Revista Psicología

El de allí

Por Rms @roxymusic8
(Image source: @AvilaGaravitoA )

(Image source: @AvilaGaravitoA )

Decidí escribir sobre aquel XII Encuentro Misionero de Jóvenes y que lo haría desde tres perspectivas. Me queda la más importante y la que da sentido a la misión: el de allí. Sonará impersonal y lo es. Como también inexacto. El de allí es la persona que tienes a tu lado ahora mismo o con la que tu mirada se acaba de encontrar. Allí no es más que aquí, en el momento actual dondequiera que te encuentres. No importa tanto el lugar sino el encuentro. Todo empieza desde el encuentro, desde el instante de ser consciente de otra realidad, desde el momento de salir de uno mismo. Un encuentro no puede darse sin el de allí, sin ese hermano nuestro.

En realidad hablar de el de allí engloba al de aquí. Aunque en primer lugar enfocaría la mirada a los de allí. No los conozco porque no he estado de misión en países suramericanos, africanos ni asiáticos pero he estado cerca de ellos gracias a los testimonios de los misioneros de aquel Encuentro en Madrid. Y gracias también a ese intercambio de palabras en descansos y comidas. Todos decían lo mismo: los de allí tienen una alegría especial, una sonrisa diferente, una mirada con distinto enfoque. Los de allí se admiraban no de su realidad sino de la realidad de los otros (nosotros). No podían entender que todo cuanto nos rodea no nos dé la felicidad y comodidad suficiente como para pensarnos dos veces el ir a estar con los de allí y pasarlas canutas, sufriendo sin necesidad. ¿Qué está pasando? Me dio la sensación de que el verdadero mundo estaba allí, con los de allí. Todos los misioneros decían haber encontrado más entre esas personas y sus realidades que en sus años de vida en su mundo occidental moderno y desarrollado. En ese encontrar hablaban de autenticidad, verdad, ese algo que llena el corazón y hasta el alma si uno se deja adentrar un poco más.

Quizás no haya tenido un acercamiento al de allí pero de alguna manera lo he conocido en el de aquí. En esas personas que se me han acercado, conocidas algunas, desconocidas otras. Espontáneas o no, ahí las tenía: frente a mi mirada. La misión principal es desprenderse. ¡De tantas cosas! Prejuicios, ignorancia, comodidad, racismo, historia, odio… yo. Comprendo que lo ajeno no nos interpele tanto como un amigo o familiar, pero incluso éstos pasan inadvertidos muchas veces y entonces tenemos un problema mucho más profundo: ya nada llama la atención a nuestra mirada. ¿Qué está pasando? Pregunto de nuevo. Hemos perdido la capacidad del asombro. Si se da el asombro es porque algo o alguien ha conseguido ser objetivo de nuestra mirada y, en consecuencia, de nuestro corazón. Asombrarse despierta el alma, le quita el polvo; ablanda el corazón, le rompe la coraza poco a poco. Dejar que las personas se asombren es dar comienzo a una ola de amor y donación. Asombrarse es una amenaza y debilidad para el mundo occidental moderno actual, y una fortaleza y oportunidad para el verdadero mundo donde vive el de allí.

En el de allí está la llave. Y en el de aquí también. Cada uno de ellos nos abren la puerta al asombro. Cada uno de nosotros puede hacerse con esa llave si nos decidimos a salir de nuestra zona de confort, ese lugar donde tenemos tranquila la conciencia, el corazón rígido y el alma dormida. Esa parcela interna donde está insonorizada la alarma de la fraternidad programada para hoy y para el ahora.


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