Revista Cultura y Ocio

El cuarto de atrás - Carmen Martín Gaite

Publicado el 30 agosto 2021 por Elpajaroverde
«Se trata de un personaje desnudo y, a excepción de la córnea del ojo, totalmente negro: negra la piel del cuerpo, negro el pelo rizoso, negras las orejas puntiagudas, negros los cuernos, negras las dos grandes alas que le respaldan; está de perfil, sentado sobre una mesa atiborrada de libros, con los pies apoyados sobre otra pila de libros que hay por el suelo, y desde allí —los codos contra las rodillas y la barbilla en los puños unidos por las muñecas— sostiene con insolencia la mirada sombría y penetrante de su interlocutor. Debajo dice: «Conferencia de Lutero con el diablo», y esta leyenda me ayuda a escapar del sortilegio que la habitación pintada empezaba a ejercer sobre mí, me ha parecido que cobraba relieve y profundidad, que me estaba metiendo en ella, y bajar los ojos al letrero ha sido como salir, antes de que empezaran a moverse los labios de las figuras o a romperse el equilibrio inestable de los libros sobre los que el diablo posa negligentemente los calcañares. Los letreros nos orientan, nos ayudan a escapar de abismos y laberintos, pero queda siempre la nostalgia de la perdición que se cernía».

Ah, sí, claro, la perdición. A dejarse tentar por el diablo, supongo. Hay que volver al redil. Por qué será que tenemos esa nostalgia de esos peligros que nos anuncian que hay fuera de la valla. A saber si el verdadero peligro no estará en lo cercado.

Pero el redil es refugio. Es una especie de baluarte que nos ampara. Es también excusa: si algo nos va mal ahí, la culpa es de quienes nos han hecho creer que permanecer en el redil y seguir sus reglas es lo que tenemos que hacer; si salimos y nos va mal, en cambio, la culpa nos la echamos a nosotros mismos por haber desafiado los preceptos que nos han enseñado. Hay una forma, en cambio, de salir sin arriesgar nada. O quizás sea más bien una forma de salir y arriesgarlo todo. Esto es, «fugarse sin salir, más difícil todavía, un empeño de locos, contrario a las leyes de la gravedad y de lo tangible, el mundo al revés, sí». 

«Yo pensaba que también podía ser heroico escaparse por gusto, sin más, por amor a la libertad y a la alegría —no a la alegría impuesta oficial y mesurada, sino a la carcajada y a la canción que brotan de una fuente cuyas aguas nadie canaliza—, lo pensaba a solas y a escondidas y suponía una furtiva tentación imaginar cómo se transformarían, libres del alcance de las miradas ajenas, las voces, los rostros y los cuerpos de aquellos [...] audaces que habían provocado, con su fuga, la condena unánime de toda la sociedad, los imaginaba en mis sueños y admiraba su valor, aunque no me atrevía a confesárselo a nadie. Como tampoco me atrevería nunca a fugarme a la luz del sol, lo sabía, me escaparía por los vericuetos secretos y sombríos de la imaginación, por la espiral de los sueños, por dentro, sin armar escándalo ni derribar paredes, lo sabía, cada cual ha nacido para una cosa».

Hay quien ha nacido para fugarse y para refugiarse a su vez en su fuga.

Pero «hay que elegir entre perderse y defenderse», arguye el hombre de negro. «La literatura es un desafío a la lógica [...], no un refugio contra la incertidumbre», afirma también. Habla de refugios, de laberintos, y yo estoy de acuerdo con él, pero también creo que la literatura puede ser ambas cosas.

El cuarto de atrás - Carmen Martín GaiteEse hombre de negro que me habla (bueno, en realidad no ha venido a hablarme a mí, pero yo lo escucho absorta con mucho interés) no tiene cuernos negros, ni alas negras, tan solo viste de ese color. Llega sin avisar. Bueno, en realidad sí avisa. Llama por teléfono justo antes. Lo hace desde el bar de abajo. Me medio echa la bronca porque ha tocado al timbre y no le he abierto; como si yo tuviera que saber que iba a venir. Como si acaso supiese incluso quién es ese hombre. Es medianoche. Estaba acostada, batallando contra mi insomnio. Me apresuro a disculparme ante su requerimiento y me presto solícita a bajar a abrirle el portal porque dice que no encuentra al sereno. El hombre entra en mi casa, se acomoda en mi salón y ahí nos liamos a hablar toda la noche.

A ver, Lorena, pero ¿qué estás contando? Si tú, afortunadamente, no tienes insomnio. Además, los serenos de Gijón ya no guardan llaves y por tu barrio no circulan. Y a ver a cuento de qué abres la puerta a un desconocido y lo admites en tu feudo con total naturalidad. A cuento del cuento, diría yo, pero a ver a quién le estoy diciendo. O a quién le estás diciendo, Lorena. Vale, ahora me he vuelto loca y estoy hablando conmigo misma. En fin, las locas también son fugadas; son otras trasgresoras que se han escapado del redil. Bueno, al menos sigo siendo capaz de hacer una asociación coherente. Sin embargo, comienza a preocuparme seriamente mi disociación. ¿En dónde habré leído yo algo al respecto de esto? Ah, sí, Todorov. Lo he dejado sobre mi cama. Ha sido en su Introducción a la literatura fantástica. «Habla de los desdoblamientos de personalidad, de la ruptura de límites entre tiempo y espacio, de la ambigüedad y la incertidumbre; es de esos libros que te espabilan y te disparan a tomar notas, cuando lo acabé, escribí en un cuaderno: «Palabra que voy a escribir una novela fantástica»».

Ya estamos otra vez. A ver, Lorena, ¡¡¿¿que vas a escribir tú qué??!! A cuento de qué vas a escribir tú una novela fantástica o sin fantasticar. Espera, espera, no me respondas, ya sé, a cuento del cuento. Pues sí, a cuento del cuento, porque «es incalculable lo que puede ramificarse un relato cuando se descubre una luz de atención en otros ojos». Pero es que tus ojos no atienden. A ver, coge un espejo y mírate. No, ahora no, así no funciona. Haz como yo, que «para viajar necesito un estímulo. Creo que los viajes tienen que salir al encuentro de uno, como los amigos, y como los libros y como todo. Lo que no entiendo es la obligación de viajar, ni de leer, ni de conocer a gente, basta que me digan «te va a encantar conocer a Fulano» o «hay que leer a Joyce» o «no te puedes morir sin conocer el Cañón del Colorado» para que me sienta predispuesta en contra, precisamente porque lo que me gusta es el descubrimiento, sin intermediarios». Y, así, sí, te pasará como a mí cuando en cierta ocasión «saqué el espejito, me miré y me encontré en el recuadro con unos ojos ajenos y absortos que no reconocía; [...] pensaba angustiosamente que no era yo. Lo mismo que aquel sitio no era aquel sitio. Y tuve como una premonición: «Esto es la literatura. Me está habitando la literatura»». Chica, estás fatal; háztelo mirar.

Pues, sí, me habita la literatura. No la de Todorov, al que nunca he leído y cuyo libro nunca ha reposado sobre mi cama. Tampoco he abandonado ninguna cama para ir al encuentro del hombre de negro. Ni por supuesto el hombre de negro ha venido ha conversar conmigo. A ver qué podría contarle yo que alimentara su curiosidad (eso, eso, qué podrías contarle tú). A ver qué podría preguntarme él que alimentara mis sueños, si yo pretendo «al mismo tiempo entender y soñar: ahí está la condena de mis noches» y mis días. Pero, entendedme, tenía que meterme en el papel. Porque, claro, ahora vengo yo y os cuento que un hombre que insinúa conocer a una mujer telefonea a esta, que no lo conoce de nada, para echarle en cara que no le abre la puerta, como si ella tuviera que estar esperando su llegada, y ella pues, ah, sí, claro, perdona, que no había escuchado el timbre, ahora te abro. ¡Venga ya! Pues, mira, yo me lo he creído. Pero, claro, es que a mí me lo ha contado ella, que consigue que haya «un punto en que la literatura de misterio franquea el umbral de lo maravilloso, y a partir de ahí, todo es posible y verosímil». Pero, como yo eso no lo sé hacer, pues no podía pretender que vosotros os lo creyerais solo porque os lo contara yo. 

Ella es C., esa anodina inicial por la que empieza casa, cama y no recuerdo que otra palabra poco estimulante que ella misma cita. Palabras carentes de imaginación hasta que, claro está, alguien posa sus ojos sobre ellas y les insufla vida. A ella le hubiera gustado que su nombre comenzara por otra inicial, que fuera más exótico, más de protagonista de algo. En eso y en otras cosas me recuerda a las dos niñas del principio de Daniela Astor y la caja negra de Marta Sanz. En otras cosas me recordará a las dos amigas de Nubosidad variable, una de las novelas que C., aunque tal vez ni siquiera tenga en mente en ese momento, escribirá.

El cuarto de atrás - Carmen Martín Gaite

Carmen Martín Gaite, fotografía anónima en dominio público. Fuente: http://www.archivomartingaite.es/


La C es de Carmen y sus apellidos son Martín Gaite. Si de niña hubiera sabido quién era, me hubiera encantado llamarme así. Las Lorenas de mi generación somos legión y con unos apellidos como Álvarez González a dónde se puede llegar en la vida. Si yo hubiera jugado de pequeña a llamarme Carmen Martín Gaite, cuántas historias me habría inspirado. Pero creo que es mejor así, que la haya conocido de mayor. Además, yo era una niña un poco coñazo (con perdón de la expresión); no me hubiera merecido a la Gaite como compañera imaginaria de juegos. Mejor ahora. Mucho mejor revivir de adulta «el antiguo placer por habitar pasadizos, recodos y desvanes, aquel gusto infantil por los escondites».
«También ahora puedo jugar, los objetos en libertad parecen fetiches, los muebles son copas de árboles, estoy perdida en el bosque, entre tesoros que sólo yo descubro, algo me va a pasar, todo consiste en esperar sin angustia, en dejarse a la deriva, hemos perdido el gusto por jugar y, en el fondo, es tan fácil, me voy a poner más cómoda».

Sí, Carmen Martín Gaite me lo pone muy fácil. Por eso la adoro tanto. Por eso la disfruto tanto. Por eso es tan mágica para mí.

La literatura es juego, y eso la escritora salmantina lo sabía muy bien. La literatura es salir a explorar. Es olvidarse de dejar piedrecitas blancas para encontrar el camino de regreso y dejar en cambio migas de pan que los pájaros se comerán para así después perdernos. Sí, la literatura es atreverse a perderse y a la vez sentirse en casa. Es sentir que se ha aprehendido algo y regresar del viaje con las alforjas vacías y, de repente, cuando menos lo esperamos, meter una mano en ellas y...

«Siempre el mismo afán de apuntar cosas que parecen urgentes, siempre garabateando palabras sueltas en papeles sueltos, en cuadernos, y total para qué, en cuanto veo mi letra escrita, las cosas a que se refiere el texto se convierten en mariposas disecadas que antes estaban volando al sol. Es precisamente lo que me pasa cuando me despierto de un sueño: lo que acabo de ver lo abarco como un mensaje fundamental, nadie podría convencerme, en esos instantes, de que existe una clave más importante para entender el mundo de la que el sueño, por disparatado que sea, me acaba de sugerir, pero es moverme a buscar un lápiz y se acabó, ya nada coincide ni se mantiene, se ha roto el hilo que enhebraba las cuentas del collar. Y sin embargo, no escarmiento, por todas partes me sale al encuentro la huella de esos conatos inútiles, vivo rodeada de papeles sueltos donde he pretendido en vano cazar fantasmas y retener recados importantes, me agarro al lápiz ya por pura inercia, ¿comprende?, sé que es un vicio estúpido, pero me tranquiliza los nervios».

Sin embargo, no siempre es estéril ese intento de atrapar lo inasible. «A veces las piedrecitas blancas no sólo sirven para marcar el camino, sino para hacernos retroceder, se pueden combinar de un modo mágico». Y, así, Carmen Martín Gaite se mueve continuamente del presente al pasado en los momentos más inesperados.

El cuarto de atrás - Carmen Martín Gaite

El mundo al revés, 1861. Editor: Juan Llorens. Imagen en dominio público.

El cuarto de atrás es como llamaba la familia Martín Gaite al cuarto de la casa de Salamanca en el que una Carmen niña y su hermana jugaban y hacían los deberes. El cuarto de atrás sigue existiendo aunque esa casa ya no existe porque ese cuarto de atrás la Carmen adulta se lo imagina «como un desván del cerebro, una especie de recinto secreto lleno de trastos borrosos, separado de las antesalas más limpias y ordenadas de la mente por una cortina que sólo se descorre de vez en cuando; los recuerdos que pueden darnos alguna sorpresa viven agazapados en el cuarto de atrás, siempre salen de allí, y sólo cuando quieren, no sirve hostigarlos». Un, dos, tres al escondite inglés, rezaba Carmen en su infancia. Un, dos, tres palomita blanca es, hacía yo lo propio de niña. Así se mueve el tiempo. Así actúan los recuerdos. Se esconden. Se agazapan. Nos burlan. Y de repente nos dan caza. Como si jugaran con nosotros al escondite inglés.

De ese cuarto de atrás surgen los recuerdos de guerra y posguerra de la infancia de la autora, los de las ideas que intentaron inculcarle en el Servicio Social Femenino durante su juventud, los de la Salamanca y el Madrid de la época; esos recuerdos que son el germen de lo que se convertirá en Usos amorosos de la posguerra española que ya le rondaba por la mente a la escritora por aquel entonces.

C. tiene un atasco. No consigue escribir. No es capaz de hilvanar una frase tras otra. Confiesa que tiene miedo a perder el hilo cuando lo que mejor se le da hacer es precisamente perderlo. Algo así le dice el hombre de negro y yo estoy de acuerdo con él. Tal vez el hombre de negro haya llegado para ayudarla a desenhebrar para que así ella pueda después enhebrar. Qué sé yo. Puede que C. tuviese miedo a perder los hilos porque «siempre se idealiza lo que se pierde, pero puede que ahora me defraudasen. Por otra parte, si no se perdiera nada, la literatura no tendría razón de ser». Tal vez por ello la escritora aprendió a convertir la derrota en literatura, porque «de la necesidad de sobrevivir surge la inventiva».

Esta novela es la conversación que C. y el hombre de negro mantienen durante una noche de tormenta. Porque, sí, El cuarto de atrás es una novela, aunque su protagonista sea la propia Carmen Martín Gaite, aunque esté plagada de memorias de su autora, aunque abunden también en ella las discusiones sobre literatura (y qué discusiones). Su trama es tan sencilla que casi podría contárosla en una frase (pues para qué tanto cuento entonces, bonita). Y es que esta novela está llena de paja, y, aunque parezca lo contrario, creo que afirmar esto es el mejor elogio que le puedo hacer.

«—Sí, pero esas páginas yo siempre me las saltaba.—Convendrá conmigo en que hacía mal.—Ya, pero a esa edad se lee con mucha avidez y lo que no es maravilloso parece paja, tarda uno bastantes años en aprender a saborear la paja.—Hay quien no aprende nunca —dice él.[...]—Pero también los rodeos son fatigosos —digo—, a veces me da envidia la gente concisa, que sabe siempre lo que tiene que decir y adónde va…—No mienta a usted esa gente le aburre, igual que a mí».

Ni que decir tiene que a mí Carmen Martín Gaite no me aburre. Ni que decir tiene que también tardé lo mío en aprender a saborear la paja.

Pues bien, saboreando la paja pasan el hombre de negro y C. la velada. Y no sé muy bien si es el hombre el que le da una clase magistral de literatura a la mujer o ha sido al revés. Porque ella necesita que él la azuce, pero él busca algo en ella con disimulada y apacible avidez y curiosidad. Reconozco que, a medida que he ido avanzando en esta lectura, me he ido sintiendo un poco el hombre de negro (lo que faltaba, ahora eres el desconocido que se presenta de improviso en casa ajena) (anda y mírate en un espejo, cansina). Siento que podría pasarme la noche y el día conversando con Carmen Martín Gaite, exhortándola, exigiéndole, empujándola, disipando todas sus inseguridades y dudas (claro que me aburre tanto la gente segura y sin dudas como probablemente también le aburría a ella). Asimismo me siento como se sentía ella ante el hombre de negro, anhelante ella de que no termine nunca esa noche y yo de que no acabe la ensoñación que es esta novela, y, al igual que ella a él, también yo a ella la «miro, no puedo tener miedo mientras continúe aquí conmigo, tengo que seguir contándole cuentos, si me callo, se irá».

Pues cuenta, cuenta, que no quiero que termine el cuento.

El cuarto de atrás - Carmen Martín Gaite

Robinson Crusoe, pintura de Albert Goodwin. Imagen en dominio público, retocada por Speravir. Fuente: https://twitter.com/BBC_ARoadshow/status/1099756339218337792


Ficha del libro:Título: El cuarto de atrásAutora: Carmen Martín GaiteProloguista: Gustavo Martín GarzoEditorial: Siruela
Año de publicación: 2012
Nº de páginas: 184Comienza a leer aquíISBN: 978-84-9841-263-5Comienza a leer aquí
Viajar leyendo autoras: con la lectura de El cuarto de atrás, y tras saltarme el viaje a Asia de este año, continúo mi participación en el club de lectura #ViajarLeyendoAutoras organizado por Isa Martínez (@MtnezIsa@readingsnorth). La iniciativa consiste en lo siguiente (copio y pego de la descripción del club facilitada por Isa en el grupo de facebook en el que se desarrolla el mismo):
Club Viajar Leyendo Autoras:
Las lecturas serán bimestrales. En enero y febrero viajaremos a África. En marzo y abril viajaremos a América. En mayo y junio viajaremos a Asia. En julio y agosto haremos el viaje especial a España. En septiembre y octubre viajaremos a Europa. Y por último, en noviembre y diciembre viajaremos a Oceanía.
Cada bimestre, a través de una encuesta, escogeremos una autora y cada uno leerá la obra u obras que decida
. Iremos comentando nuestras elecciones, compartiendo impresiones y haciendo recomendaciones.Para este 2021, además, Isa ha decidido hacer una serie de especiales. Así, el viaje a América será de autoras latinoamericanas, el viaje a Asia un especial Japón, el viaje a España un especial clásicos y el viaje a Europa un especial premio Nobel de Literatura.

Para leer en julio y agosto han sido propuestas Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Concha Alós y Luisa Carnés, siendo elegida por votación la segunda de ellas. Mi voto fue para Concha Alós.

Carmen Martín Gaite
 (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) fue una de las principales representantes de la literatura de posguerra, así como de las letras hispánicas del siglo XX. La novelista, poeta, ensayista y traductora ha sido reconocida con importantes premios como el Café Gijón, el Nadal, el Premio Nacional de Literatura (precisamente por El cuarto de atrás), el Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio Nacional de las Letras Españolas.

El cuarto de atrás - Carmen Martín Gaite

Carmen Martín Gaite en 1995 en la presentación de un libro de Mario Vargas Llosa
Fotografía bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0 de Casa de América


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