El arcipreste de Talavera y Fernando de Rojas supieron trasladar a las páginas inmortales del Corbacho y La Celestina un gran aporte de terapias populares con las que enlazamos el final de la Edad Media y los albores del Renacimiento en nuestro entorno geográfico.
Remedios farmacológicos de procedencia animal, vegetal o mineral que quizás se aplicaban en la mitad occidental de la provincia de Toledo, tomados de las dos obras citadas y especialmente de la última, recogidos por el doctor Martín Aragón, nos recuerdan que ya se usaban corno abortivos el helecho o el culantrillo de pozo; afrodisíacos, la hiel y huevos de perdiz, la mis taza, los piñones, el romero, el pollo o los testículos de tejón.
Para la epilepsia o alferecia se usaba el polvo que los caballos tienen en las corvas cocido con vinagre, la cebolla, albarrana mezclada con miel, el aceite de laurel, la ruda ... Como antídotos recordaremos el almizcle, la hiel de gato, zumo de las bayas y hojas de laurel, la serpentaría ... Combatían las hemorroides con artemisa, el poleo, alheña.
El dolor de muelas se aminoraba con la «camisa» de culebra cocida con vinagre o semilla de negrilla para las caries. Las cenizas de sarmiento se aplicaban a las verrugas, la concha del erizo tostada era buena para la sarna, las hojas de hiedra para las úlceras.
Con el fin de acelerar el parto se maceraban en vino semillas de madreselva. Para el dolor de riñones se aplicaba el aceite de alacrán; el haba morisca en forma de cataplasma era utilizada para la horquitis.
El culandrillo cocido era un buen remedio para atajar el asma o las habas secas cocidas con aceite ablandaban el pecho.
Buenos atisépticos eran el espliego, el ajenjo o las violetas.
Para librarse de los mosquitos se quemaban altramuces; el helecho servía contra las chinches y el sauco cocido mataba las moscas.
Tampoco faltaron en este siglo XV toledano los ensalmos, conjuros o la invocación sobrenatural, que continuaría en siglos posteriores hasta hoy corno veremos, mezclados con remedios mágicos relacionados con animales y objetos a través de los cuales se atraían las fuerzas del universo para resolver los males.
Las supersticiones en este campo eran tan corrientes como las celestinas que curaban los males del corazón y del espíritu. Hechicerías que se evitaban colgando una cebolla albarrama del dintel de las puertas.
Entre los elementos que descubrimos en las ponzoñas y filtros se encuentra el haba morisca, la espina de erizo para clavarla en los muñecos de cera que representaban a personas a quienes se quería dañar; la sangre de macho cabrío o el pelo de sus barbas, la sangre de murciélago, dientes de ahorcados, cabeza de codorniz, etc.
De la multitud de remedios populares entresacamos aquél por el que era famosa la Celestina, «maestra de hacer virgos».
En la operación «unos los hada de vejiga y otros curaba de punto». Aunque estos intentos de «cirugía plástica» al parecer eran, según algunos autores, pura ficción literaria, conociendo la estima social de la virginidad no eran extrañas tales manipulaciones.
El estiércol ha sido un remedio terapéutico que aún algunas tribus indígenas aplican. Conocemos recetas que, por muy repugnantes que nos puedan parecer, fueron utilizadas con resultados «virtuosos».
El estiércol de buey o vaca reciente, en hojas de parra, calentado entre cenizas y aplicado en las inflamaciones causadas por llagas las curaba y aliviaba, como lo hacia también con la ciática y su mezcla con vinagre decían que provocaba la supuración de las «glándulas escrofulosas».
Galeno hace referencia a esta terapia que también se aplicaba en caso de picaduras de avispas.
El estiércol de cabra hacía supurar toda clase de tumores, practicado también por Galeno, mezclándolo con harina de cebada y aplicándolo como cataplasma en toda clase de durezas. El de oveja se usaba contra las arrugas si se mezclaba con vinagre.
El de lagarto como aceite para quitar las verrugas y blanquear la piel. Para las quemaduras se usaba la gallinaza diluyéndola en aceite helado y aplicándolo en compresas. Otros remedios semejantes curaban cólicos (o quizás los provocaban).
Las virtudes de los orines son aún hoy una realidad terapéutica, igual que ocurría hace cuatrocientos o quinientos años.
La saliva humana y sus aplicaciones curativas ha llegado hasta la actualidad y la utilizan algunos curanderos como práctica habitual.
Se decia que era de tres clases: La que se produce después de las comidas, que no tiene ninguna virtud; la de ayunas, con grandes propiedades, y la que se genera en la digestión.
Se cuenta que mata reptiles y «bestias venenosas», hace supurar los forúnculos y desaparecer la sarna. Los huesos también han formado parte de la farmacopea popular, al igual que la ceniza, utilizada para restañar la sangre de las heridas.
Tampoco han estado exentas de este conjunto de remedios heredados del medievo a principios del Renacimiento en nuestras comarcas, las recetas con la lombriz de tierra.
Cocida en agua-miel se usaba contra la retención de orina, machacadas para cicatrizar nervios, y bebidas con vino provocaban la expulsión de las piedras en la vejiga.
Viejas recetas para librarse de las mordeduras de los reptiles nos hablan de las propiedades de las hojas de fresal contra las culebras. El cocimiento de plumas de buitre y su quema posterior libraría de las serpientes.
Los dolores de la dentición de los niños se aliviaban cociendo el cerebro de una liebre y frotando las encías.
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