Revista Cultura y Ocio

El culto secreto: una aventura de Damon Drake... ¡presentando a El Diablo!

Publicado el 10 mayo 2018 por Tomas
Tijuana, año 1979. Damon Drake es un gringo expatriado que regentea un bar de poca monta, con un misterioso pasado a sus espaldas. El Diablo es el Enmascarado Escarlata, estrella máxima de la lucha libre, un héroe dentro y fuera del ring. ¿Qué podría hacer que los caminos de dos hombres tan distintos acaben por cruzarse? ¿Qué amenaza será tan terrible para convertirlos en aliados? Acompáñalos en esta novela cargada de acción, deudora del pulp, del cine de explotación de artes marciales y de la lucha libre mexicana, una carrera contrarreloj en la que se verán envueltos los cárteles del narcotráfico, la DEA y una nueva amenaza surgida del lejano pasado … ¡el culto secreto!
El culto secreto - Jorge del Río
Vuelve Jorge del Río a KindleGarten y con él vuelven Damon Drake y las artes marciales. Su nueva novela, El culto secreto, es una agradable sorpresa por varias razones. La primera, que las aventuras de Damon Drake, al que conocimos en Cacería humana en San Francisco, no se van a circunscribir a la urbe californiana, sino que va a ser un personaje itinerante, que va a vagabundear por los Estados Unidos de América ocultándose de La Orden y buscando su destino, lo que le permitirá, de paso, ir impartiendo justicia, reparando agravios y defendiendo a los desvalidos. En la línea de otros ilustres vagabundos como el Pequeño Saltamontes Kwai Chang Kaine, protagonista de la mítica serie televisiva Kung Fu, que mezclaba western y artes marciales. 
La segunda, emplear una ambientación siempre apasionante: la fronteriza, en particular la frontera entre los Estados Unidos y México, un lugar con una atmósfera de una intensidad única en el mundo y que autores como Cormac McCarthy o Don Winslow han revestido de una atmósfera casi mitológica. Jorge del Río va a ambientar El culto secreto en la ciudad de Tijuana, esa especie de nueva Babilonia cuya simple mención nos hace pensar a todos en narcotráfico, prostitución, tráfico de personas, muertes, desapariciones, cadáveres mutilados con ensañamiento hallados en cualquier parte, ajustes de cuentas entre cárteles de la droga, policías corruptos y un enorme patio de recreo al que los gringos de buena reputación y Dios, Familia, Trabajo, pueden ir a dar rienda suelta sus pasiones más bajas, correrse juergas descomunales y, tras cometer las mayores depravaciones imaginables, regresar a sus ordenadas vidas de moral intachable.  
La tercera, homenajear a la lucha libre mexicana y a sus luchadores, tal vez uno de los iconos más identificables que la cultura popular mexicana ha dado al mundo. Personalmente, me hizo recordar a mi niñez, allá por 1988, cuando la paupérrima televisión local de mi ciudad ─un proyecto de muy corta vida llamado Canal60─, a falta de programación propia, rellenaba su exigua parrilla pinchando la señal de la mexicana Galavisión. Así, los sábados por la tarde, entre El chavo del Ocho, El chapulín colorado y un bodrio titulado Chiquilladas, emitían la Lucha Libre. Mi primer contacto con este deporte-espectáculo había sido a través de la TVG, la televisión autonómica de Galicia, que emitía combates de la WWF ─antiguo nombre de la WWE─, pero aquello no tenía nada que ver, empequeñecía todo lo que había conocido hasta entonces. Tanto por la espectacularidad técnica ─las llaves, las acrobacias, los shuffles, los saltos─ como por el colorido ─las máscaras, las capas, los nombres de los luchadores─ como por el fervor del público y la forma en el que vivían el espectáculo de aquel México Arena en el que se enfrentaban rudos y técnicos.

Pronto tuve mis favoritos: Solar II y Mogur (siempre preferí a los técnicos que a los rudos) y no me perdía un combate. Pero Canal60 echó el cierre y con ella perdí el contacto con la Lucha Libre mexicana. No había Internet, recordemos. Algo después volvió el wrestling estadounidense a través de Tele5 y su Pressing Catch, y toda España se volvió loca con la aún WWF ─incluso hubo una recordada gala en Barcelona en la que Tito Santana, predilecto del público hispano, se enfrentó al Undertaker, verdadero heel de la época, derrotándolo para delirio del respetable─. Y disfruté de esa fiebre del wrestling como el que más, pero me faltaba algo. Las ligas estadounidenses eran un reflejo muy pálido del espectáculo mexicano, al que tan solo se acerca, por vistosidad, la lucha libre japonesa ─en la WWE hubo que esperar a Rey Misterio para encontrar a un luchador digno de equipararse a sus homólogos mexicanos─.
Pasó el tiempo y pude recuperar el contacto con la Lucha Libre mexicana, primero por algunos documentales y películas en televisión y después, gracias a Internet ─incluso, ya crecidito, disfrutar como un enano de aquella divertidísima serie de animación que era ¡Mucha Lucha!─ . Así, aprendí la importancia que tiene para los mexicanos y para su cultura popular, y que los luchadores son, más que ídolos de masas, héroes del pueblo que no se desprenden de su máscara jamás y que ya no se disocian su identidad dentro y fuera del cuadrilátero.
Los luchadores mexicanos y sus máscaras son uno de los iconos pop más exportados de la cultura mexicana, y gracias ─de nuevo─ a Internet fue conociendo a aquellos luchadores históricos que tanto citaban en las retransmisiones de Galavisión de mi infancia: Mil Máscaras, Black Shadow, el Huracán Ramírez... y por encima de todos ellos siempre dos: Blue Demon y El Santo ─por entonces estaban en activos sus descendientes, el Hijo del Santo y Blue Demon Jr.─. Tan grandes que protagonizaron cómics, series de televisión... y películas, juntos o por separado, en las que ejercían de justicieros enmascarados, se podría decir que unos superhéroes, enfrentándose al crimen y a amenazas sobrenaturales como momias, vampiros, hombres lobo o invasores extraterrestres.
Sus películas se vendieron a nivel internacional, dando lugar incluso a clones turcos ─indicador innegable de éxito─. En realidad eran subproductos de bajo presupuesto, a medio camino entre la serie B y la serie Z, pero funcionaban muy bien en taquilla y gustaban al público, convirtiendo a los dos luchadores, especialmente a El Santo, el enmascarado de plata, en una verdadera estrella mediática, que protagonizó 52 películas, permaneció 40 años en activo y reunió a más de diez mil personas en su entierro ─en el que Blue Demon, su eterno rival en el ring, llevó su féretro─.
El Santo y Blue Demon
Bien, pues tanto a la lucha libre mexicana como a las películas de El Santo quiere homenajear Jorge del Río con su novela El Culto Secreto. Por lo que nos reencontraremos con Damon Drake, regentando ahora un tugurio de Tijuana, y que se verá mezclado sin desearlo en un turbio asunto que implica a cárteles de narcotraficantes rivales, a la DEA estadounidense, a la Policía y a una misteriosa secta de enmascarados. Detrás de todo, un misterioso maletín, cotizado por Salinas, el narcotraficante más buscado de Tijuana.
Para complicarlo todo aún más, el sicario de Salinas es El Titán, un antiguo luchador caído en desgracia. La aparición del cadáver de El Titán, cruelmente asesinado con el corazón arrancado, llamará la atención de El Diablo, el gran campeón de Lucha Libre, que ejerce como justiciero y pone sus habilidades al servicio de la ley, quien viajará a Tijuana a investigar la muerte de su antiguo amigo. El pobre Drake, por su parte, descubrirá con amargura la corrupción y la incompetencia de la que hace gala la policía mexicana, y su buena fe y sus intentos de ayudar a esclarecer un crimen solo le traerán complicaciones.
El culto secreto muestra una evolución en el estilo de Jorge del Río en cuanto al planteamiento narrativo. Sin dejar de ser una obra pulp, gana en complejidad con respecto a sus precedentes, con una trama más elaborada, más ramificada, con más elementos en juego. Del mismo modo, Damon Drake reparte el protagonismo con el nuevo personaje de El Diablo, formando un Tag team perfecto en el que combinan sus técnicas de lucha para enfrentarse con éxito a sus enemigos: el hombrecillo estadounidense con su Kung-Fu y el grandullón mexicano con sus presas y llaves.
El Diablo es, en esta línea, un personaje construido con mimo, y trasluce el cariño de Jorge del Río por la Lucha Libre mexicana y su respecto por sus luchadores. Porque, como espectáculo que en su mayor parte es fingido, no quita el mérito que atesoran sus practicantes, atletas que deben estar muy en forma para evitar lesionarse y lesionar a sus rivales, además de practicar y entrenar muy duro cada día y coregrafiar las llaves y caídas, más aún en la lucha aérea mexicana. Así El Diablo se nos presenta como un coloso de físico formidable, con músculos de acero y asombrosamente rápido para su corpulencia.
El Santo
Como ya hizo en La noche del Jaguar, Jorge del Río vuelve a la temática mesoamericana, con una secta de inspiración azteca, jugando con muchos elementos de esa civilización: su religión, sus sacrificios rituales, sus guerras floridas, sus armas de obsidiana, su iconografia... algo que refuerza el carácter mexicano de la historia, y que, jugando con el elemento estético de las máscaras, traza una línea continuista muy acertada con la Lucha Libre y con el componente sobrenatural de las películas de El Santo a las que homenajea, en particular a la más referencial: El Santo y Blue Demon contra las momias de Guanajato.
Siendo una novela pulp, El culto secreto no carece de sus tópicos y de sus personajes recurrentes ─el policía corrupto, el narcotraficante, la chica del sicario, la camarera, el borracho...─, pero ya sabemos que se trata de una historia escrita para entretener, y lo cierto es que lo logra sin esfuerzo, incluso con momentos de humor, como la broma recurrente a costa del pobre Drake y su incapacidad para comprender la costumbre de los luchadores mexicanos de no quitarse nunca la máscara, aun a costa de su incógnito, zanjada siempre con un lapidario «como se nota que eres gringo».
El culto secreto vuelva a abundar en escenas de acción, narradas con la claridad que ya conocemos en el autor, y esta vez tenemos un giro argumental inesperado, una sorpresa de guión que nos hace dudar por primera vez de la integridad moral de Damon Drake. Por contraste, de hecho, con El Diablo ─trasunto de El Santo─, un bueno, un justiciero en toda regla. Personaje que queda presentado y que, con toda probabilidad, el autor retomará para futuras novelas. Pues, tras un comienzo algo difícil, debe decirse que Drake y el mexicano se hacen grandes amigos y son un equipo magnífico que, de alguna manera, por el físico y las técnicas de lucha de cada uno, recuerda a aquellos Héroes de alquiler de la Marvel que formaban Iron Fist y Power Man.
Pero, tras estas dos primeras novelas, nos ha quedado claro que Damon Drake es un nómada, y que sus andanzas no se van a detener mucho tiempo en ningún lugar. Así que el mayor aliciente de la serie dedicada a este personaje será siempre esperar qué nueva ciudad, qué nuevos compañeros y qué nuevos desafíos le esperan en su siguiente aventura.
El culto secreto puede comprarse en Amazon.

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