El cura de aquel pequeño pueblo
de provincia, sabía que dentro del
confesionario él era súper poderoso, no solo por correr con la ventaja
de saber cosas que quienes se hincaban allí no les contarían a nadie ni
aún bajo presión, pero que al llegar a esa isla de supuesta paz que
era aquel habitáculo, se distendían y desembuchaban todo.
Aún sin pretenderlo, sabía por
decantación, por su perfume, por su voz, por la forma de hablar, por la manera de iniciar la
confesión con quien del pueblo estaba hablando.
Por eso cuando Angélica María, la
chueca como le decían y en verdad lo era, al punto que los malos del pueblo
decían que una pelea de perros pasaba cómoda entre sus piernas, se acercó y
dijo la fórmula: Perdóneme padre porqué he pecado, se imaginó una confesión
aburrida llena de pecaditos veniales, propios de un alma noble como la de
Angélica María.
-Dime dijo el cura animando a que
comenzara la confesión.,
Silencio.
-Si te escucho, dijo para ver si
obtenía respuesta.
Una especie de suspiro largo,
como dejando escapar un estado de angustia latente, se oyó del otro lado, y fue
suficiente para que Lorenzo, el cura, se diera cuenta que las cosas no estaban
bien.
Se olvidó de la reserva que se
debe observar siempre y sin titubeos le dijo: A ver Angélica que te ha
sucedido?
-Padre, he cometido un pecado.
-Bueno primero veamos de que se
trata, Dios es bueno y generoso con todos sus hijos, y seguramente perdonará tu
pecado.
-Me acosté con un hombre.
Angélica, tú eres soltera, sabes
que eso solo puedes hacerlo si están unidos en santo matrimonio, y con quién?
No puedo decirlo padre.
Porque no puedes?
Porque es casado padre.
Y como lo hiciste Angélica?
No sé, creo como lo hacen todos,
yo abajo, él arriba.
No, no, no, no me refería a eso,
sino al hecho de cometer pecado y encima con un hombre casado.
Y eso no es todo, Padre.
Que falta ahora?
Creo que estoy preñada padre.
Ave María Purísima dijo el cura,
salió del confesionario, agarró a Angélica del brazo y la llevó a la sacristía
para allí tener una charla menos sacra y más directa.
Luego de eso pasó un tiempo en
que el cura no vio por la Iglesia a Angélica María; fue Carmela la chismosa del
barrio quien apareció con la mala nueva.
Angélica María había muerto;
dicen que en el intento de un aborto practicado por una curandera de un pueblo
vecino.
El cura pidió perdón a Dios por
la parte de culpa que le pudo haber cabido en esta tragedia, y ya no volvió a
ser el mismo.
Dicen que el rostro de Angélica
María se presentaba en cada jovencita que desde el templo miraba hacia el
púlpito mientras predicaba sobre los evangelios y los mandamientos que prohíben
ciertas prácticas humanas, que solo son buenas si un cura como él las bendice.
Tres años más tarde, el cura
también emprendió su último viaje, y al cerrar sus ojos le pareció ver a
Angélica María, que emergiendo de una potente luz blanca le extendía sus manos dándole
a entender que había sido perdonado por
su pecado de soberbia encubierta bajo una negra sotana.