Revista Cultura y Ocio
Historia de las setenta y dos bacinillas
Cuando a Meme se le ocurrió invitar a la casaa setenta y dos compañeras de colegio,
y dos monjas,sin previo aviso...
"Fue preciso pedir camas y hamacas a los vecinos, establecer nueve turnos en la mesa,
fijar horarios para el baño
y conseguir cuarenta taburetes prestadospara que las niñas de uniformes azules
y botines de hombre no anduvieran
todo el día revoloteando de un lado a otro.La invitación fue un fracaso,
porque las ruidosas colegialas apenas acababan de desayunar
cuando ya tenían que empezar los turnos
para el almuerzo,y luego para la cena,
y en toda la semana sólo pudieron
hacer un paseo a las plantaciones. Al anochecer, las monjas estaban agotadas,
incapacitadas para moverse,
para impartir una orden más, y todavía el tropel de adolescentes incansables
estaba en el patio cantando desabridos himnos escolares.
Un día estuvieron a punto
de atropellar a Úrsula, que se empeñaba en ser útil precisamente donde más estorbaba.
Otro día,las monjas armaron un alboroto porque el coronel Aureliano Buendía
orinó bajo el castaño sin preocuparse
de que las colegialas estuvieran en el patio.
Amaranta estuvo a punto de sembrar el pánico, porque una de las monjas entró a la cocina
cuando ella estaba salando la sopa, y lo único que se le ocurrió fue preguntar qué eran aquellos puñados de polvo blanco. -Arsénico -dijo Amaranta.
La noche de su llegada,
las estudiantes se embrollaron de tal modo tratando de ir al excusado antes de acostarse, que a la una de la madrugada
todavía estaban entrando las últimas.
Fernanda compró entonces setenta y dos bacinillas, pero sólo consiguió convertir en un problema
matinal el problema nocturno, porque desde el amanecer
había frente al excusado una larga fila de muchachas,
cada una con su bacinilla en la mano,esperando turno para lavarla.
Aunque algunas sufrieron calenturas y a varias se les infectaron las picaduras de los mosquitos,la mayoría demostró una resistencia inquebrantable frente a las dificultades más penosas,
y aun a la hora de más calor correteaban en el jardín.
Cuando por fin se fueron, las flores estaban destrozadas, los muebles partidos y las paredes cubiertas de dibujos y letreros,
pero Fernanda les perdonó los estragos
en el alivio de la partida.Devolvió las camas y taburetes prestados
y guardó las setenta y dos bacinillas
en el cuarto de Melquíades.La clausurada habitación,
en torno a la cual giró en otro tiempo
la vida espiritual de la casa, fue conocida desde entonces como
el cuarto de las bacinillas..."
Gabriel García Márquez"Cien años de soledad"