfección a la alta sociedad británica de la época, que tan bien conocía. Nos encontramos a finales del siglo XIX, en el esplendor de la era victoriana y del imperio británico, esplendor que se refleja también en las artes y las letras. Sin saber como lector si es o no su intención, el autor nos muestra una raza de holgazanes herederos de grandes fortunas cuya única ocupación consiste en cuidar su aspecto físico y procurarse toda clase de placeres mundanos. En esta tesitura Dorian Gray es un completo triunfador, un hombre por el que los años no pasan, que conserva su aspecto juvenil, pero que poco a poco va recabando las más horribles sospechas acerca de su persona, sospechas que podrían ser corroboradas por cualquiera que le echara un vistazo a su retrato.
Al final, una vida sin moral termina pasando factura. Ese es el diálogo fundamental de Wilde con el lector. ¿Una metáfora de su propia situación cuando se encontraba inmerso en un proceso por sodomía? La sociedad británica podía tolerar las más escandalosas desigualdades sociales o a los niños trabajadores, pero no las relaciones entre personas del mismo sexo. No era cosa de caballeros.