“El Aleph es el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. Si todos los lugares de la Tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todas las fuentes de luz.”
El Aleph. Jorge Luis Borges.
Fue entonces cuando el objetivo de la cámara adquirió un plano antes nunca visto. El silencio, interrumpido por los primeros compases de un vals, sucedieron a una visión secreta a cualquiera hasta entonces; fue revelada, a través de la pantalla, tal como sus ojos la concibieron. La historia se reescribía a veinticuatro fotogramas por segundo. Stanley Kubrick tenía cuarenta años cuando encontró el Aleph y nos mostró lo que desde allí se podía llegar a ver.
Era 1968 y el director enseñaba al mundo la Tierra vista desde el espacio como punto de partida de un viaje hacia el infinito (literalmente). ‘2001: Una Odisea en el Espacio’ se convirtió en un hito en la historia del cine, y lo hizo pese a que muchos la lapidaron (y la lapidan); y yo les entiendo, y también comprendo que no gusta porque es lenta y de difícil comprensión. Y estos aspectos no hacen sino remarcar su valía, pues Kubrick pese a trabajar con grandes productoras, siempre optó por llevar al límite las posibilidades artísticas del cine aunque el resultado tuviera un carácter comercial discutible. Así estableció algunas cotas no superadas a día de hoy.
Y el hombre nació una mañana alzando los brazos al cielo; en su mano, la primera muestra tecnológica de la humanidad se cubrió al sonido de unos timbales. En un abrir y cerrar de ojos el hueso se convierte en nave espacial. Una elipsis de millones de años para resumir la evolución del hombre (y la mujer). Del hueso llegó el fuego; el metal, las civilizaciones y las guerras. El Imperio Romano se expandió por gran parte del mundo conocido, y surgieron mitos y leyendas; historias que trascendieron y llegaron a la era del cine.
‘Espartaco’ fue para Kubrick una oportunidad en movimiento. El realizador tomó las riendas de un proyecto comenzado; una superproducción como vía directa hacia un objetivo: hacer cine (sin que el dinero fuese un problema). Lo que Kubrick no sabía es que también sería una batalla, una lucha entre gladiadores. Kubrick contra Kirk Douglas (además de protagonista, productor ejecutivo de la cinta). La película fue un éxito; el realizador, que rondaba la treintena, había conseguido lidiar con grandes de la interpretación como Charles Laughton o Laurence Olivier (enemigos íntimos). Sin embargo, Kubrick concluyó con una idea: tener el control total sobre el rodaje de sus películas.
Sólo tres años antes era 1957; Stanley Kubrick era mucho más joven. Kirk Douglas sin embargo, ya era una estrella consagrada cuando coincidieron por primera vez. ‘Senderos de Gloria’ fue su segundo trabajo con cierta relevancia, y también su segunda obra maestra. Si hay una película épicamente antibélica, es ‘Senderos de Gloria’. Primera Guerra Mundial; la guerra de trincheras y la falta de escapatoria a un destino perdido. Una cinta de auténtico honor, una amplificación de ‘La Gran Ilusión’ de Jean Renoir llevada a otra dimensión, que culmina con uno de las escenas más emotivas que recuerdo (aunque es el final de la película, no es un spoiler en cuanto a la trama de ésta).
Esa voz, que sería la de su mujer poco después y hasta el fin de sus días, acompañó siempre al hombre detrás del genio, al Kubrick más humano y lleno de preocupaciones como cualquier persona. Esas preocupaciones asaltaron a Kubrick el día que 2001 fue proyectada por primera vez generando gran disparidad de opiniones; así como ahora la valía de la cinta es incuestionable, en el año 0 de su aparición se sintió como una gran onda expansiva para la opinión de cualquiera.
No obstante, esta onda expansiva no surgió de la nada. En un tiempo de buenos y malos, de libertades e hipocresía, Kubrick movió el alfil acechando la torre de George C. Scott; mientras tanto, el presidente Peter Sellers y su gabinete de crisis retocaban su maquillaje en la misma habitación. Como dijo el sabio, no hay nada más serio que la risa. ‘¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú’ es una película que trata un problema contemporáneo a su tiempo: la Guerra Fría. La crisis de los misiles de Cuba estaba reciente cuando Kubrick quiso dar su particular visión. No entraba en sus planes hacer una comedia del conflicto, pero la historia hizo que fuera inevitable. Luego llegó la interpretación coral de Sellers y la bomba. El resto es historia.
Un par de años antes, en 1962, Peter Sellers ya había muerto y renacido. Una suntuosa casa impregnada de una ostentosa decadencia, dos hombres perturbados y una historia por contar. ‘Lolita’ está basada en la novela homónima la cual fue catalogada en su tiempo como pornográfica. Si en el siglo XXI mostrar los encantos corporales en pantalla es un tabú, imagínense en 1962. No es de extrañar el eslogan que anunciaba la película (¿Cómo que han hecho una película de Lolita?). He aquí un hito en cómo sugerir algo sin mostrar. No hallaréis en pantalla ninguna imagen explícita, ningún atisbo de lascivia. Kubrick llega hasta el límite de los ojos del espectador y deja que su imaginación haga el resto. Es incensurable, pues todo lo inmoral que pudiera contener queda atrapado en la mente del espectador, condenado a juzgar interiormente según su parecer.
De pronto un revolver, y la casa. Clare Quilty o Peter Sellers clama al dinero como salvoconducto de su destino. El dinero, siempre el dinero. El fin que justifica los medios; el dios de la modernidad. El dinero, siempre el dinero…
El mismo dinero que Kubrick no encontró hasta que rodó ‘Atraco Perfecto’; dinero que ansiaban los protagonistas de la cinta; el dinero como fin. Así fue como Kubrick entregó a la historia del cine su primera gran obra. Un robo; un grupo organizado para llevarlo a cabo. Kubrick con todo por ganar y una historia perfectamente trenzada, atemporal a su tiempo. El que la mira suele abrir los ojos y no parpadear hasta después de sus casi noventa minutos. Aquí comenzó Stanley Kubrick su búsqueda real de ese punto en el espacio; por primera vez, adivinó que encontrar el lugar era sólo cuestión de tiempo.
…De pronto abrió los ojos. Ante sí, se encontró consigo mismo, mirándole desde un tiempo indefinido en el espacio. Alzó la mirada y el universo entero entró por sus ojos en un momento. Comprendió todo lo que veía como no lo había hecho antes, y por ello supo enseguida que podía ir más allá. No importaba si a un futuro de violencia o a otra época siglos atrás; quizás entrar en la mente enferma y poseída de un guardés o en los lugares más oscuros de la vida cotidiana. Todo ello, sería también, cuestión de tiempo.