Ayer tuvo lugar en Giralda TV el ansiado debate entre tres de los candidatos a la alcaldía de Sevilla; Juan Espadas (PSOE), Antonio Rodrigo Torrijos (IU) y Juan Ignacio Zoido (PP). Fue encomiable el trabajo realizado por la televisión municipal y por Javier Bolaños, encargado de moderar el mismo, especialmente su retransmisión vía Internet, que es por donde yo lo seguí, y… ¡ah, el debate! Pues el debate fue que no hubo debate. Así de simple.
Debe ser que en épocas de crisis las iniciativas políticas deslucen y los debates decaen en intensidad, o que el debate ha sido sustraído a la ciudad por el aluvión de mierda que nos está lloviendo con el caso de los ERE y la corrupción. El caso es que la confrontación generó bastante más expectación de lo que luego fue capaz de dar de sí, y no es de extrañar que el sentimiento generalizado de los espectadores tras el mismo sea de profunda decepción.
El formato enlatado que pactaron las formaciones de los candidatos hizo que el debate fuera demasiado previsible y falto de frescura, como si estuviera escrito de antemano, y que hubiera poca confrontación de ideas y un exceso de monólogos y declaraciones de intenciones. Prácticamente ni hubo sorpresas, ni se presentaron nuevas propuestas que no se conocieran ya de antemano, con la excepción del Distrito Judicial de Zoido, cuya imagen no se veía bien y que el candidato no explicó de qué manera se iba a afrontar, posiblemente por la escasez de tiempo.
Si estuviésemos hablando de una quiniela, el signo más adecuado sería una equis, porque cada uno en cierta medida logró su objetivo y todos tan contentos.
Juan Ignacio Zoido comenzó y finalizó el debate con sendas intervenciones en la misma línea: una radiografía negra y catastrofista de la ciudad, que niega hasta lo evidente, con el fin de poner en valor el eje primordial de su mensaje; Sevilla no funciona. Se le escapó una oportunidad excelente para demostrar a todos los sevillanos que en su programa de gobierno existe algo más que esa feroz crítica opositora del no por delante.
Acertó de lleno, no obstante, al ignorar sistemáticamente a Torrijos y centrar el debate casi en exclusiva en los dos candidatos con más posibilidades de lograr la alcaldía. Tanto es así que hasta Espadas lo secundó cuando le dijo “usted o yo vamos a ser el próximo alcalde de Sevilla”.
Por el contrario, mostró un flanco de debilidad al exhibir cierta urgencia por alcanzar el poder, formulando la pregunta de que si sus oponentes se comprometían a dejar gobernar a la lista más votada, que fue repetida hasta en cinco ocasiones junto con las de la comisión de investigación en Mercasevilla y el regreso del PP a los consejos de administración de la misma y de Emasesa.
Juan Espadas se postuló en todo momento como candidato de futuro, asumiendo lo aprovechable de la era Monteseirín y asumiendo los errores del pasado y reconociendo que aún quedaba mucho por hacer. Estuvo a punto de perderse en varias ocasiones entrando al trapo de Zoido y salir mal parado, pero esquivó con habilidad el fajarse en el cuerpo a cuerpo con el candidato popular por el tema de los ERE y la corrupción en Mercasevilla.
Espadas se mostró bastante más seguro y desenvuelto con su oratoria que en ocasiones anteriores y se postuló como candidato de consenso, al aceptar sentarse y hablar con Zoido sobre su propuesta de Distrito Judicial. También tanto desde la oposición, si pierde las elecciones, como desde la alcaldía, si las gana, lo que descuadró un poco al popular, que no se lo esperaba.
Antonio Rodrigo Torrijos compareció en su ya clásica línea, esgrimiendo un discurso programático y una oratoria dura y directa, aunque con menos fortuna que en otras ocasiones. Se postuló desde el primer momento como el único que reivindicaba íntegramente la gestión llevada a cabo durante los últimos años en la ciudad sin reconocer error alguno.
En mi opinión abusó en exceso del ataque visceral a la derecha, a la que calificó como “cornetas del Apocalipsis” y “Sevilla negra”. Durante buena parte del debate ejerció casi de espectador al ser ignorado sistemáticamente por los otros dos candidatos. Esto hizo que en ocasiones tuviera dificultades para encontrar su sitio.
Esgrimió los logros y las cifras de los años en los que Izquierda Unida ha estado formando parte del gobierno municipal y defendió la influencia de su formación en el modelo de ciudad y en la manera de gobernar la ciudad como única forma de lograr una salida social a la crisis.
Tussam
Hago un apartado con este tema porque, a fuerza de ser sincero, ninguna de las tres propuestas al respecto me acaban de convencer del todo, al menos en lo que se conoce de ellas hasta el momento.
Y no se debe a que haya una escasez de voluntad en los candidatos a solucionar los problemas de la empresa municipal, sino porque conjugan una tríada difícil de cuadrar. Mantener servicios público de calidad, empleo y salarios dignos y un precio social del coste del viaje es una ecuación imposible de cuadrar. Máxime cuando las aportaciones municipales son casi siempre insuficientes.
El día que nuestros gobernantes entiendan una cosa tan simple y tengan la valentía política necesaria quizás estarán en condiciones de aportar alguna solución viable. Hasta entonces, me temo que todo lo esgrimido hasta ahora no son más que meros parches que no solucionarán la situación actual.
A pesar de que Zoido se comprometió a mantener la titularidad pública de la empresa, tendrá que explicar con más detalle el alcance de su propuesta, porque no se puede ir por ahí defendiendo el carácter público de Tussam, mientras uno de sus colaboradores, Gregorio Serrano, hace escasas fechas defendía en esa misma televisión la externalización de líneas.
Fue en este tema donde el candidato popular esgrimió las armas más mortíferas contra Espadas, todas ellas proporcionadas en un alarde sorpresivo de generosidad por ese adalid del socialismo llamado Fran Fernández, a saber: el Plan Centro, el defenestrado plan de aparcamientos y, sobre todo, la problemática de los eventuales de Tussam, que se encontraban a la entrada de las instalaciones de Giralda TV exigiendo la solución a su caso.
Es inadmisible que a estas alturas, y tras un acuerdo unánime del pleno del Ayuntamiento de Sevilla al respecto, todavía no se haya solucionado la dramática situación de estas personas.
Es inconcebible que en una empresa pública como Tussam, que depende directamente del Ayuntamiento, se puedan saltar a la torera las directrices que emanan del pleno, que es soberano y la máxima expresión de la voluntad de los ciudadanos en un sistema democrático.
Este hecho sólo es comprensible teniendo al frente de la empresa a individuos como Fran Fernández y Carlos Arizaga, que han conseguido convertir Tussam en un reino de taifa donde las más elementales prácticas democráticas son poco menos que inalcanzables. Con amigos así nadie necesita enemigos y Juan Espadas, a estas alturas, lo debe saber mejor que nadie.
Por lo demás, los noventa minutos del debate, a tres meses todavía de las elecciones, aportaron poco más que el afianzar el posicionamiento de los candidatos de cara a la larga carrera que les queda por delante, sin que se haya producido un excesivo desgaste en ninguno de ellos.
Incluso se puede afirmar que, en determinados momentos, el poco debate que existió podría calificarse como constructivo, cosa que es de agradecer, aunque no fuera óbice para que el tema de la corrupción y de las prejubilaciones fraudulentas saltase de vez en cuando a la palestra, esgrimido por el candidato del Partido Popular. Que una ventaja no se suelta así como así sin sacar tajada.