Revista América Latina

El deber moral

Publicado el 17 octubre 2016 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

Por Vincenzo Basile

Hay ocasiones en las que miles de ideas dan vuelta por la cabeza tan rápidamente que resulta una tarea titánica lograr organizarlas en una forma coherente y expresarlas en letras compartidas. Este es, sin lugar a dudas, el post más complicado que he tenido que escribir en todos estos años que mi mirada ha estado centrada casi exclusivamente hacia aquel lugar donde hubiese querido nacer. Lo que ha pasado en Cuba en los últimos meses – y aún más en los últimos días – es una vergüenza, sin paliativos. Ya lo dije hace unas semanas: Esa Cuba me da miedo. Y hoy no puedo hacer más nada que reiterarlo.

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Captura de pantalla de la página Facebook de Elaine Díaz Rodríguez, editora de Periodismo de Barrio

Viaja por las redes sociales una foto tomada en Guantánamo por el equipo de Periodismo de Barrio quienes aprovecharon la señal wifi de la ilegal Base Naval norteamericana para conectarse. Personalmente considero que esa foto es una completa muestra de falta de humanidad y empatía, en primer lugar, por lo que pasa dentro de la base – que es en realidad un centro de tortura – y, en segundo lugar, porque el objetivo de estos periodistas era cubrir las devastaciones provocadas por el huracán Matthew en el extremo oriental del archipiélago, por lo que la “gritería y felicidad” que acompañan la foto son, realmente, sentimientos que sobran y que pueden llevarnos a tener todo tipo de reserva, reitero, sobre la humanidad y la empatía de los involucrados.

Está en el total derecho de cada persona sentirse ultrajado por todo eso y decirlo. No vale, tal como ha sucedido muchas veces en pasado con otros medios “alternativos”, el principio “a quien no le guste, que no lo lea”. No es así. Cada quien lee lo que le gusta y lo que no le gusta, y critica lo que considere. El periodista – como todo quien quiera ejercer una profesión dirigida al público – tiene que entender, en un auténtico ejercicio de humildad, que el público no es solamente su destinatario o su aclamador sino también su juez más feroz. Y es esta humildad que demasiadas veces les ha faltado a muchos periodistas de esos nuevos medios.

Ha habido quienes se han indignado, quienes han mantenido un silencio neutral y quienes han matizado o justificado el asunto de la foto en Guantánamo. Todo podría haber quedado ahí, sin más consecuencias. Personas debatiendo y discutiendo sobre ideas, posturas o sobre lo correcto o equivocado que fuese la publicación de dicha foto. Pero no ha sido así.

Tengo que confesarlo. Realmente no me gusta Periodismo de Barrio. Personalmente he tenido muy pocos – quizás nulos – contactos con su editora, Elaine Díaz Rodríguez. Es más. No me gustan – y eso un día u otro lo argumentaré más – los medios llamados “alternativos” o “independientes” que se hacen desde Cuba o están dirigidos hacia Cuba. Soy, y siempre seré, detractor de la prensa privada; y soy, y siempre seré, partidario de una prensa pública, propiedad de todo el pueblo y realmente independiente de gobiernos y/o partidos políticos. Esa visión me lleva, en cierto modo, a defender las medidas que las autoridades de Cuba quieran llevar a cabo para desalentar la propagación de dichos medios a lo largo de la Isla. Sin embargo, me lleva también a ser un crítico vehemente de las formas que se están utilizando para ese fin. Una idea criticable se combate con una idea mejor. Un medio privado se contrarresta con la creación de una prensa pública o cooperativa mejor, más efectiva, de calidad y generadora de auténtica información. La censura y la represión – entendida como brazo fuerte de las autoridades políticas para detener determinadas conductas – no pueden ser la respuesta.

Aclaro, no para suavizar mi crítica sino para ser totalmente honesto, que Cuba no es el peor país donde vivir o donde ejercer derechos. La violencia policial que ocurre en otras partes del mundo, incluso de Europa, hacen que las medidas represivas tomadas en Cuba parezcan – y con razón – blandas y para nada comparables con otros escenarios. Pero el hecho de que en otras partes del mundo pasen cosas peores y la violencia sea realmente violenta, no puede – no debería realmente – llevarnos a subestimar o ignorar ningún episodio represivo que tenga lugar en la Isla, por muy mínimo e insignificante que nos parezca. Si nos quedáramos con la excusa de que “también en otros países pasa eso”, pues cabría preguntarnos para qué se hizo una Revolución.

El hecho es que varios periodistas – entre ellos, el equipo de Periodismo de Barrio – han sido detenidos en Guantánamo – aunque alguien se afane en tratar de negarlo, pues cada privación de la libertad personal de movimiento, aunque dure cinco minutos, es detención – y se les ha ordenado el regreso a su provincia de residencia, pues carecían de los permisos y la acreditación necesarios para ejercer esos tipos de actividades en dicha zona. Hasta aquí los hechos y la ley. Hasta aquí lo criticable o defendible, aunque sería bueno preguntarse – siempre es bueno preguntarse – si hubo respeto a la ley, si hubo arbitrariedades o si durante las detenciones ocurrieron abusos u otras violaciones. Lo siguiente es la culminación de la más pura vergüenza.

En cuanto se ha dado a conocer lo que estaba ocurriendo, se ha desatado una gigantesca campaña de respaldo a esas medidas. Se han mezclado cosas, conceptos y hechos. De repente, la citada foto en Guantánamo, de asunto sujeto a la valoración de cada ser humano, se ha vuelto en la justificación de todo lo ocurrido. No ha habido un argumento jurídico. No ha habido un amparo legal. Entre inventos, falta de ética, paranoias al peor estilo macarthista y difamaciones en la total impunidad; algunos superrevolucionarios, como ya ha ocurrido en otros casos, han dado la cara para exigir cabezas y justificar castigos. Incapaces de ejercer una crítica argumentada sin necesariamente destruir o castigar al mensajero, esas personas han vuelto a desatar la típica cacería de brujas que últimamente está volviendo el espacio digital cubano un lugar bastante peligroso donde opinar.

¿Es revolucionario querer aniquilar a quienes no piensen como nosotros? ¿Es revolucionario querer destruir públicamente la imagen de otro ser humano? ¿Es revolucionario actuar como una turba sedienta de sangre y venganza? ¿Es revolucionario respaldar la represión policial contra alguien solamente porque consideremos inadecuadas sus posturas? ¿Es revolucionario quedarse con los brazos cruzados y ni siquiera preguntarse si hubo o no represión? Pues no. Absolutamente no. Nada de todo eso es revolucionario. Revolución, alguien dijo una vez, es tratar a los demás como seres humanos. Patria es Humanidad, leí en un gigantesco cartel expuesto en el Vedado la última vez que fui a Cuba. Pues en esa Cuba digital, secuestrada por esos superrevolucionarios, yo no estoy viendo ni Humanidad ni Revolución.

No es una desilusión lo que me está llevando a expresar esas ideas. Hace años dejé atrás el cuento ilusorio del maravilloso país socialista y de la alcanzada utopía. Por lo contrario, fue el descubrimiento de la imperfección lo que me ató definitivamente a Cuba. Entender que aquella islita no era el infierno totalitario ni la democracia perfecta sino un país que buscaba salir de una condena histórica y de un estigma que jamás quiso; un país que miraba al futuro y en el que pudiese caber todo tipo de ciudadano (revolucionario o simple persona honesta, comunista o no, dijo alguien más) y que solo dejase afuera a los que luchasen contra la independencia y la soberanía nacional o defendiesen unos intereses foráneos. Una línea roja muy sencilla para entender los límites del diálogo y del respeto al pensamiento distinto.

Pero, con mucho pesar, he ido entendiendo que no sería tan sencillo. El enfrentamiento entre bandos sigue siendo la constante del acontecer diario cubano. Los superrevolucionarios, minoritarios pero con cuantiosos recursos mediáticos, están literalmente destruyendo aquel proyecto humano que millones de cubanos, enteras generaciones, han defendido, aguantando todo tipo de sacrificio, escasez y ataque.

Reitero que no hablo con desilusión. Al contrario, hablo como joven que aun siente intensa ilusión cuando de Cuba se trata y que, como muchos otros, siente profunda preocupación sobre el futuro del proyecto humano y social de la Revolución cubana cuando es testigo de esos actos de intolerancia que a lo largo solo lograrán alejar a más personas y convertir a aquella maravillosa Isla en un lugar donde muy pocos quieran vivir. A veces es espantoso darse cuenta de cuántas personas se nos han perdido por el camino por culpa de la intolerancia, la difamación y la estigmatización; es terrible descubrir cuántas personas se han empujado hacia el vacío del no retorno.

Es este miedo, acompañado por la profunda pasión que alberga en mí, que me despierta un deber moral y me impide quedarme callado, que me lleva a querer gritar y sacar toda la frustración que me provocan esos acontecimientos, tan lejanos de aquella Cuba – contradictoria, por supuesto – que se volvió faro de esperanza para los oprimidos y némesis de las injusticias.

No hay forma blanda para decir eso. Los que amamos a Cuba – cubanos y no – tenemos el deber moral de oponernos a quienes estén secuestrando la utopía. Las fuerzas que amenazan el desarrollo de Cuba están afuera – sin lugar a duda – y están dentro. Poder real sobre la política internacional jamás vamos a tener. Pero sí tenemos poder para contrarrestar todas aquellas fuerzas internas que están llevando Cuba hacia el abismo más profundo. Hay que trazar otra línea roja y hay que hacerlo ya, con contundencia, porque esas personas son los más grandes cómplices de la destrucción de Cuba; son los cánceres que viven en las mismas entrañas de la Revolución, carroñeros que se alimentan de ella, parásitos que están hundiendo Cuba y devorándose a todos sus hijos. Es hora que nos opongamos a esos antinacionalistas, a esos contrarrevolucionarios. Hay que gritarle en la cara a esa gente y decirle “¡Basta, ya! Estás dañando Cuba. Estas destruyendo el futuro. Estas anulando el pasado”.

Quizás haciendo eso, logremos convertir el espacio digital cubano en un lugar un poquito más seguro, en un lugar donde todos los que queremos defender el proyecto social de la Isla – y mejorarlo – podamos debatir con respeto y en armonía; un espacio donde toda persona honesta pueda opinar, donde cada quien pueda publicar la foto que quiera, donde la crítica sea un acto de oposición y no de destrucción, donde no haya miedo a que algún esbirro digital nos haga caer bajo sus balas llenas de intolerancia, desprecio y fascismo.


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