«La primera regla del club de la lucha es: ‘Nadie habla del club de la lucha’». ¿Qué persona entre los veintipico y los cuarenta años no sabe perfectamente lo que significa esta frase con tan solo escuchar sus primeras palabras? Personalmente no recuerdo la primera vez que vi ‘El Club de la Lucha’, pero si que tengo presente la importancia que tuvo para mí descubrir una película como aquélla. ¿Qué tipo de cine existía más allá de los Oscars y las cintas que infestaban los videoclubs de nuestra primera adolescencia? ¿De dónde había salido todo ese despliegue argumental? La frescura y la satisfacción por descubrir algo tan genuino cuando tienes quince o dieciséis años es toda una suerte. A partir de aquí, el cine no volvió a ser lo mismo para mí.
Aunque el éxito de la película fue bastante notable, su carácter alternativo y diferente hizo que en los años siguientes muchos de nosotros comenzaran a descubrir ese otro cine tan moderno y en muchas ocasiones sobresaliente que seguía la estela de la cinta protagonizada por Brad Pitt y Edward Norton. El responsable de aquella ‘aparición’ fue un director que con apenas tres o cuatro películas se había convertido en uno de los grandes referentes del momento. David Fincher es hoy un nombre que por sí solo ya dice mucho. El director norteamericano no ha dejado indiferente a nadie desde aquél primer y remoto trabajo que fue ‘Alien 3’, cuando sencillamente aprovechó su billete para subirse al tren; ese billete que suele pasar una vez en la vida si es que llega a pasar esa vez. David Fincher se subió, y todavía no se atisba el momento en el que la máquina empiece a decelerar.
Corría el año 1992. David Fincher no era un don nadie, ni un mochuelo que viniese de ninguna remota localidad del interior de USA en busca del sueño americano. Durante los años ochenta se curtió –como algún que otro director de nuestro tiempo– en la realización de vídeos musicales y demás tareillas relacionadas con el mundillo del cine y el vídeo en mayor o menor medida. No obstante, tuvo que llegar la resaca del confeti, las hombreras, los pelos cardados y peinados imposibles para que el bueno de Fincher se pusiera tras la cámara de su primera película: ‘Alien 3’.
Referirse a la palabra ‘Alien’ es sinónimo de decir Sigourney Weaver, incluso se puede distinguir una voz llamando a Ridley Scott dejando tras de sí un eco referido a James Cameron. En ningún caso –o casi ninguno–, se llega a sentir el nombre de Fincher. Desde luego las dos primeras entregas de la saga poseen una sombra demasiado alargada que ha ocultado irremediablemente el resto de continuaciones de mayor o menor talla. ¿Es el debut de David Fincher un mal trabajo? Diría que no.
‘Alien 3’ no supone más que una correcta película de bichos que no goza del impacto ni el resultado de las dos primeras pero que aun así es capaz de regalar varios momentos más que aceptables en la más oscura de las ya de por sí oscuras películas sobre esos amiguitos foráneos tan majos.
Pero no nos engañemos. Si por algo el nombre de David Fincher se instaló en la primera plana de los grandes directores de los noventa, esto tuvo que ver con lo que fue su segundo trabajo. Una obra densa y sombría que bebe de la mejor tradición del cine negro con una frescura atemporal que se mantiene inquebrantable por más años que pasen. ‘Seven’ –o como gusta a muchos chachis ‘Se7en’–, es una película a partir de la cual el cine de ‘asesinos en serie’ ha encontrado una piedra angular a la que tratar de imitar, un espejo donde mirarse. Sí, ya sé que antes fue la sobresaliente ‘El silencio de los corderos’, y que desde luego está a la altura sino la supera, pero lo que hace singular a ‘Seven’ es el trato hermético de la trama; la absoluta falta de calor a lo largo del metraje; la ausencia del héroe y sobre todo la intriga que rodea al asesino cuyo interprete ni siquiera quiso salir en los títulos iniciales de la película a petición propia.
Siempre hay quien no ha visto una película por lo que no diré mucho. Un asesino; siete pecados capitales y unas interpretaciones sobresalientes gracias a un soberbio guión y una gran dirección. Sólo rememorar el episodio de la biblioteca, Bach sonando en el aire, La Divina Comedia, el purgatorio, Morgan Freeman, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow… siempre me encantó ese momento de ‘aire’ –nunca mejor dicho, ya que es el sobrenombre de la pieza del compositor germano–. En definitiva una película que se disfruta cada vez que se vuelve a revisar. Imprescindible.
El éxito de ‘Seven’ supuso una efervescente consagración de su director; desde entonces, el nombre de David Fincher no volvió a ser anónimo. Como sucede tras las grandes obras, la expectación por los pasos siguientes de un director capaz de romper el molde de tal manera, son más que justificados. Dos años después de dejar sin habla a medio mundo regresó con ‘The game’ manteniendo el ritmo ascendente hacia el mito.
Con ésta su tercera película se confirmaron varios aspectos que ya habíamos descubierto en Fincher con anterioridad: el don para generar una febril intriga amparada por la contención y el control absoluto del ritmo narrativo; una facilidad pasmosa a la hora de valerse de ambientes opresivos y oscuros no como elemento efectista –que también– sino para generar un desasosiego irracional en el espectador, consiguiendo que no pueda despegar los ojos de la pantalla. David Fincher lo volvió a conseguir. El controvertido Michael Douglas destaca en este ‘juego’ destinado a un hombre de vuelta de todo, incapaz de sorprenderse, o al menos eso cree.
¿Por qué gusta tanto ‘El club de la lucha‘? Ésta podría ser una enorme cuestión sobre la que debatir; de lo que no hay duda es de lo atractiva que resultó y resulta a una gran mayoría de los que ve esta película, sobre todo entre la juventud. Para empezar el tándem Brad Pitt/ Edward Norton, funciona a la perfección, dos grandes actores gustándose en sus respectivos papeles. A continuación tenemos un hilo argumental sustentado en las miserias humanas de las sociedades occidentales, la rutina y el hastío ante el que sólo queda conformismo, para luego abrir una puerta hacia un nuevo punto de vista, un camino hacia la libertad puramente excesivo. Además tenemos el talento de Fincher para nuevamente destacar en los claroscuros, en el desarrollo astuto de la trama sin renunciar al control de los tiempos.
Todo ello junto a su estética,su aire fresco y su interesante desarrollo hacen de ‘El club de la lucha’ un caballo ganador. Si bien existen muchos detractores, incluso entre los que se sintieron fascinados en un primer momento para luego decir que no había para tanto, lo cierto es que es una película cuya oscuridad y trama hacen que sea la película pop por excelencia de los últimos noventa.
Llegado el nuevo milenio el estatus de Fincher iba más allá del éxito comercial gracias a su último trabajo, siendo admirado y venerado entre culturetas y entendidos –en el buen y mal sentido de la palabra–. Su siguiente trabajo, sin embargo, no tuvo el impacto ni el recibimiento esperado. Lo que había sido una sucesión de títulos brillantes, efectivos y de gran éxito toparon con su primer resbalón. Aunque ‘La habitación del pánico’ no es ni tan intensa, ni tan entretenida, ni tan oscura, ni tan buena, esto no significa que estemos ni mucho menos ante una mala película. Es lo malo de que tu estela de obras haya obtenido tanto reconocimiento. El listón siempre va a estar alto.
Olvidándonos del resto de la filmografía del director, ‘La habitación del pánico’ no deja de ser un solvente thriller protagonizado por Jodie Foster sobre atracos. Un ejercicio digno y cuidado sobre como filmar la claustrofobia y el aislamiento ante una situación extrema y dramática. No estamos ante la maestría de Polanski, incomparable en las distancias cortas, pero la dirección hace solvente las carencias de un guión bastante débil.
Tras este leve frenazo, David Fincher relajó su ritmo de trabajo, pasando cinco años hasta que se estrenara su siguiente película. La espera no hizo sino generar una expectación totalmente justificada entre los cinéfilos de medio mundo. Nadie se acordaba ya de ‘La habitación del pánico’ pero títulos como ‘Seven’ o ‘El club de la lucha’ no habían dejado de ganar adeptos durante dicho lustro.
Por ello ‘Zodiac’ fue recibida con ansias ante lo que había sido anunciado como ‘la nueva Seven’. Ciertamente, esta calificación no dista de la realidad aunque con varios matices. De nuevo tenemos un asesino en serie y una investigación cargada de intriga y suspense para dar con él. No obstante, hay algo que cambia la forma de abordar esta película: todo lo que narra está basado en hechos reales. David Fincher se enfrentó al reto de llevar a la pantalla una historia a su medida, marcada y limitada por la propia realidad de la historia.
El ‘asesino del zodiaco’ cometió sus crímenes a lo largo de la década de los sesenta y los setenta en la costa oeste de EEUU. La historia toma como protagonista a un periodista bien interpretado por Jake Gyllenhaal, y un policía caracterizado por Mark Ruffalo, actor que en mi opinión acabará convirtiéndose en un grande si le llega la oportunidad. Sí, hay similitudes obvias con ‘Seven’ y es por ello que ‘Zodiac’ decepcionó a los que esperaban una continuación de aquélla. Que si es muy larga, muy lenta, un poco sosa… Nada de eso (para mí).
‘Zodiac’ no es tan trepidante como podría esperarse, pero sustituye la acción por la guerra interior de sus protagonistas respecto a una investigación que se alarga durante varias décadas. El suspense se convierte en un ejercicio psicológico que arraiga en las miradas de cada uno de los protagonistas, incapaz de resignarse ante la obsesión de descubrir el quién y el porqué de los crímenes. Por otra parte, la ambientación es simplemente brillante; lo típico hubiese sido tirar de tópicos, plantar una pila de melenudos fumando droga en la bahía de San Francisco. La película huye de los tópicos contextuales para conseguir una ambientación veraz y muy lograda que es capaz de trasladarte sutilmente a aquellos años. Como ya había conseguido al final de ‘Fight Club’ con ‘Where is my mind?’, la voz de Donovan trasciende a la sobresaliente película mientras suena en sus últimos momentos.
Inevitablemente, David Fincher se situó en la posición intermedia entre los que lo admiran y los que lo respetan; habiendo también algunos pocos que no le soportan. Esto no es casualidad, y no todos los directores generan dicha guerra dialéctica. Su siguiente trabajo ‘El curioso caso de Benjamin Button’ da buena muestra de ello.
La película funcionó; nuevamente Brad Pitt, tremendamente digitalizado en lo que puede considerarse todo un logro de la historia de los efectos especiales, dota de vida a un personaje especialmente particular. Benjamin Button crece al revés, es decir, nace viejito y va envejeciendo a medida que rejuvenece físicamente. El relato del grandioso Francis Scott Fitzgerald es adaptado plausiblemente por Fincher, que sin embargo y en mi opinión, esta vez sí que estira un poco de más la historia. No obstante, me quedo con la brillantez de la primera parte de la película, lo mágico y lo real de Benjamin Button de sus primeros años de vida y cómo se adentra en el mundo a medida que ‘crece’. Sin duda, guste más o menos, la singularidad de la película alcanza algunos momentos tremendamente brillantes.
Más curioso que el caso de Benjamin Button fue que la película por la cual David Fincher ha sido más elogiado y premiado haya sido la película a priori más convencional y menos personal. Esto, desde luego, no significa que el resto sea malo, pero uno nunca sabe dónde va a hallar una nueva puerta por explorar. Chico con idea brillante obtiene un enorme éxito y se convierte en un tipo muchimillonario. Además, antes siquiera de sentarnos en la butaca ya conocemos este final, pero aún así tenemos historia y no nos recuerda a ninguna.
‘La red social’, sin embargo, es una gran película gracias a la forma de tratar el tema. En esta película sobre el éxito de Facebook lo que menos importa es el hecho de alcanzar el éxito. El sobresaliente guión se centra en el cómo, es decir, en la cadena de sucesos, acontecimientos, personas, ideas y casualidades por lo que las cosas llegan a ser como son. David Fincher coloca la cámara y crea la tensión, la dinámica y el clímax para regalar esta grata sorpresa.
La carrera de David Fincher dura ya algo más de veinte años pero sin duda, como creo que ha dicho el señor Tarantino en Cannes, su mejor película seguro que está por llegar. Hasta el momento la adaptación de ‘Millenium’ es su último trabajo cinematográfico, siendo una sobresaliente adaptación de la exitosa novela. No sé cuánto de verdad hay en esta afirmación vertida por el director de ‘Pulp Fiction’, pero si realmente todavía está por llegar la mejor de sus películas, espero que antes nos regale alguna que otra como las que ha dejado tras de sí, ya para la historia, hasta la fecha.
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